Viernes, abril 26, 2024

Las groupies*

Un sabor a alcohol y vómito mezclados en la boca. El cuerpo adolorido. Desnuda. Alguien conocido o desconocido a mi lado. Miedo a abrir los ojos. El zumbido en la cabeza promete una resaca magistral. Ya no tengo edad para estas crudas. Abro de a poco los ojos. Empiezo a reconocer una espalda, más a lo lejos una cabeza, el culo peludo de otro que camina por el cuarto. Cuerpos y sus partes que la noche anterior se veían mucho mejor bajo el influjo de “Mary Jane” y de una mezcla de cerveza, vodka, güisqui (del más corriente) y hasta charanda, seguramente. La memoria no me devolvía las imágenes completas de toda la noche, pero el paladar no olvidaba, no perdonaba, tenía memoria propia y me decía que había vomitado prolíficamente. Empezaban a caer a cuentagotas los recuerdos. Me remontaron al día anterior: seis de la tarde, Aba y yo saliendo del depa para ir al toquín. Dos treintañeras recordando sus viejos tiempos, dos groupies en la decadencia, dos mujeres que se resistían a madurar. Cómo nos emputaba que nos dijeran “señoras”. Algo de todo eso lo debían ocultar tanto maquillaje, ropa ajustada, horas de gimnasio a las que jamás se nos hubiera ocurrido recurrir hace diez años, cuando la factura de todos nuestros excesos aún no llegaba… cuando todo era más fácil.

Aba en realidad se llamaba Abelarda, pero le cagaba su nombre y nunca se lo decía a nadie. Me hizo jurar que por más peda que estuviera, antes me dejara cortar un pezón que revelar su “identidad”. Muy azotada la Aba, pero era mi amiga del alma desde la primaria. Siempre andábamos juntas porque las demás niñas se burlaban de nosotras. Creo que eso fue lo que nos unió, nuestro odio por las pinches chamaquitas clasemedieras que se sentían de lana pero iban a una escuela de gobierno. De Aba se burlaban porque llevaba unos zapatotes que parecían de Frankenstein. Y más que estaba tan flaca y alta la condenada. Para acabarla, los días de deportes llevaba un pans heredado de su hermano mayor y una playera de El Tri o de Liran Roll, también del Beto. Yo era la ñoña, cuatroojos, pálida, chillona, debilucha que nunca hacia deportes, sacaba diez en todo y a la que jamás se pensaría en calificar como “bonita”. Aba era todo lo contrario, aun en sus fachas. Poseía una belleza descarada, sensual, brusca. Ese tipo de belleza que muchas mujeres envidiamos porque a sus dueñas las envuelve un halo erótico–místico que nunca podríamos imitar. Sus labios parecían dibujados con un pincel, perfectos y carnosos; ojos café con forma almendrada; cabello tan negro y lacio, y un cuerpo que prometía futuras formas voluptuosas.

Mi madre odiaba a Aba, por eso pasábamos casi todo el tiempo en la casa de mi amiga. Y como típica historia de adolescente, yo estaba enamorada de su hermano Beto, era el rebelde que se iba a los toquines con sus playeras de grupos de rock, los pantalones rotos y las uñas pintadas de negro. Tocaba la guitarra y tenía una banda dizque de rock urbano: “Las Kalaveras Negras”. Aba y yo los amábamos. Siempre andábamos de metiches en los ensayos o le rogábamos a Beto que nos llevara a la casa de Armando, el bajista y cantante, cuando ensayaban allá. En esos años de secundaria, solo nos conformamos con ver a nuestros ídolos locales en algunos ensayos y fantasear con que se enamoraban de nosotras.

En segundo de bachiller, la naturaleza le empezó a hacer justicia a mi cuerpo y me dio lo que a Aba le había dado un par de años antes. Empecé a tomar forma, como dicen las abuelitas. Dejamos de ser niñas, aunque seguíamos siendo dos mocosas de 16. Pero el maquillaje, la ropa ajustada y la actitud de divas nos ayudaban a aparentar mayor edad. Pudimos por fin entrar a los toquines de “Las Kalaveras Negras” y conocer más bandas. Se acrecentó nuestra debilidad por los músicos y sobre todo por los rockeros, aunque también conocimos muy bien a varios punks, metaleros, darks, góticos y demás tribus urbanas que se congregaban en los conciertos.

Nuestra máxima experiencia fue ir con la banda de Beto “al Chopo”. Ese viajecito cambió nuestra vida. Andábamos fascinadas curioseando entre discos de vinilo, libros y ropa que no podíamos comprar, cuando el título de un libro con una chica desnuda en la portada llamó mi atención: I’m with the band. Confessions of a groupie, de una tal Pamela des Barres. Mientras leía algunos fragmentos grité emocionada: “¡No mames, Aba, la vieja que escribió este libro dice que se cogió a Jim Morrison, a Mick Jagger y a Jimmy Page!”.

–No te creo –me dijo arrebatándomelo.

–Gina, esta madre está en inglés.

–Pues yo no tengo la culpa de que seas tan pendeja y siempre repruebes inglés.

–Comprémoslo, Gina. Tenemos que llevárnoslo. ¿Cuánto cuesta?

Sospecho que el güey de los libros se aprovechó de nuestra emoción y le subió el precio. Aba no traía un solo peso. Y yo, apenas juntaba cien.

–Haz paro, venimos de Puebla. Nuestros cuates van a tocar ahorita.

–Te lo dejo en 120, y es lo menos. Ese libro ya no lo encuentras en ningún lado.

–Traigo 100 varos, nada más. Neta, es todo. Hasta nos quedamos sin comer.

Contoneándose con su shortcito de cuero, Aba se acercó al vendedor. Se puso en cuclillas y colocó su mano en la entrepierna del nervioso sujeto, que no dejaba de ver los grandes pechos de mi amiga bajo la escotada camiseta adornada con la lengua de los Stones.

–Anda, no seas malo. Te vas a ganar la gratitud y amistad eternas de dos poblanitas.

–¿Me vas a dar tu número de teléfono? Bueno, el de las dos.

–Claro, nos encantaría que nos llamaras. Es más, ve a Puebla y nos invitas unas chelas. Los tres podemos ir de parranda toda la noche. O si nos das posada en tu casa, venimos el próximo fin.

Aba le acariciaba el muslo con las yemas de los dedos. El muy cerdo luchaba por contener una erección que iba haciéndose inminente. Estuve a punto de jalar a mi amiga y correr. Pero el tipo terminó regalándonos el libro. Conservé mis cien pesos y hasta pudimos comprarnos un disco de la bruja cósmica y otro de Pink Floyd (piratas, la verdad). Ese día cambió todo, Aba se dio cuenta del poder que tenía sobre los hombres y de lo que podría obtener de ellos. Además, llevábamos lo que sería casi una Biblia para las dos.

Le leía en voz alta a mi amiga, una y otra vez, todas las vivencias de aquella groupie que había tenido en sus brazos al Rey Lagarto. Aba amaba a Morrison. Se “enamoraba” de cada vocalista que se presumía “poeta” y que le daba un lejano parecido a su ídolo. Veíamos a aquella mujer en la portada, tan segura con su desnudez. Soñábamos con ser como ella. Tan bella, tan poderosa, tan segura, tan sensual. Nos prometimos seguir sus pasos. Lo primero era alejarnos de su hermano porque nunca nos dejaría meternos con nadie.

Desde lo del Chopo, Aba seguía explotando sus artes de seducción, lo que nos conseguía entrar gratis a casi todos los conciertos. Bebidas y transporte también corrían por cuenta de alguien más. Pronto nos hicimos muy “famosas” entre las bandas locales. Beto no fue un problema, su grupo se había desintegrado cuando a Nando lo obligaron a casarse con su novia embarazada.

Fueron años de primeras veces: sexo, fumar marihuana, embriagarnos hasta perder el sentido con todo tipo de licor que nos ofrecieran.

–Gina, vamos a hacer una competencia. ¿Competencia?, ¿de qué?, ¿de beber?

–No, tonta. Vamos a ver quién se acuesta con más músicos. ¿Eso hacemos las groupies, no?

–Mmmm, no lo sé. Solo he estado con un chico, pero tú te has tirado como a cinco.

–Pues vas atrasada, Gina. Es más, empezamos desde cero. No cuenta el tipo que te cogiste ni los cuatro que me cogí yo. Han sido cuatro, amiga. El de la banda de Guadalajara, ¿te acuerdas?, el que tocaba la batería y media como 1.90. Estaba superbueno, pero se empedó y se quedó dormido. No pasó nada. Mira, empezamos con los de las bandas locales más chidas, los que vengan de otros estados, pues también. Y, ¿por qué no?, ¡hay que proponernos conocer a bandas internacionales! Estoy segura que podemos ser como Pamela.

–Estás desvariando Aba. Pero bueno, acepto. Con la condición de que vayamos despacio. Solo los que nos gusten. No vamos a acostarnos con cualquier pendejo o de una bandita chafa de posers. Y eso que tú dices de buscar a famosos, no cuenta el rockcito pendejo como los Panda o algo así.

–¡No, Gina, nunca! ¡Qué pasó! Si no tenemos gustos tan pinches.

Fuimos a muchos toquines y con el tiempo nuestra lista aumentaba; se detenía por ciertos lapsos porque nos hacíamos novias–groupies, de esas que viajan con la banda y les gritan y aplauden como locas. A veces, Aba me acompañaba a los conciertos cuando el músico en turno era mi pareja, o viceversa. La que estaba soltera aprovechaba para conocer a los posibles candidatos para agregar a nuestra lista. Y así pasaron más de diez años entre conciertos, festivales y muchas fiestas. Aba siempre intentó colarse en los camerinos y conocer a alguien famoso, pero nunca lo consiguió. Estábamos muy lejos de ser como Pamela.

Además, en el fondo sabía que en México no hay bandas vigentes del tamaño de los Stones, de Pink Floyd o de Led Zeppelin. Y de que a simples mortales como nosotras les iba a ser imposible conocer a músicos de esa talla. Aba sigue soñando con su rockstar ideal y con ser la máxima groupie mexicana –a pesar de nuestros treinta y tantos. A veces me contagia ese entusiasmo y por eso salgo de parranda con ella. Ya no por acrecentar la lista con esos sujetos que nos embelesan con su talento y que siempre nos han hecho temblar las piernas. No, también nos enamoramos de la música, de la libertad, de la poesía, de la rebeldía… Queríamos ser como Pamela des Barres por su seguridad y por atreverse a ir en contra de todo lo establecido en una sociedad que la llamaba “puta” por vivir una vida sexual libre con aquellos íconos del rock.

 

*Cuento Ganador del Primer concurso de cuento breve de rock Parménides García Saldaña, convocado por Foro Karuzo y Ediciones Ají. El cuento ganador fue determinado por un jurado integrado por Beatriz Meyer, Guillermo Briseño y Óscar Alarcón.

Temas

Más noticias

Va en decadencia la tradición del Día de la Cruz, advierte artesano de cruces en Tehuacán

Albañiles indican que quedan pocos trabajadores en el sector, por los bajos salarios que perciben

Últimas

Últimas

Relacionadas

Más noticias

Va en decadencia la tradición del Día de la Cruz, advierte artesano de cruces en Tehuacán

Albañiles indican que quedan pocos trabajadores en el sector, por los bajos salarios que perciben

En Huejotzingo se instalará estación de Tren de Pasajeros que irá de CDMX a Veracruz, promete Armenta

En Huejotzingo se instalará una estación del tren de pasajeros Ciudad de México-Puebla-Veracruz, que impulsará Claudia Sheinbaum Pardo a su llegada al gobierno federal,...