Viernes, abril 26, 2024

Joselito se gradúa ante la cátedra

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Como todos los años, las corridas españolas empezaron el viernes con cuadrillas y demás participantes en el paseíllo destocados y en silencio, inmóviles durante un largo minuto en memoria de Joselito El Gallo. Era 16 de mayo, aniversario número 94 de la tragedia de Talavera que, entre los cuernos de “Bailaor”, se llevó para siempre al rey de los toreros. En Las Ventas, el puesto del tercer espada lo ocupaba Joselito Adame, vestido con un extraño terno que combinaba cuadrícula áurea y pasamanería negra sobre el añil de la seda. Y encerrados estaban seis galafates ásperos y enterizos, no las moles de alfeñique que el propio hidrocálido había despachado allí mismo dos días atrás, ninguna tan difícil como el presidente que se negó a otorgarle una oreja solicitada por una plétora de pañuelos blancos. El robo, denunciado por la prensa con unanimidad casi total, sirvió sin embargo para que la empresa llamara a José en cuanto supo de la súbita indisposición de Miguel Abellán, hospitalizado con cólico nefrítico, para que fuese el alternante de El Fandi y Fandiño, Iván, que repetía tras abrir la primera puerta grande de la feria. Pero Madrid no lo recibió precisamente con flores: a ver si eres capaz de repetir, o fue tu triunfo un simple accidente. Y con Adame, más de lo mismo. Fandila, en cambio, no les daba ni frío ni calor. Van a verlo banderillear, y su antiestético quehacer con las telas allí apenas interesa.

 

Graduarse sin tocar pelo. Para Joselito ha sido una durísima doble prueba. Y la pasó sin escuchar un solo pito, obligando a los madrileños a reconocer su torerismo y su entrega porque antes obligó a embestir a cuatro astados más exigentes aún que la adusta parroquia venteña. Si tomamos en cuenta que estuvo por encima de los cuatro, que aguantó sin pestañear cualquier clase de parones, coladas y tornillazos hasta conseguir reducirlos al mando de su garruda muleta, y que ligó siempre los pases metido entre los pitones –ni un grito de “pico” como crítica–, para estructurar cuatro faenas de torero responsable y cabal.

La más lograda fue la primera, pues “Estudiante”, el reserva de Torrealta que sustituía al derrengado titular de La Palmosilla, soportó, mal que bien, las 30 embestidas de rigor. Empezó por centrarlo en su muleta con doblones maestros, y enseguida estaba en los medios, citando desde largo para correrle la derecha con limpia verdad en tres tandas de clamor. Y cuando lo tomó con la zurda, por donde “Estudiante” llevaba la cara alta, impuso su mando con un temple milimétrico. Rajado terminó el toro y crecido el mexicano. La estocada, impresionante. Y la petición unánime. Pero el juez la desatendió caprichosamente. Vuelta al ruedo apoteósica.

El sexto, “Hacendoso”, pareció que respondería. Hubo incluso una tanda derechista que fue la mejor y más templada de la tarde. Pero a partir de ahí, el animal se negó a embestir. Y al final, por empeñarse en descabellar a un toro vivo, sonaron dos avisos. La gente mantuvo un silencio de respeto. Había soportado una corrida soporífera, con tres toros devueltos por inválidos y escaso eco a la voluntad de Padilla y el confirmante Manuel Escribano. Naturalmente, nadie protestó al enterarse de que el designado por la empresa para reemplazar a Abellán sería Joselito.

 

Tarde más que digna. Lo del viernes fue otra cosa. Para empezar, el mexicano se enfrentó al más peligroso de un sexteto de suyo complicado. “Fariseo” lanzaba en arreones sus astifinas armas al impulso de 540 kilos de puro músculo. Y el viento soplaba fuerte. A despecho de todo esto, José lo aguantó desde largo y en los medios, soportó una colada con desarme y volvió al toro como si nada. Para arrimarse y poderle toreando de verdad, hasta conseguir ligar dos tandas de mucho mérito. Y terminar encerrando en tablas al bravucón aquel, completamente dominado. La estocada, en lo alto, fue de libro. Había sonado el aviso, pero una ovación lo llamó a saludar.

El cierraplaza fue un estuche de monerías: probaba, se terciaba y terminó rajado y gazapón. Adame dio la cara siempre, estuvo por encima del manso y hasta le extrajo alguna serie lucida. Pinchazo y estocada, nuevo aviso de por medio. Y al cruzar el ruedo y despedirse, de nuevo sonaron fuerte las palmas.

A reserva de lo que suceda el próximo día 30, en su tercera comparecencia isidril, Joselito Adame, sin tocar pelo, puede darse por graduado con honores en la primera plaza del mundo.

 

Fandiño se rehace. Iván Fandiño, otro torero recio y sin padrinos que le faciliten la vida, estaba embarcado en una temporada en que el triunfo se le venía resistiendo tanto como esa primera fila a la que con buenas razones aspira. Pero Madrid, la plaza más dura del toreo, es también la más justiciera. Y el martes 13, coincidiendo en el cartel con un apagado Cid y un Ángel Teruel que, más toreado, habría lucido mejor sus cualidades, entre las que destaca el temple, el torero de Orduña  tuvo la fortuna de sortear un excelente lote de una brava corrida de Parladé. Comparados con la mayoría de los lidiados, los de la divisa portuguesa de Juan Pedro Domecq eran otra cosa: el nervio para acometer, la codicia para repetir, la nobleza para humillar y seguir la muleta con fijeza. La pelea en varas, que provocó más de un tumbo sin que amenguara la sed de muleta de los bureles. Toros de verdad para un torero de verdad. Y Fandiño reventó la plaza.

No faltaron, claro, quienes le censuraran ciertas destemplanzas, o la estocada sin muleta que le dio a “Rapiñador”, el quinto,  encunándose para provocar inocua voltereta. Un golpe de efecto que no a todos gustó pero que, pese al descabello, le permitiría cobrar la oreja del bravo ejemplar, que sumada a la que ya le había cortado a “Cabreíto” le abría la puerta grande. Y aunque entre la crítica hubo al respecto cierta división de pareceres, público y presidente habían obrado con entera justicia. Porque, en eso de arrimarse y además torear, Fandiño es cosa muy seria.

A los dos días, coincidiendo en el cartel con El Fandi y Joselito Adame, Iván se llevó el mejor del encierro del duro encierro de JandillaVegahermosa –no hay quinto malo—y por poco asegunda, con una faena derechista más reposada que las del martes. Pero esta vez, la espada lo traicionó.

 

Cordial retorno. El otro suceso de la semana isidril estaba centrado en la vuelta a Madrid de Enrique Ponce, luego de cinco años sin partir plaza en Las Ventas. Si no recuerdo mal, su alejamiento se debió, entre otras cosas, a la intolerancia del 8, que llevaba tiempo censurándole al valenciano su colocación y lo oblicuo de sus muletazos, siempre al hilo del pitón. Pero –así de raras son las reacciones de la gente– censores y adherentes de Enrique se volcaron en las taquillas hasta agotar el boletaje, y en cuanto se deshizo el paseíllo lo llamaron al tercio a agradecer larga y calurosa ovación. Como para que el torero se sintiera a gusto y se creciera.

Y así, muy a gusto y con la plaza a favor, anduvo Ponce con los dos de su lote, pastueños ambos pero algo soso el primero, por lo que la faena careció de la vibración que sí alcanzó, en muchos momentos, la del 4º de Victoriano del Río, al que hizo durar llevándolo a su aire con su reconocida habilidad y maestría. Terminó doblándose, airosamente y con la gente entregada, pero un pinchazo se llevó la oreja y redujo el premio a ovacionada salida al tercio.

Ese toro, “Baderno” de nombre, se lo había brindado a Mario Vargas Llosa.

 

Otro Joselito, 50 años atrás. Hurgo en la memoria y ésta me lleva a 1964, cuando otro mexicano llamado también José –Joselito Huerta– actuó tres veces por mayo en la plaza de Las Ventas. La primera fue antes de San Isidro, el día 3, y se encontró con un toraco que al crítico Antonio Díaz–Cañabate, del ABC, le recordó a los barrabases típicamente decimonónicos: escarbaba, reculaba sin parar, y cuando menos te lo esperabas pegaba el arreón, arrollando cuanto encontrara a su paso. No se dejó picar y lo condenaron a banderillas negras. Huerta, que reaparecía en España luego de siete años, no se dio coba, lo sujetó echando abajo la muleta y lo despachó en tres rápidos viajes. Luego, con el cuarto de Dolores Juana de Cervantes, al que templó con mimo, tuvo petición y vuelta, mientras Victoriano Valencia escuchaba los tres avisos en el 3º y pasaba inadvertido el portugués Amadeo dos Anjos, apadrinado en su confirmación por el mexicano.

La segunda, ya en San isidro (18.05.64) fue una nocturna con ocho galafates de Palha que salieron como es de suponer. Pechó el poblano con dos casi tan ilidiables como el “Jaquetero” aquel de la señora de Cervantes y poco consiguió. Los Curros, Girón y Romero, tampoco tuvieron su noche, y solo el más modesto de la cuarteta, el chiclanero Emilio Oliva, logró cortar una oreja.

Encartelado por fin con dos figuras –Camino y El Cordobés–, el León de Tetela cerró su ciclo isidril de ese año ante una buena corrida de Atanasio Fernández. No la dejó ir. A su primero, boyante y repetidor, lo toreó “a la mexicana” –series largas de muletazos de mano baja y acentuado temple, sobresaliendo los naturales–. Faena perfecta, dice Cañabate. Y cuando descabelló tras la estocada, la petición se alzó unánime. Mas el presidente, como ahora con Joselito Adame, negó el trofeo. Pero a la muerte del 5º, áspero y con mucho que torear, no tendría escapatoria. Huerta había expuesto una barbaridad, y además de dominarlo  se lo pasó por la faja con gran autenticidad. Y lo mató volcándose sobre un toro que tapaba la salida. Estoconazo con voltereta, tres descabellos y paseo triunfal con la oreja en la mano. Esa tarde Litri –sustituto de El Cordobés, herido dos días antes por el toro de su confirmación–, cortó un apéndice de mérito inferior. Y ninguno Paco Camino, que atravesaba por un bache de insoportable abulia. Era el viernes 22 de mayo de 1964.

 

La gesta de Jerónimo. En el país, la nota de la semana ocurrió en Tlaxcala. Se encerraba Jerónimo con seis astados tlaxcaltecas en la Ranchero Aguilar, apuesta fuerte, propia de quien busca reencontarse consigo mismo. Su aparición, allá por 1997, había sido tan deslumbran que, al irse diluyendo las elevadas ilusiones que despertó, el poblano fue acusado de muchas cosas: inconsistencia técnica, incapacidad para estructurar faenas coherentes, falta de decisión… Y a 15 años de la alternativa (06.02.99), tantas habían sido tantas sus idas y vueltas, fugaces chispazos y largas desapariciones, que poco se sabía de él cuando, en el invierno último, dio un par de aldabonazos fuertes y secos en el portón de la México.

En Tlaxcala, Jerónimo demostró que, además de poseer valor y una expresión artística muy mexicana, es un hombre de carácter. Si su rebeldía ante un sistema injusto le costó vetos y ninguneos –convenientemente orquestados por la crítica mercenaria–, ese carácter afloró de manera natural en la primera encerrona de si vida. Durante seis lidias distintas, Jerónimo fue todo lo bueno y lo malo que de él se ha dicho, pero entre dudas y certezas, terminó por imponerse. Y si empezó por cortar la oreja del Piedras Negras que abría plaza, con el torito colorado de Vicencio que la cerraba al fin dejaría manar toda la pureza y el sentimiento de su arte, y obró el milagro de transportar a la concurrencia –no muy abundante– a ese lugar sin tiempo ni espacio perceptibles, el lugar sin nombre de las grandes faenas. Algún leve bache no impidió el desborde emocional que lo acompañaría hasta el final, con las orejas del noble “Eslabón” y en hombros de los entusiastas.

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