La estigmatización de los empleados públicos. Una de las consecuencias del neoliberalismo es diferenciar los servicios públicos de los privados. Se determina como ley natural que el servicio público es ineficiente porque no está en el mercado.
En razón de que las plazas de los trabajadores al servicio del Estado –ayuntamientos, estado, Federación, organismos públicos descentralizados o desconcentrados– son definitivas, estos no tienen compromiso con la calidad.
De ahí deriva el estigma de una burocracia poco confiable, indolente e improductiva. Por eso se crean los sistemas de servicio civil de carrera, con el propósito de que el ingreso dependa del desempeño y no del salario.
Todos los sindicatos de empleados públicos nacen bajo la potestad del Estado corporativo y dependiendo de su capacidad de negociación o pertenencia a un área estratégica de la economía, es que se definen sus salarios y prestaciones.
La alternancia política los metió en un proceso de confusión y muchos no supieron qué hacer y hoy están retornando a la matriz gubernamental. Todos quieren ponerse bajo la sombra de la IV Transformación.
Durante los últimos días se ven movimiento en los sindicatos de la Secretaría de Salud y en el 7 de Mayo. En el de los burócratas se ha emprendido una lucha encarnizada entre dos grupos políticos que buscan recuperar o mantener la posesión del sindicato.
Quizá los dos se queden con un palmo de narices. No se llamen a sorprendidos los trabajadores cuando vean que casi por control remoto sus manos se dirijan a las urnas y dejen fuera a quienes declaran ser dueños de la voluntad de los trabajadores.
El mayor problema que hay entre quienes están en posesión y quienes se dicen dueños de la nomenclatura es que desde el poder institucionalizado se les tiene muy poca confianza a ambos.