A los 43 estudiantes de Ayotzinapa, desaparecidos en 2014, quienes tenían el
sueño de transformar su vida y sus comunidades desde la práctica docente
Como docente, investigadora y activista social por los derechos humanos, confío plenamente en la educación, en su sentido más amplio que implica la educación formal, informal, endógena y exógena y, definitivamente, liberadora, como estrategia fundamental para la transformación social. Asimismo, reconozco todo contexto educativo como un ámbito potencial para la transformación; sin embargo, la educación ha atravesado a lo largo de la historia, por una serie de modalidades e intencionalidades sobre las cuales sería interesante reflexionar. Desde ser mecanismos de compensación, en la década de 1940, donde se ampliaron los servicios educativos a aquellas capas de la población que no podían acceder a los espacios educativos tradicionales. Igualmente, los contenidos instruccionales han respondido a las políticas económicas, sociales y culturales de cada momento histórico, adecuándose a ser educación/capacitación para el trabajo, educación para la vida, educación alternativa, educación continua y, finalmente, la forma de educación que prevalece actualmente, y desde la imposición del proyecto neoliberal como propuesta de organización de la sociedad y como modelo del llamado desarrollo, que ha subsumido a la educación al mercado a partir de una serie de mecanismos que permiten mercantilizar los procesos de aprendizaje.
Comúnmente, al reflexionar sobre los problemas económicos, sociales, políticos, culturales o ambientales, tanto en la academia, como en el gobierno, la población en general, e incluso la iniciativa privada, la pronta respuesta ya sea desde la complejidad filosófica que le subyace o desde el sentido común, es adjudicarle a la educación per se la categoría de pilar fundamental para resolverlos. Siempre se asume que un pueblo educado tendrá mejores herramientas y posibilidad de resolver las problemáticas que se les presenten.
Sin embargo, la educación es fuente de dominación o de emancipación, según sea su perspectiva. La educación está sometida a los intereses del mercado, que entrena obreros capacitados, dóciles y obedientes para que se inserten fácilmente en las lógicas de la explotación, sin queja y sin honor. La educación para la subordinación, es aquella que permitirá todas las formas de injusticia, en tanto se obtenga una ganancia económica.
Por otra parte, está la educación liberadora, teniendo a Paulo Freire como referente, desde donde se promueve un pensamiento crítico, creativo y solidario para conocer, pensar y transformar la realidad. Esta forma de educación apela a fortalecer la participación organizada y la toma de consciencia para la construcción de una realidad más justa y digna para todas las personas. La educación no es neutral, la educación toma partido contra la injusticia. La educación emancipadora no debe someterse únicamente a ser un mero instrumento para la administración de las representaciones del mundo que se nos imponen desde el consumismo, la explotación, la dominación y el despojo, sino que debe potencializar un conocimiento comprometido con la justicia social, un quehacer activo, crítico, creativo y discernido.