“¡Oh fragilidad de las cosas humanas! ¿Será cierto? El fuerte, el terrible cayó. ¡No existe ya el pobrecito hablador! Pero ¿qué mucho? Caen y pasan los imperios, ¡y y no habrán de caer y pasar los habladores! Los asirios cayeron; los babilonios hicieron lugar a los persas; los persas sucumbieron a los griegos; los griegos se re fundieron en los romanos; Roma humilló su altiva frente a las hordas del Norte; y a los bárbaros sus águilas imperantes… Todo pasó: el re cuerdo de su soberbia existe sólo para hacer más humillante su caída. ¿Qué le prestó a la colonia de Dido su mala fe? ¿Qué le prestaron sus ciencias a la ciudad de Minerva? ¿Qué a la corte de Zenobia sus altos monumentos? ¿Qué a la capital del mundo su severidad republicana ni sus altos muros? Todo lo destruyó el tiempo. ¿Y no podrán destruir a un hablador?
Mariano José de Larra.
El pobrecito hablador.