Viernes, abril 26, 2024

Todo se compone por el amor incondicional que damos

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Me vi en ese espejo recorriendo esos mismos pasos y seguido esas mismas huellas; solos, cada uno, como cabeza de familia, siendo madre y padre a la vez.

Me contó que a él lo abandonaron con un bebé de brazos. Que la mujer, extranjera,  desapareció y no supo más de ella. Nunca volvió. Y asumió su realidad. Él estudiaba Leyes en la ciudad de México y con bebé en cangurera, pañalera al hombro y mochila a la espalda, iba y venía a clases, día tras día.

Él tenía 21 años y en plena clase sacaba el biberón y alimentaba a su hijo cuando éste lo pedía; sin siquiera el niño quejarse, le cambiaba pañal, que era de tela, le limpiaba la colita con papel de baño y se llevaba los pañales sucios en una bolsa bien sellada dentro de su mochila para lavarlos en casa y que estuvieran limpios para el día siguiente.

A él, de niño, su madre, por razones que él desconoce, lo dejó en un orfanatorio. No iba por él ni en vacaciones de Navidad ni Semana Santa; ni tan siquiera los dos meses por fin de año escolar. No dice más. Supongo que en el orfanato había quien le diera cobijo y compañía bondadosa porque no reporta tristeza, resentimiento, violencia o abusos de ningún tipo, por el contrario, desde entonces supo que todo en la vida se compone por amor.

Sin juzgarla, dice que comprendió que su madre no sabía qué hacer con él; de la madre de su hijo no menciona nada, no la condena, solo sabe que la respuesta para todo en la vida es el amor.

Nunca había conocido una historia de un hombre joven que asumiera con tanto amor y solo, la responsabilidad al 100 por ciento de su bebé de brazos al ser abandonados ambos. Al narrarlo él e imaginármelo tan jovencito en clases, en el transporte, en la calle, cargando, atendiendo, alimentando y cambiando a su hijo con tanto amor y cuidados, sin importar lo que fuera necesario hacer y atiborrar en la mochila para salir juntos, para ser padre y madre a la vez.

Me vi en ese espejo y como yo, pensé en las miles de mujeres que hemos recorrido esos mismos pasos y seguido esas mismas huellas, solas, cada una como cabeza de familia, siendo madre y padre a la vez, con la mejor compañía del universo que son nuestros hijos de brazos, caminando juntos y unidos ese recorrido para alcanzar nuestro destino.

No había conocido una historia así de un hombre joven sensible, entregado, sin nunca quejarse, que asumiera ese lado tradicionalmente femenino y maternal, con tanto amor hacia su hijo y hacia la vida misma.

Me lo contó de una manera tal que me llegó a lo más recóndito de mi ser, y sí, sí lloré… porque me vi en esa historia, pero la de él es un ejemplo excepcional en una sociedad machista, de que todo en la vida se compone por el amor incondicional que damos.

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