La presión de la sangre
llena este territorio de asombros,
nos oculta de tan desnudos,
nos late en cada palabra:
allá las muertas por hablar,
en el otro sitio
los presos por defender la vida
y sus esposas agitando sus violaciones
en la dentadura misma de las fuerzas especiales.
Voz como arma parecida al pan cotidian,
a la sal mínima,
a una pizquita de blancura
para sobrevivirnos a la noche.
Sin embargo
la presión armoniza los colores de las pieles,
el arrebol en los labios que se abren,
el sonrojo, el coraje:
de la ternura al deseo
en ida y vuelta revuelto,
es el ritmo cardiaco de los versos de la lengua
sístole
diástole
y una navegación que a veces
encalla en la luna más tranquila
y otras es el fulminante
que cobra una cuenta larga a los impunes.
Y qué mejor remedio para la hipertensión
que la poesía en fluido,
leerla tranquilos mojándonos de brisa,
renovados con o sin agujas
leerla despiertos
para soñarnos sueltos de pena
para hacerla vivir entre pierna y pierna envuelt.
(Todavía con los efectos del zapote y el espino blanco,
el muérdago y las hojas de olivo,
recargado como y con bolsa de pastor
y para el diablo: el ajo).