Viernes, abril 26, 2024

La obra de arte mexica era un contenedor divino que interactuaba con el hombre: Aban Flores

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La obra de arte mesoamericana, como ocurre con la mexica, tiene una característica especial en el contexto ritual que es una función distinta a la forma en que se concibe el arte de manera occidental. En ellas, lo mismo esculturas, que pinturas, imágenes en códices y objetos diversos, se depositaba “una energía divina” que las convertía en “contenedores divinos” que después de su uso debían ser destruidos, afirmó el historiador del arte Aban Flores Morán.

Dijo que a diferencia de la concepción actual en donde el arte está hecho “para verse, percibirse, gozarse, para tener una percepción desinteresada de la obra que permite recorrer un museo y sin saber de ella se puede tener un acercamiento y un disfrute”, en el caso del arte mexica las piezas son “ixiptlas, representantes de las deidades”.

En ellos, abundó el arqueólogo de formación, se contiene esa “energía divina” que “venía de otro mundo para que el dios pudiera hacerse presente e interactuar con los hombres, influirlos y cambiarlos”.

Como parte de la conferencia Esculturas y figurillas rituales mexicas en la colección del Museo Amparo, Flores Morán dijo que eran “piezas poderosas que cuando dejaban de ser útiles tenían que ser enterradas o destruidas”.

Como ejemplo, señaló que sucede desde hace tiempo y de manera actual, el uso de la máscara en muchos poblados de México implica que, tras su uso y por la “energía que traen cargando”, tienen que ser rotas para que no afecten a los hombres y “en vez de lluvia traigan un torrencial”.

“En las figurillas se hacía presente la energía divina del otro mundo. Todas representaban al hombre e incluso tenían un sentido inverso que era ser el representante de las personas de este mundo ubicadas en un contexto ritual que, aunque era manipulable, no era parte de nosotros sino de otro tipo de energías”, señaló.

El académico del Centro de enseñanza para extranjeros de la UNAM expuso que este “ixiptla” –la representación de la imagen sagrada mesoamericana–, de las personas hacía que las energías se hicieran presentes.

“El arte fue un puente, un punto de comunicación entre los dos mundos, entre lo divino y lo natural, algo que queda patente en las figurillas de los museos”, sostuvo.

Aban Flores afirmó que las piezas que se encuentran en excavaciones y en las colecciones de museos representan el carácter ritual de la plástica y el arte mexica del posclásico, el cual tiene diversas cualidades, la primera de ellas el tener un “carácter privativo de saber”, pues solo tenían acceso a ellos pocas personas y aún menos tenía el conocimiento para interpretarlos.

Otras cualidades de este arte mexica, continuó, es que presentaban escenas históricas, tenían un carácter didáctico para difundir las ideas y creencias, además de que eran un medio de comunicación con lo sobrenatural.

Ejemplos de ello, enlistó, son las esculturas monumentales de Coyolxauhqui, la diosa desmembrada; Tlatecuhtli, de 12 toneladas de peso y con restos de policromía, rodeada por 31 ofrendas al ser encontrada, y Coatlicue, con su faldellín de serpientes, su collar de manos y corazones que en vez cabeza tiene a dos serpientes que se enfrentan.

El estudio de estas piezas, señaló Flores Morán, hacen patente que era por medio de la obra de arte como las deidades se hacían presente alrededor de una serie de conceptos; el principal de ellos, que “la vida que el hombre tenía era como un lienzo en blanco al que bajaba una energía divina y se colocaba en él para darle la fuerza para vivir y que, a la hora de la muerte, este lienzo dejaba salir la energía, pues únicamente podían estar en el mundo contenidas en algo”.

En ese sentido, el investigador agregó que “por eso las obras de arte eran contenedores en los que se recibía la energía en el momento de transformación de la materia prima a la obra de arte, por lo que esculturas, imágenes, pinturas, cerámicas y demás eran “ixiptlas”, objetos que hacían presente la “energía divina” en el mundo.

En la colección de arte prehispánico del Museo Amparo, continuó, existen varios ejemplos de estos “contenedores”: la escultura de mediano formato de un hombre sedente que por sus características formales se piensa representa a Ehécatl, dios del viento; la figurilla masculina en la que el hombre lleva un tocado de plumas cortas, una banda que sostiene dos grandes tiras de papel, dos orejeras circulares, anteojeras, nariz prominente y una nariguera de la cual cuelga una máscara que representa a Tláloc; o la figurilla femenina que destaca por el quexquemetl que viste y refiere a Xilonen, la diosa joven del maíz.

De entre otras, el historiador del arte Aban Flores destacó aquella figurilla masculina de formas ovaladas, boca entreabierta, nariz trabajada, prominente y con pequeños orificios, cabello tipo casco con dos orejeras y la forma de un chongo en la parte superior, siendo este uno de los principales elementos que ayudan a identificar la pieza, pues ésta refiere a uno de los personajes más importantes de la sociedad mexica como aparece en el Códice Mendocino: el Quauhacatl, el guerrero más preparado y más valiente, el “águila querida”, que según Bernardino de Sahagún era el guerrero más honrado por lo que no cualquiera tenía ese título sino solo aquel que lograba cinco cautivos de las ciudades antiguas como Atlixco y Huexotzinco, y que llevó a ciertos gobernantes –incluso Moctezuma– a imitar la forma de vestir y el chongo que trae en la cabeza, el cual se amarra con dos tiras que caen con sus borlas.

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