Viernes, abril 26, 2024

Finales del Mundial femenil, Copa América y Copa de Oro

Destacamos

Sobre la historia de anoche en Chicago ya habrá oportunidad de volver, si acaso valiera la pena. Por lo pronto, Martino se curó en salud al señalar que no le preocuparía perder esa final, ante la muy mediana Selección de EU. Tipo listo. Aprovecha que no hay sobre él la presión brutal que acompañó la gestión de Osorio. Es la diferencia entre ser argentino o colombiano (por cierto, ¿recuerda el lector cómo terminó el reciente partido de Copa América entre ambas selecciones?). No le falta razón al rosarino en el sentido de que su equipo ofrece pocas garantías, atenido atrás a la capacidad de Ochoa y adelante a la astucia de Jiménez, pues el cuadro bajo se ha mostrado bastante permeable, carecemos de director de orquesta a medio campo y adelante predomina el descoordinación. Aun así se podía ganar, porque los yanquis tampoco tienen gran cosa. Ya sabe usted el resultado.

Horroroso. Sin futbol, con abuso del cuerpeo y los pelotazos, Haití le complicó al máximo al Tri la semifinal del martes en Pheonix. El combinado de Martino entró en el juego que más convenía a los antillanos –el vértigo, el atolondramiento, la ausencia de pausas– y pagó el pato la chicanada fiel, que sobre 90’ infumables aún tuvo que soplarse unos tiempos extra de pura basura. Aunque fue allí donde Haití cayó en su propia trampa: una falta absurda dentro del área que Jiménez, que la había sufrido, resolvió engañando con serenidad al muy solvente arquero Placide (93’). Y eso fue todo. O casi todo porque, de último minuto, un zapatazo de Bazile rebotó en el larguero con Memo Ochoa ya vencido.

Esta semifinal de pena ajena, resuelta mediante un mísero penalti, fue la antesala del duelo por el título, reedición de una pugna ya tradicional. EU había vencido 3–1 a Jamaica en partido que interrumpió la tormenta eléctrica que la noche del miércoles se abatió sobre Nashville. Y pudo ser peor, porque los del reggae ni las manos metieron.

Eu y su cuarto título mundial. Las féminas estadounidenses confirmaron su condición de favoritas y derrotaron a Holanda en la final de Lyon (2–0). Fue mucho equipo el dirigido por Jill Ellis para el discreto nivel del resto de participantes. Megan Rapinoe, la capitana antitrump, marcó de penalti (61’, previo VAR) y al poco rato asegundó Rose Lavelle (69’). Las naranjas no tuvieron reacción.

Copa América sin sorpresa. Desde el principio se perfiló ésta como una Copa mandada a hacer para victoria final de Brasil, ante su público y con todo a favor. Y la final no hizo sino confirmarlo. Hubo un lapso, durante el segundo tiempo, en que Perú apretó y llegó a poner nervioso al Maracaná. Pero en realidad o tenía con qué ganar ese partido, ni siquiera cuando el local se quedó con diez por la expulsión de Gabriel Jesús (69’). En ese momento el canarinho ganaba 2–1, metió Tite a Richarliston con la misión de empantanar el trámite, y el recién llegado, luego de meter el juego en un laberinto, allá por el rincón derecho del campo peruano, acabó dándose el lujo de meterles el tercer gol, un penal muy discutible con el que el chileno Tovar Vargas ensució su correcto arbitraje.

Quedará en el recuerdo un Brasil no abiertamente contrario al jogo bonito pero sin individualidades de verdadera clase para sustentarlo. En la final abrió pronto el marcador (Everton a los 14’, perdida la marca por Advíncula), y tuvo la suerte de romper pronto el empate a uno (Paolo Guerrero en penal por mano de Thiago Silva, a los 45’), en uno de tantos descuidos peruanos  –de Yotún inicialmente y luego de Zambrano, bien explotado por Gabriel Jesús (45’+2). Y contra lo esperado, no hubo al regreso del vestidor ni siquiera asomos de concierto a la brasileña sino más bien adelantamiento de los incas, eximios tocadores en corto sin vocación de gol y siempre muy expuestos atrás. Total, un partido escaso de emociones y victoria opaca pero incuestionable del anfitrión, que por si fueran poco las ayudas arbitrales recibidas acaparó al final todos los premios. Con descaro tal que se le entregó a Everton la presea al goleador del certamen ignorando olímpicamente que el peruano Guerrero había conseguido las mismas tres anotaciones.

No es de extrañar que Messi, perdida su usual compostura, haya estallado en improperios.

Supercrack en rebeldía. La víspera, a Lio Messi lo habían exasperado las rudezas del Pitbull Medel y ambos se fueron expulsados a los 37’ del duelo por el bronce, que derivó en disputa callejera, con victoria albiceleste por 2–1 (goles de Agüero y Dybala antes de 22’, y descuento chileno de penal, anotado por Alexis). El habitualmente impasible “10” se negó a recibir su medalla y continuó despotricando contra la Conmebol y su descarado favoritismo, con tintes políticos, hacia Brasil. Y resulta que todo lo denunciado era verdad.

Brasil, con polémica. De la fiesta desatada en la semifinal del martes en Belo Horizonte se colgó hasta el temible Jair Bolsonaro, cuya forzada “vuelta olímpica” condicionó el posterior Brasil–Argentina. Derrotados, los ches se han quejado amargamente del arbitraje y no les falta razón: hasta dos jugadas de área, sospechosas de penalti, pasaron por alto entre el VAR y el silbante ecuatoriano Zambrano, la segunda de las cuales derivó, vía contragolpe, en el segundo gol brasileño, que selló el 2–0 definitivo (71’). Lo hizo Firmino pero lo posibilitó con su fuga y servicio Gabriel Jesús, que liquidó deudas, disipó dudas y además clavó el primero, que el propio Firmino le entregó a bocajarro tras un jugadón del incombustible Dani Alves –sombrerito sobre Tagliafico, quiebre corto para eludir la barrida de Pezella y toque al desmarcado Firmino, en posición de extremo derecho. Que el encuentro fue parejo en juego y oportunidades lo demuestran los dos remates albicelestes devueltos por el marco –frentazo de Agüero al larguero y zurdazo de Messi al poste derecho de Alisson. Argentina y Lio Messi ofrecieron su mejor rendimiento de la Copa, y Brasil dispuso al fin de espacios libres al frente en un clásico de tintes apasionantes. Donde lo único discordante fue el arbitraje.

Chile, destronado. Y de mala manera: el bicampeón nunca le encontró el hilo al partido, y cuando quiso reaccionar, ante un Perú desconocido, estaba ya en desventaja de dos goles (Flores a los 21’ y Yotún a los 38’). La consabida e histórica fragilidad defensiva de los incas no dejó de brindarle ocasiones en la segunda mitad, pero a los atacantes chilenos les faltó claridad y aplomo para aprovecharlas, sin olvidarnos del guardameta Gallese, que hizo el partido de su vida, con tres o cuatro lances de milagrería y hasta un penalti detenido (a Vargas, frustrándole su pretendido Panenkazo en tiempo de descuento). El 3–0 había sido obra de Paolo Guerrero (82’), el mejor sobre el césped portoalegrense, donde quedó sepultada la ilusión de Chile por defender su bicampeonato en Maracaná.

HH al Atlético. El Atlético de Madrid presentó a Héctor Herrera como nuevo colchonero, contratado por tres años. Pero los titulares de la semana fueron para el suspenso que rodea el affaire GreizzmanAtlético–Barcelona: la directiva atlética acusa a la del Barsa de tentar secretamente al francés antes del plazo oficialmente permitido –por marzo, cuando el Atlético estaba en plena lucha por la Champions con la Juventus–, y en aparente represalia, el alto mando culé se resiste a pagar la ficha de recesión del jugador, que ya se había despedido de sus compañeros y de la afición colchonera. Ahora, convocado por el Atlético para la pretemporada, Greizzman se ha negado y está en abierta rebeldía.

Total, un enredo monumental, que aún no se sabe en qué parará.

Huracán Verstappen. Imposible pasar por alto la hazaña de Max Verstappen en el GP de Austria, donde quedó rota la hegemonía que Mercedes sostuvo en las primeras ocho fechas de la F–1. El holandés, que tuvo una arrancada titubeante que lo relegó hasta la séptima posición, ofrecería una demostración inolvidable de maestría, bravura y sed de triunfo que fue relegando uno a uno a quienes lo antecedían –Ferrari volvió a exhibir su desbarajuste en pits en perjuicio de Vettel, y Mercedes también tuvo injustificables demoras. De auténtico alarido el cierre relampagueante del Red Bull de Mad Max, que rebasó a Valteri Bottas en la vuelta 59 como si el Mercedes lo corriera un principiante, y se lanzó a la caza del líder Charles Leclerc para un mano a mano emocionantísimo que el holandés resolvió en la vuelta 69 (de 71) prácticamente a codazos –por inercia de la velocidad con que tomó una curva a la derecha tocó al Ferrari, desplazándolo fuera y rebasándolo sin remedio. Bramaba la tribuna, cuajada de camisetas anaranjadas, cuando la bandera a cuadros saludó la gesta de Verstappen, acompañado en el podio por Leclerc y Bottas pero dueño absoluto del protagonismo de una de las carreras más emotivas de los últimos tiempos, que se venían distinguiendo justamente por lo contrario.

Mal anduvieron Hamilton y Vettel y sin un auto a la altura el Checo Pérez, que terminó onceavo y marcha decimotercero del campeonato.

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