Viernes, abril 26, 2024

El poblamiento de América fue marcado culturalmente por el desierto, dice experta

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El poblamiento de América, señaló la reconocida arqueóloga Leticia González Arratia, fue marcado culturalmente por el desierto. Lo anterior, aseveró, se refleja en la existencia de sitios arqueológicos con características muy similares como lo son sus materiales textiles situados en cavidades visibles lo mismo en California que en Utah (Estados Unidos), en la Cueva de la Candelaria, en Coahuila o en el Valle de Tehuacán, y su Cueva de Coxcatlán.

La investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) refirió que debe retrocederse varios miles de años para situarse en las primeras migraciones que bajaron del Estrecho de Bering, y las múltiples generaciones que fueron dispersándose en Norteamérica.

En su opinión, dado a las glaciaciones del Pleistoceno, estos grupos “no podían venir por las altas montañas, por ejemplo, las Rocallosas (Canadá) y continuar por la Sierra Madre Occidental (suroccidente de Estados Unidos y oeste mexicano), sino que lo hicieron al pie de esas cordilleras.

“Entonces, van explorando y atravesando territorios como Cuatro Ciénegas (donde están localizados tres grupos de huellas humanas fosilizadas, las cuales se estima tienen ocho mil años de antigüedad) y el centro-norte de lo que hoy es México. ¿Cómo sobreviven?, comiendo tunas y los frutos del mezquite y del huizache, asando los corazones de los magueyes.

“La dispersión de estos grupos humanos trazó una especie de ‘lengua’. El Desierto de Chihuahua se va yendo hacia el Altiplano Central y llega al Valle de Tehuacán, en Puebla, donde —a inicios de los 60— el arqueólogo estadounidense Richard S. MacNeish excavó cinco cuevas en las que obtuvo restos arqueológicos de plantas de maíz de aproximadamente cinco mil años de antigüedad”.

De acuerdo con González Arratia, la existencia de sitios arqueológicos con características muy similares por sus materiales textiles en cavidades como la propia cueva de Coxcatlán, “sugiere que el poblamiento de América siguió este rumbo y, por tanto, fue marcado culturalmente por el desierto”.

La investigadora que durante décadas ha estado en contacto con los materiales recuperados en la cueva mortuoria de La Candelaria, una sierra relativamente cercana a la Comarca Lagunera, propone además que los grupos de cazadores-recolectores que ocuparon el actual territorio del norte de México, fueron clave para el desarrollo de la agricultura en Mesoamérica debido a que construyeron un eficiente modelo de explotación de recursos naturales.

Sostiene que la proximidad con la colección arqueológica del recién reestructurado Museo Regional de la Laguna (Murel) le ha permitido teorizar, “plantear hipótesis distintas a las propuestas por los arqueólogos en general” sobre la trascendencia de lo que llama ‘las culturas del desierto’.

“Tal vez no sea del agrado de los ‘mesoamericanistas’ pero, considero que, gracias a las culturas del desierto, a su tecnología y conocimientos de supervivencia —el cual conjugaba la geografía y la estacionalidad de plantas, y del agua, con sus necesidades de reproducción social e ideológica—, es que pudo surgir la agricultura en Mesoamérica”.

La especialista del Centro INAH Coahuila resalta que, para comprender esta hipótesis, es necesario observar la distribución del Desierto de Chihuahua, el más grande del norte del continente, el cual comprende tres estados del sur de Estados Unidos: Arizona, Nuevo México y Texas, una considerable extensión del estado mexicano homónimo, y se extiende al sur en parte de las entidades de Nuevo León, Coahuila, Zacatecas, Durango, San Luis Potosí e Hidalgo.

Mencionó que el discurso museográfico del Murel recupera este dilatado poblamiento del norte de México, en particular de la región noreste, donde la presencia de grupos nómadas dedicados a la caza, pesca y recolección, se fue dando hace más de 11 mil años. Indicó que, para su sobrevivencia, les fue imprescindible desarrollar un conocimiento profundo de la ubicación del agua, como los manantiales de los cerros; así como de los hábitos de los animales y del periodo del florecimiento de las plantas. Así, la consolidación de las culturas del desierto tardó, al menos, cuatro milenios y medio, del año cinco mil 100 antes de esta era en común al año 600 de esta era en común.

Dijo que ese modelo de civilización no requirió “grandes transformaciones”, pero sí de un movimiento continuo, en parte, a las necesidades de producción y reproducción física de los habitantes, y por exigencias rituales, religiosas y de reafirmación de los lazos sociales, de parentesco y políticos de esos diferentes grupos del desierto. Destacó que las cuevas mortuorias son parte de esa tradición, pues los antecedentes de ocupación de estos espacios van de 600 antes de esta era en común al año 1350 de esta eran en común. Ahí, las poblaciones del desierto depositaron los cadáveres en posición fetal, como una referencia simbólica a la Madre Tierra, representando el retorno al útero materno.

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