Viernes, abril 26, 2024

Faena… poema… ¡faema!

Destacamos

Una simple vuelta al ruedo. Incluso con cuatro pitos cuando la iniciaba, lo cual acrecentó instantáneamente la ovación que la acompañaría hasta su final. La monotonía informativa afirma que Diego Urdiales confirmó su alternativa en la México con “Personaje”, de Bernaldo de Quirós, que éste fue un toro excepcional y que, muerto el animal, el riojano fue llamado a dar la vuelta al ruedo. La única oreja fue para Fermín Rivera, decía la cabeza de tales reseñas, y agregaban que la ausencia de Enrique Ponce afectó la entrada.

Pero, ¿un toro excepcional acepta, remoloneando, un puyacito simulado? ¿Un toro excepcional espera a los banderilleros, reserva sus embestidas y termina la faena de muleta buscando el abrigo de las tablas? Allí lo único excepcional fue la maestría de Urdiales para seducir al remiso con muleta de seda, dejándole el engaño en la cara al final de cada viaje para poder engendrar, sin solución de continuidad, el pase siguiente; y, desde luego, el arte excepcionalmente sutil y personal que emanaba de su expresión torera al gobernar –cadenciosamente reunidos el toro, el torero y el arte– una embestida que, de titubeante, pasó como por ensalmo a obediente y ligada, como si el de Bernaldo de Quirós estuviera instalado sobre una banda sinfín de desplazamiento muy muy lento.

Así se sucedieron tandas eternas por ambos pitones, si soberbios de textura y temple los derechazos, sencillamente portentosos los naturales. Y cada una rematada con el de pecho, a derecha o izquierda, barriendo lomos y permaneciendo allí sin aspavientos, como eje de aquella joya de faena. Una faena llena de armonía y aroma torero. Y traspasada de emoción contenida, cargada cada suerte de belleza y de sentimiento hasta hacer del conjunto un poema–faema redondo y feliz. Algo ya casi inconcebible bajo el imperio del post toro de lidia mexicano.

Una ligada serie de ayudados por bajo rodilla en tierra, no menos asolerada y expresiva que el resto del muleteo, precedió a insuficiente pinchazo hondo y tres o cuatro golpes de descabello, prólogo de aquella despaciosa y saboreada vuelta al ruedo, con la Monumental puesta en pie, aclamando como un solo espectador a Diego Urdiales, natural de Arnedo, provincia de La Rioja, 40 años de edad y 16 de matador. Y para la afición de la México, la revelación más alucinante de los últimos años. Si la publicrónica lo contó mal y de prisa, allá ellos y su dependencia de una empresa que nos había regateado por más de tres lustros a semejante artista del toreo.

Españoles que se presentaron triunfando. Desde 1887 y hasta el presente, han actuado en México más de dos centenares de matadores hispanos, incluidas todas las figuras de allá con la colosal excepción de Joselito El Gallo. Solamente en la México hemos visto confirmarse 146 alternativas. Y de esa multitud de coletas, muy pocos lograron adueñarse del alma del público mexicano. Entre los antiguos, los Antonios Montes y Fuentes, Chicuelo y Cagancho. De los modernos, Manolete, Camino y El Capea. Y no pongo la mano en el fuego por ningún contemporáneo, notables algunos pero ninguno incuestionable.

Son más, aunque no demasiados, aquellos que dieron en la diana y cobraron algún apéndice la tarde de su presentación en la capital. En el Toreo de la Condesa el Litri original (20.10.07), Bienvenida padre (15. 11.08), Sánchez Mejías (12.12.20), Marcial Lalanda (03.12.22), Mariano Montes (18.11.23), “Nacional II” (25.11.23), Martín Agüero (27.11.27), Cagancho (02.12.28: el único, con Manolete, que al presentarse cortó un rabo), Ricardo González (10.11.29) y Manuel Rodríguez (09.12.45). Y en la México, las confirmaciones orejeadas fueron suscritas por Morenito de Talavera (17.11.46), El Choni (29.12.46: una por toro), Antonio Ordóñez (30.11.52), Luis Miguel Dominguín (12.12.52: dos orejas), Calerito (06.12.53), Paco Camino (16.12.62), Diego Puerta (01.01.63), Fermín Murillo (10.01.65), Andrés Hernando (15.01.67), El Inclusero (12.03.67), Palomo Linares (20.10.68), Paquirri (29.11.70), Galloso (09.01.72), El Capea (09.12.73), Pepe Luis Vargas (11.01.81), Roberto Domínguez (01.02.81); y ya en tiempos de autorregulada manga ancha Jesulín (01.11.92), Oscar Higares (15.01.95), Manuel Díaz (19.11.95), Miguelito Litri (10.11.96: dos orejas), El Tato (17.11.96), Vicente Barrera (07.12.97), El Juli (06.12.98), David Luguillano (21.02.99), Eugenio de Mora (12.11.00), Morante (25.12.00), Padilla (09.11.01), Antonio Barrera (23.12.01), Salvador Vega (14.11.04, dos apéndices), Matías Tejela (23.01.95: tres), Manzanares hijo (19.11.06: dos), Talavante (11.11.07), Perera (25.01.09: hasta el rabo de un semoviente de obsequio) y Eduardo Gallo (25.12.11).

Las de mayor expectación. De hecho, las recientes acampadas en plena calle para conseguir boletos para la corrida de José Tomás recuerdan la conmoción provocada por unas cuantas presentaciones ilustres en el DF. Algo parecido ocurrió cuando se presentó Juan Belmonte (09.11.1913), mano a mano con Vicente Pastor, toros de San Diego: el Pasmo de Triana impresionó, pero sin arrollar, aunque durante esa temporada movió en grande la taquilla. Como Domingo Ortega, más moderadamente, en el invierno de su debut en El Toreo (1933–34), interés que pronto decreció. No fue el caso de Manolete, que llegó, vio, venció y cayó herido (del rabo de “Gitano”, el Torrecilla de su confirmación, a la seca cornada de “Cachorro”, su segundo de esa tarde); ha sido el Monstruo, en sus dos temporadas aquí, el suceso taurino y social más sonoro que se recuerda. Algo se le acercó El Cordobés 20 años después (07.02.65), pero sin emular la conmoción producida por Manuel Rodríguez Sánchez. Como tampoco El Litri, pese a la enorme publicidad que precedió su fracasado debut en la México (09.12.51).

Los que más impresionaron. No es nada casual que Joaquín Rodríguez “Cagancho” haya elegido nuestra patria para vivir y morir, rodeado del cariño de la gente, pues desde el primer día –faena de rabo a “Tirano” de La Laguna– fue un favorito del público de México. De hecho, sólo Manolete, con su inmensa personalidad y su constancia en el triunfo, ha alcanzado mayores cotas de popularidad y despertado superior entusiasmo. Pero hubo otro torero que, sin conseguir tanto, e incluso sin dejar posterior huella de su breve paso por nuestras plazas, dio en su presentación una tarde memorable. Me refiero a Luis Miguel Dominguín, que bordó a sus dos sanmateos y le cortó las orejas al 5º, “Pajarito”, sobreponiéndose a la enemiga del público, que lo esperaba con uñas afiladas (12.12.52).

Personalmente, recuerdo como confirmaciones que, sin ser apoteósicas, dejaron huella profunda las de Diego Puerta, cuyo valor espartano conmocionó a la Monumental (01.01.63: vuelta con petición a la muerte de “Platerito” y la oreja de “Cuquito”, un torrecilla reservón y geniudo del sacó insospechado partido), y El Niño de la Capea, que toreó por nota y le cortó una oreja que pudieron ser dos a “Consentido”, de Garfias, el castaño de su confirmación de manos de Curro Rivera (09. 12.73). También El Juli llenó la plaza y levantó el grito de to–re–ro, to–re–ro con su faena al cierraplaza de su primer día como matador en la Monumental –oreja, pese a pinchar: 06.12.98. Y mención aparte merece José Tomás, no sólo por ser uno de los dos hispanos doctorados directamente en insurgentes –el otro fue Ángel Majano, 11. 04.79–, sino por la entereza de su entrega y la incipiente pero notable calidad de su toreo: de “Mariachi”, el ejemplar de Xajay que le había cedido Jorge Gutiérrez en presencia de Manolo Mejía, debieron darle una oreja solicitada por mayoría, y cuando el 6º, “Fifís”, bronco y poderoso, le produjo dolorosa herida en la ingle en el inicio de la faena, permaneció en el ruedo sin dolerse hasta despachar a su heridor (10. 12.95). Un gesto que era velado anuncio de futuras gestas. Y tampoco se me olvida lo bien que cayeron la clase y torería de Eugenio de Mora (gran faena a “Tinterillo” de Garfias y muy buena la segunda), ignorado después por la empresa.

Petardos. Tampoco han faltado figuras consagradas en España que fracasaron clamorosamente al presentarse en el DF. Desde Curro Puya y Victoriano de la Serna –aunque el primero terminaría por cuajar, en su única temporada mexicana, al célebre “Como tú”, de San Mateo, faena que valió una Oreja de Oro (03.02. 29)– hasta Miguel Báez “Litri”, durísimamente abroncado tanto en su debut (09. 12.51) como en su segunda actuación, tras lo cual rompió su contrato y se volvió a Huelva. Y por algo semejante pasó Manuel Benítez, a cojiniza por tarde tanto al confirmar –con “Azucarero” de Carlos Cuevas y de manos de Antonio Velázquez, 07. 02.65– como a la semana siguiente; aunque pudo, al tercer intento, sacarse la doble espina, algo que para Litri demoraría varios años, hasta que logró cuajar a “Dancero” de Piedras Negras: le cortó la oreja pero, sobre todo, convenció a nuestra dura pero justiciera afición de aquel entonces (03.02.57). Y ni hablar del toro vivo en el debut de Jaime Ostos (19.12.65), cuya sequedad no gustó en México.

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