Viernes, abril 26, 2024

Chairos, chayoteros y fifís

Las descalificaciones que polarizan a la sociedad actual, han hecho surgir un lenguaje que puede valorarse como algo positivo y por supuesto, impreciso o nocivo. Se utilizan palabras con un origen que en ningún momento marcan una relación con el significado inicial.

Cuando estaba en la secundaria, en ese proceso maravilloso de adentrarse en el esgrima verbal del albur, el cuadrilátero pugilístico del lenguaje, el imaginario pleito del doble sentido, tan gracioso y al mismo tiempo tan ofensivo, pero sobre todo, en ésa dinámica del vencedor que con la palabra, sometía a un contrincante, que en la vulgaridad, hacían brotar frases que combinaban groserías y poesía; en ese proceso -decía- nos referíamos a la “chaira” como ese instrumento que utilizan los carniceros, para asentar el filo de los utensilios de corte en la carne. El movimiento ascendente y descendente de la mano, con un mango firmemente aprensado, generaba la idea de la manipulación genital masculina, en un acto masturbatorio. Entonces surgían significados que independientemente de lo graciosos, perdían la vulgaridad o acentuaban la vileza. “Me voy a hacer una chaira al baño” era el equivalente placentero de hacer algo más que simplemente desahogar las necesidades fisiológicas de orinar o defecar (con acto masturbatorio o sin él). Hacerse una chaira mental, era obtener un placer incompleto o inventar alguna fantasía, a veces también referido como “chaqueta mental”.

En el arte del albur, las interpretaciones son eternas; sin embargo, más allá de lo jocoso y humorístico, existe un trasfondo negativo y de particular obscenidad, cuando se califica como chairo, a aquel sujeto que, sometido a la vulnerabilidad por alguien superior, masturba a otro hombre como símbolo de sumisión. No es el acto heterosexual de satisfacer a la pareja con un juego erótico sino la implicación homofóbica del homosexualismo socialmente descalificado y descarnadamente criticado, en la irracionalidad del conservadurismo y la obscenidad de la discriminación.

Pelar es el equivalente a retirar el epitelio o la membrana que recubre la superficie de un órgano. Verga es un sustantivo con múltiples significados, aunque en términos estrictamente semánticos, significa vara. En el lenguaje marítimo, es una estructura que sostiene a las velas. La analogía con el pene está plasmada en el Diccionario de la Real Academia Española (RAE). La expresión “me pelas la verga” tiene como representación en el imaginario popular, un significado jocoso que de ninguna manera es ofensivo o la agresión envalentonada que plantea, en la forma más brutal, una sumisión que, de lo meramente verbal, puede pasar al enfrentamiento físico en la más feroz de sus manifestaciones, con la clara idea de que la masturbación en genitales masculinos llegaría hasta la pérdida del epitelio, como un acto de subordinación que va más allá del simple placer generado por la manipulación excesiva del miembro viril.

El discurso cotidiano del presidente Andrés Manuel López Obrador, plantea una serie de elementos que han disparado un debate político que, dentro de mi ignorancia de la historia, nunca se había visto en términos de polarización o fragmentación social. Ha roto con las alocuciones de palabras elegantemente escogidas para dirigir, desde el punto de vista público, disertaciones que tienen un impacto determinante en ese amplio grupo poblacional que es mayoritariamente pobre en México.

Se me hace particularmente extraño, que bajo una postura crítica en la que reconozco aciertos en las políticas públicas actuales, reciba el calificativo de chairo, que me es lanzado en una forma despectiva, por damas de clase social privilegiada, sin que tengan la más remota idea del origen de esta palabra y al mismo tiempo, me califiquen como “chayotero”, cuando emito un comentario que reprueba una postura, no solamente del gobierno, sino incluso del partido político que indudablemente triunfará en el próximo proceso electoral.

Pero hay elementos que me llenan de un alegre regocijo (valga la redundancia). Me resulta particularmente divertido que, en medio de una turbulencia verbal, metido en el centro de innumerables calificativos y descalificativos, veo que la atención social se esté ubicando en la ruptura de un lenguaje elegante que perteneció a grupos sociales privilegiados, para tener como emisor, a un político con una audacia inconmensurable, que pocos pueden percibir y que millones de receptores captan a la perfección. El doble sentido de una arenga social que va mucho más allá de la palabrería. Vicente Fox y Enrique Peña Nieto ni siquiera podían leer con fluidez los discursos que sus asesores les escribieron.

Andrés Manuel López Obrador, en su renuncia a hacer visitas al extranjero, utilizando vuelos comerciales en sus giras políticas y despreciando un súper avión, prescindiendo de guardias presidenciales y expresándose en un lenguaje efectivamente burdo pero comprensible para la gran mayoría de los mexicanos, muestra el resultado de un trabajo titánico que consistió durante años, en visitar todos y cada uno de los municipios del país que ahora gobierna; haber estrechado literalmente millones de manos; haber surgido de un segmento social que históricamente ha sido particularmente castigado por la clase política anterior a su mandato y estar cobijado por gente brillante e inteligente, que con un genuino deseo de prosperidad para el país, en las diversas secretarías de México, trabajan incansablemente en la búsqueda de un mejor futuro.

Bajo esta óptica, mientras más se hable de él (tanto bien como mal), mejor le irá. En pocas palabras, los chairos dejan de serlo en el preciso momento en el que los fifís (empresarios y cualquier crítico de su gobierno), lo tildan de vulgar, sin darse cuenta de que, con cada descalificativo, se le dará más fuerza al gobierno actual.

Resumidamente, como él mismo lo dijo, en su ironía de más alto nivel, siempre podrá expresar: “me canso, ganso” y “seré peje, pero no lagarto”, planteando que jamás dejará de ser incorruptible, mientras va marcando un verdadero parteaguas en la forma de hacer política, a nivel universal, con un lenguaje poco elegante pero particularmente efectivo para alcanzar sus objetivos, a corto, mediano y largo plazo.

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