Miércoles, mayo 1, 2024

Escalas de horror

En el barrio

La novela de horror a finales del siglo XIX y comienzos del XX era cautelosa, cuidaba el hecho de sangre, limpiaba la narrativa del líquido rojo que brotaba de las heridas, omitía describir el crujir de la carne mortificada, esa carne cercenada por la navaja del asesino serial que mataba mujeres atacándolas por el cuello o ese cuchillo que había sido robado al carnicero por esa alma que clamaba venganza ante el agravio de aquel hombre poderoso o malvado.

El horror de esta literatura estaba en el detalle omitido, ponderaba la presencia de un humano bestial, un monstruo humano que flagelaba a la población de manera clandestina, exitosa y continua. El presente de estas novelas y narrativas tiende a ser siempre calamitoso.

Hoy el horror de la novela y la narrativa de estos siglos son un cuento chino, una pedagogía que no llega a ser ni aleccionadora, hoy esa moraleja no produce más que risa. Hoy las escalas del horror son más profundas, descarnadas y, lamentablemente, reales. El horror generado abajo, entre la población, y el generado arriba, desde las instituciones gubernamentales, son una asignatura pendiente para la narrativa del horror, si es que ésta puede existir y posicionarse literalmente, superar su realidad.

Vuelve a ser el centro histórico de la Ciudad de México el epicentro de la narrativa del horror. Es de madrugada, en la completa oscuridad, esa oscuridad en la que el silencio se rompe de vez en vez por el movimiento de tímidas sombras que salen, entran y desaparecen en las puertas de las vecindades, retraídas sombras encorvadas que caminan rápidamente. En esa misma noche van y vienen las motonetas silenciosas, llegan a una esquina, doblan, regresan y desaparecen. Múltiples silbidos esporádicos hacen lo suyo, se escuchan los ecos, se apagan mientras las torretas de las patrullas iluminan de manera nauseabunda las paredes de los antiguos palacios coloniales, convertidos ahora muchos en bodegas, negocios o vecindades.

En la cotidianidad de la noche se observa a los diableros, esos sujetos nocturnos que trasladan mercancía de una bodega a otra, de una vecindad a otra, o hacia un automóvil o camioneta estacionada.

Un diablero anda nervioso, acelera el paso mientras su diablito avanza errático porque el piso de la acera es irregular y por el peso que lleva. Traslada un tambo de plástico color azul y unas cajas de plástico color café encima. Son de esas cajas en las que los que matan y venden pollos colocan y trasladan los restos del animal desplumado.

Los agentes policiales observan los movimientos torpes del diablero y su andar errático. Una alerta para ellos fue la pérdida de control que el sujeto tenía del diablito al acelerar su paso. El diablito se volteó, cayeron las cajas, dentro de éstas había múltiples bolsas negras, Mauleón calificó estas bolsas como “Un emblema siniestro de nuestro tiempo”.

Los agentes policiacos descendieron de su unidad y preguntaron al sujeto del diablito si todo estaba bien, éste les respondió con nerviosismo que sí, que todo estaba bien. Cuando un policía se acercó para ayudar al hombre a recoger las cajas y las bolsas negras, pudo percatarse que pesaban más de lo normal. Entre el esfuerzo por levantarlas y ponerlas en la caja, al policía y al hombre se les reventó una de las bolsas, el agente, sostiene Mauleón en su relato, se percató, a pesar de la oscuridad de la madrugada, que dentro de las bolsas había pedazos de carne muy blanca.

Con detenimiento el oficial exploró la bolsa rota y se percató que, de entre esos pedazos de carne, había un hombro, un brazo, una mano y una oreja, no cabía duda, el sujeto del diablito transportaba un cuerpo que había sido cortado en pedazos. El hombre del diablito comentó que él no sabía que contenían las bolsas, que a él solo le pagaron dos gramos de cocaína por ir a tirarlas. A la mañana siguiente, se precisó que los restos eran de dos niños de 12 y 14 años de edad que había desaparecido apenas tres días antes.

En el país

El Poder Ejecutivo nada ha aprendido de la historia del tiempo presente, la ignorancia o la desmemoria sobre la centralización de la seguridad ciudadana y la militarización del país nulos beneficios para alcanzar la paz ha traído y altos costos para la ciudadanía ha acarreado esa necedad.

La escala de horror en el ámbito federal es proporcional a las escalas que suceden abajo, entre la población, en las ciudades, barrios y pueblos. La Guardia Nacional (GN) a 16 meses de su nacimiento es un rotundo fracaso. La asignación militar de su control y su errático despliegue ha sido un error, un horror. Sólo del mes de enero al mes de septiembre de 2020, esta organización militar tiene 209 quejas por violación a los derechos humanos en su actuación como “policía civil”. Supera en demandas a la Fiscalía General de la República y la propia Secretaría de la Defensa Nacional.

El horror desplegado por la GN no es algo nuevo, es un horror permanente, una latencia. Destacan: detenciones arbitrarias, intimidaciones, tratos crueles, degradantes e inhumanos, agresiones contra mujeres, el uso desproporcionado de la fuerza, detenciones ilegales, tortura, el mantener incomunicada a personas, ejercer desaparición temporal y permanente, irregularidades en las órdenes de cateo, violentar los derechos de los migrantes, han rociado con gas, apedreado y detenido arbitrariamente a migrantes que ingresaron a México. Destruyen la propiedad privada y se apoderan de bienes inmuebles sin autorización.

El horror perpetrado por la GN se ha extendido a 28 estados, únicamente en Nuevo León, Baja California Sur, Querétaro y Yucatán no hay una queja sobre su violento y extra legal accionar. El accionar, el horror de la GN es una tendencia histórica, la vulneración y violación de los derechos de la ciudadanía por los cuerpos militares, revestidos como policía civil se perpetuará, incrementarán las denuncias, pues los militares no cuentan con formación, educación en la que se contemple el respeto a los derechos humanos, los militares no sirven para eso, sus funciones son otras, como el resguardo de la soberanía, no la seguridad civil. Nada halagüeño para una sociedad ahogada en la violencia y el horror que se perpetra en diferentes escalas.

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