El periodismo está de luto. En un mes (que aún no concluye) han sido asesinados tres periodistas en nuestro país. Cecilio Pineda Birto, de La Voz en Tierra Caliente, en Guerrero; Ricardo Monluci Cabrera, de El Político, en Veracruz; y la semana pasada, Miroslava Breach Velducea, corresponsal de La Jornada, en Chihuahua. Hechos que evidencian que ejercer el periodismo en México se ha convertido en un acto riesgoso y de sobrevivencia diaria.
Cecilio, Ricardo y Miroslava se convirtieron en los periodistas número 28, 29 y 30 asesinados en lo que va del sexenio de Enrique Peña Nieto, de acuerdo con un recuento de la organización Artículo 19, la cual ha documentado, entre 2000 y 2017, un total de 102 periodistas y comunicadores asesinados en posible relación con su trabajo periodístico. Tan solo el año pasado se registraron 11 casos (equivalente a 10.7 por ciento del periodo), convirtiéndose en el año más violento.
A dicho escenario se suma la impunidad en la que quedan dichos casos. De acuerdo con la misma organización, 99.75 por ciento de ellos queda sin un castigo o un responsable claro. Con ello, el Mecanismo de Protección para Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas, de la Secretaría de Gobernación (Segob), y la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos contra la Libertad de Expresión (FEADLE), de la Procuraduría General de la República (PGR), diseñados por el gobierno para prevenir y combatir la violencia contra la prensa, siguen sin dar resultados positivos.
A Miroslava no la mataron tres hombres. A Miroslava la mató el Estado en el que vivimos. La mataron la corrupción y la impunidad que imperan en este país. Si consideramos el mensaje dejado en el lugar de los hechos, Miroslava es una víctima más de una guerra emprendida hace más de 10 años bajo el pretexto de combatir el narcotráfico y que tiene a varios estados del país hundidos en la inseguridad y que han cobrado miles de vidas y desapariciones.
Ahí están los ejemplos de Tamaulipas, Chihuahua, Guerrero, Michoacán, Coahuila, Nuevo León o Veracruz, por mencionar algunos, donde las personas desaparecen sin dejar rastro alguno; donde las amenazas y agresiones contra la prensa provenientes de autoridades y crimen organizado son constantes; donde los asesinatos contra periodistas se vuelven comunes; y donde la autocensura impera.
El caso de Miroslava vuelve a poner los reflectores en otros casos más que también han sido emblemáticos y que siguen sin tener justicia. Ahí están Regina Martínez, corresponsal de Proceso en Veracruz, asesinada en 2012; Gregorio Goyo Jiménez, de Notisur, asesinado en 2014; o Moisés Sánchez, de La Unión, y Rubén Espinosa, de Proceso y Cuartoscuro, asesinados en 2015, por mencionar algunos.
La agresión, intimidación o asesinato contra un periodista o comunicador, no solo representa una violación a la libertad de expresión individual que nos reconoce la Constitución en su artículo 6to, sino también es una violación al derecho a la información que tenemos colectivamente como sociedad. Por eso nos debe llamar la atención, por eso nos debe indignar.
¡Ya basta! ¡Basta de amenazas, agresiones y asesinatos contra las y los periodistas! ¡Basta de impunidad! ¡Basta de más balas y sangre! ¡Basta de coartar la libertad de expresión! ¿Cuántos más? ¿Hasta cuándo? No se mata la verdad, matando periodistas. ¡Ni uno más!.