En uno de los más extraordinarios documentos surgidos de la revolución cubana, La Segunda Declaración de La Habana, leído por Fidel Castro ante su pueblo el 4 de febrero de 1962, después de un riguroso análisis materialista de la historia del capitalismo mundial y en América Latina, se reconoce la existencia de contradicciones entre la burguesía; sin embargo, se advierte que cuando el ascenso en la lucha de clases ponía en riesgo su dominio, inmediatamente los dueños del capital se ponen de acuerdo y enfrentan unidos los riesgos: salvar el todo, salva las partes.
En México, la crisis política actual, cuyo significado es la imposibilidad de volver a las formas que facilitaban la reproducción del sistema, tiene como epicentro el derrumbe del PRI y la incertidumbre respecto de su triunfo en 2018, así como la creciente certeza de que su derrota significaría la continuidad del régimen neoliberal de producción bajo el comando político del PAN en la presidencia de la República; no obstante, la crisis también puede significar el triunfo popular y el establecimiento de un gobierno democrático que pueda, con el apoyo de las fuerzas progresistas, iniciar los cambios políticos y económicos que conduzcan al establecimiento de una nueva sociedad, cuyos perfiles serán definidos conforme avance la participación popular en las decisiones de política económica; asimismo, los cambios dependerán de la fuerza que adquiera el poder social y se logre consolidar la creación de ciudadanía.
Si la crisis política condujera a cualquiera de estas dos opciones, la trascendencia del proceso electoral de 2018 adquiere su verdadera dimensión. La comprensión de esta situación, ha logrado que la derecha se unifique. Las marchas que, bajo el pretexto de la defensa de la familia tradicional cuya existencia nadie prohíbe, no es sino el ataque al Estado laico y la propuesta simulada de un Estado religioso, en apoyo al cual han marchado autoridades religiosas, empresarios y funcionarios públicos. Para la derecha no hay mucho que teorizar: el Estado debe ser religioso, la economía de libre mercado y la democracia representativa. Es, dicen, lo natural y lo natural es eterno.
En estas condiciones, tienen un enemigo a vencer; la insurgencia cívica, que podría capitalizar López Obrador y atacándolo con la furia con que lo hacen disipan sus temores a la insurgencia ciudadana que los amenaza; destruyendo a López Obrador, creen poder acabar con el espíritu levantisco que se generaliza entre la población trabajadora. ¿Qué explica la conjura contra López Obrador? Sólo puede explicarla el miedo. No el miedo a la persona, sino a que los trabajadores de la ciudad y el campo, los estudiantes, los intelectuales, las amas de casa, los jóvenes sin empleo ni escuela, los indígenas oprimidos y los marginados puedan decidir organizarse y ser parte activa en el próximo proceso electoral y logren que López Obrador triunfe de manera tan rotunda que sea imposible cualquier forma de fraude.
Pero ese posible triunfo requiere de unidad política, unidad que no se tiene y se está lejos de alcanzar. Quienes actúan en el movimiento social creen que su movimiento –gremial, peticionario o de resistencia– es el movimiento, y todo lo que se haga debe centrarse en su apoyo, lo demás es secundario. Al parecer no hay nada que permita superar la tendencia al aislamiento de los movimientos sociales.
Lograr romper el sectarismo y con la falsa idea de que cambiar un hombre cambia el sistema o que el movimiento lo es todo y la estrategia nada, son, sin duda, algunas de las tareas impostergables de la izquierda, cuyo eje transversal es construir poder social al tiempo de organizar un gran destacamento electoral que triunfe en 2018 ¿Cuándo se empezarán a cumplir estas tareas…?
Nota al margen: Se pueden retirar los apoyos al campo y no producir alimentos, pero a cambio, anunció Peña Nieto, la industria militar pronto producirá cohetes, cañones y aeronaves. Buen provecho.