Viernes, abril 26, 2024

Un tal Pelé

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Estoy seguro de que si en este momento se abriera una votación en línea para que el redismo rampante eligiera al mejor futbolista de la historia, Lionel Messi ganaría por goleada, seguido a distancia por Cristiano Ronaldo; vendría en seguida un diluvio de nombres a tenor con los gustos y manías del votante hasta que allá, por mitad de la tabla, entre la vorágine de nombres con acento anglosajón o sudamericano, mezclado entre unos pocos africanos y hasta algún canadiense, australiano o jamaiquino, apareciera el de un tal Pelé, brasileño él, votado por los pocos septuagenarios que se atreven a darle otros usos al teléfono celular. Bien se sabe que, para los adictos a las redes sociales, Doña Historia es una anciana inválida e inútil, marchitándose en el olvido de algún ignoto asilo.

El Rey del futbol. Y sin embargo, días hubo en que dicho Pelé asombraba al mundo sin necesidad de que el matrimonio futbol-televisión se hubiera consumado, empoderado y adulterado hasta prohijar generaciones de fanáticos que, tal vez sin saber lo que es un partido contemplado en las tres dimensiones de un rectángulo verde, buscan con frenesí la nueva camiseta con el nombre del ídolo en turno.

¿Cómo fue posible, a años luz del comercial y demencial barullo contemporáneo, que aquel jugador de piel oscura nacido en Tres Corazones –minúscula aldea del estado brasileño de Belo Horizonte—colocara su efigie en la cima del mundo, hasta el punto de ser nombrado por el muy prestigioso L´Equipe “el atleta del Siglo XX”? Porque eso fue, ni más ni menos, Edson Arantes do Nascimento, que cumplió 80 años este 23 de octubre, recluido en una silla de ruedas pero esbozando la ancha sonrisa que reproducían sin pausa miles de diarios y revistas de todos los países, incluidos aquellos donde la palabra “futbol” poco o nada significaba.

Rasgos inconfundibles, trayectoria sin par. Si algún aficionado de nuevo cuño preguntara, entre burlón e incrédulo, cómo jugaba Pelé, antes de remitirlo al archivo de YuoTube podríamos adelantarle que conjugaba las características que cimentaron la fama de celebridades como los mencionados Messi y Ronaldo, y antes, pero no tanto, las de Diego Maradona y Johan Cruyff. Aunque en Maracaná existe una placa que conmemora un gol al Fluminense para anotar el cual Pelé cruzó la cancha gambeteando y dejando atrás a nueve rivales, quizá su manejo a ras del pasto ni fuera tan extremadamente pulcro y al pespunte como los de Diego y Lio; y tal vez su exuberante físico, elástico pero muy atlético, no diera para los agilísimos recorridos que caracterizaban a la gacela de Amsterdam. Y otro ilustre huésped del semiolvido, Alfredo Di Stéfano, argentino que llegó a disputarle a Edson Arantes la consideración de mejor del mundo durante algunos años, pues como él aunaba el don de la ubicuidad y el de un perfecto dominio del balón y del equipo campeón de Europa durante un largo quinquenio –el Real Madrid de 1956-60–. Pero Di Stéfano no participó en ninguna Copa del Mundo, la prueba máxima, mientras que, con Brasil, Pelé la ganó en tres oportunidades. Lo que no sólo señala la eximia clase del Rey sino su nivel de liderazgo dentro y fuera de la cancha, por no hablar de una intuición para abarcar visual y tácticamente los partidos que llevó a un grupo de científicos a certificar que el campo visual del brasileño se extendía más allá de lo normal. Como si tuviera ojos en la nuca.

¿Aparte lo mencionado, cuál fue el secreto de la superioridad de Edson Arantes do Nascimento sobre la pléyade de especialistas de alguna faceta del balompié en las que acaso lo hayan superado, aunque fuera por muy poco? Pues precisamente que Pelé reunía en su persona todas la virtudes que los demás grandes han exhibido por separado: su maestría con el balón se manifestaba a idéntico nivel en las tres dimensiones del juego –piso, aire y media altura–, pues lo mismo les quebraba la cintura a sus adversarios en un palmo de terreno que cambiaba instantáneamente de dirección a gran velocidad o ligaba dos túneles con un rebote en la pierna del contrario para conservar la posesión de la pelota; y era capaz lo mismo de anunciar un cabezazo y, en mitad del movimiento, absorber el balón con el pecho, que de usar muslos y rodilla para hacer giros inesperados y sombreritos al estilo de los de sus goles a Gales y Suecia en el mundial de 1958; o bien se elevaba como impulsado por resortes invisibles por encima de zagueros mucho más altos –su estatura no pasaba del metro 72—, y encima se las arreglaba para permanecer en el aire más tiempo que ninguno, como lo hizo para marcar el gol que puso en marcha el jubileo brasileño sobre Italia en la final del mundial México 70, aquel 21 de junio en que Brasil se proclamó tricampeón y Pier Paolo Passolini, cineasta incomparable, exclamó que sus paisanos podían ser excelentes prosistas, pero Pelé y los suyos habían hecho del futbol poesía en movimiento.

Y están los números. A los tres títulos mundiales que hicieron de Edson emblema y líder del Brasil inmortal (Suecia 58, cuando asombró con apenas 17 años; Chile 62, donde por lesión sólo jugó dos partidos; y México 70, que lo proclamaría el mejor del mundo y de la historia), hay que sumar que con el Santos ganó diez veces la liga de Sao Paulo y seis el campeonato nacional; y de paso, dos Copas Libertadores –1962 y 63—y las dos Intercontinentales de esos mismos años, derrotando al Benfica de Eusebio (¡2-5 en Lisboa!) y al Milán de Altafini y Rivera. En Brasil, su único equipo fue precisamente el Santos, del puerto paulista del mismo nombre, con cuya camiseta se despidió en 1974 –de la Selección verdeamarelha lo había hecho en el 71-; pero tentado por los dólares de la Warner Brothers, volvería para introducir el futbol en los Estados Unidos, y con el Cosmos de Nueva York obtuvo sus dos títulos finales, jugando al lado de un puñado de veteranos de clase mundial encabezados por el alemán Franz Beckenbauer y Carlos Alberto, el capitán de Brasil que en 1970, en el estadio Azteca, levantó la Copa Jules Rimet.

Por si algo faltara, conviene señalar que nadie se ha acercado siquiera a los 1281 goles que Pelé anotó en 1375 juegos –77 con la Selección, su máximo goleador hasta la fecha–. Y todo esto jugando siempre de “10”, cuando ese número correspondía al interior izquierdo, usualmente el hombre que manejaba a la delantera, aunque en el Santos siempre se dijo que podía jugar en cualquier lugar del campo. Tanto que más de una vez, ante alguna emergencia –en su tiempo no estaban autorizados los cambios de jugadores– hizo de arquero con la misma solvencia con que se manejaba en posiciones ofensivas.

Éstas son las razones de la superioridad absoluta de Edson Arantes do Nascimento “Pelé”.  Y ésta su incomparable historia como Rey del futbol. Por si alguna vez se anima usted a participar en una de esas absurdas votaciones en línea.

Puebla al parejo de León. El líder pasó por el Cuauhtémoc y se llevó los tres puntos. Hasta ahí, cero sorpresas. No estaba previsto, en cambio, que la Franja jugara en muchos momentos al nivel de la visita, hasta convertir a Cota en la figura del día. Partido alegre y vivaz, con oportunidades para ambos, en el que el León hizo prevalecer su superioridad individual por encima del entusiasmo poblano. Pero nada que reprochar a los de Reynoso, aunque el gol de Álvarez (77´) haya llegado cuando ya había hecho los suyos Gigliotti (53´) y Mena (73´). Los verdes terminaron con diez por expulsión de Pedro Aquino.

Champions. Arrancó con el campeón a tope –4-0 sobre Atlético de Madrid—y el campeonísmo a la baja –Real Madrid, vencido en casa 2-3 pese a que el Shaktar puso a sus reservas por imperativos del Covid 10, que arrasó con la plantilla ucraniana–. Lo mismo que el PSG, al que el ManUnited fue a humillar al Parque de los Príncipes (1-2)— en jornada favorable a los equipos ingleses, pues Liverpool derrotó al Ajax a domicilio (0-1) y el ManCity, en casa y con ayuda descarada de los árbitros, dio cuenta del Porto (3-1). Los alemanes impusieron su autoridad en Lepizig (2-0 al Istanbul) y en Milán –Inter 2-2 M´Gladbach—, pero no en Roma, donde el Dortmund cayó 2-0 ante Lazio. Barcelona pasó sin problemas sobre un débil Ferencvaros (5-1) y Sevilla sacó un buen punto de Stanford Bridge (0-0 con Chelsea). La Juve se llevó los tres puntos de Kiev (0-2 Dinamo) y Atalanta masacró 4-0 al Mitdllyland, con lo que se confirmó la supremacía inicial de ingleses e italianos. Eso sí, al Bayern, pleno de poderío y madurez, va a ser difícil que alguien le tosa.

Barsa a la baja. Sólo así se explica el categórico 1-3 que el Madrid fue a imponerle al Camp Nou. Ni Messi ni el resto –mixtura mal integrada de veteranos y novatos—estuvo a la altura, y Zidane encontró oxígeno puro para la delicada situación en que lo dejó el catastrófico debut en la Champions. Goles blancos de Valverde, Ramos (p) y Modric.

Y en Italia, el Atalanta, que como el Barcelona empezó con pie derecho su marcha por el torneo continental, al retornar a su patio se encontró con que la Sampdoria de Ranieri, viejo zorro, lo cazaba a contragolpes para vapulearlo 1-3 y romper la quiniela. Y eso que Quagriarella, a cambio de un golazo, se dio el lujo de entregar un penalti al arquero.

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