Al magisterio popular
Ajadas las plantas de sus pies,
tienen, quién lo dijera, la solidez de aquellos carruajes
con que algunos libertos lidiaron
a la bestia en turno del circo abotagado.
Hoy a paso cansado ocupan la metrópoli.
Ayer como hormiga unas se colaban en embajadas y medios,
otros sembraban piedras y fogatas para cortar las venas del mercado,
y si la policía pasaba, reponían las barricadas.
Pies contra la valla azul y que luego se repliegan y esperan.
Pies cobrizos, descalzos, de los caídos a plomo y goma.
Pies que andan aún dentro de presidios y ataúdes.
Pies, uno tras otro, por nosotros adelante, en la lucha avante.
Pies andariegos, de peregrinos ancestrales, de danzantes floridos,
migrantes de la casa a la escuela y de ahí, quién sabe cuándo,
a la casa para cucharear la letra en la sopa caliente,
descifrar la incógnita de lo que la olla retiene o la del álgebra de un beso.
Plantados entre nubes de gas, ante granaderos
y su cerco de drones, dientes y bombas pestilentes.
Pies que no les temen, más les apena la sumisión de quienes
golpean, disparan, ciegos y brutos, a los maestros de sus hijos.
–Somos gente de comunidades en lucha–, afirma un maestro bilingüe.
Una maestra –con letra bien hecha– agita muy alta
la lección aprendida: La educación no se vende, se defiende,
un pie tras otro… van y vamos hasta la victoria… siempre.