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La decena mágica de Paco Camino

Por: Alcalino

2013-04-01 04:00:00

El arte de torear ha vivido en México muchos capítulos señeros. Firmemente asentada entre nosotros la tradición taurina desde varias centurias atrás, conseguido mediante selección y crianza muy cuidadosas un toro de lidia de elevadas cualidades –boyante, fijo y acometedor–, el resto lo ha puesto la disposición natural del mexicano como autor y degustador de la tauromaquia. Por lo demás, es casi ocioso insistir en la impropiedad de ponerle al toreo más fronteras geográficas que las de las culturas que han sido propicias a su florecimiento. Como todo arte, no pertenece a nadie en particular y a nadie debiera extrañar el origen diverso de sus mejores obras.

50 años después, el triunfo arrollador del sevillano Paco Camino (Camas, 14.12.1940) con los berrendos de Santo Domingo en la plaza El Toreo –en su segunda ubicación, extramuros del Distrito Federal– sigue siendo una referencia obligada en la historia de nuestra tauromaquia. Creo, sin embargo, que no se ha enfatizado lo suficiente que aquello fue la culminación de tres tardes suyas en total estado de gracia, comprendidas entre el 21 y el 31 de marzo de 1963.

El contexto. De por sí, la de 1962–63 fue una de esas temporadas que quedan grabadas a fuego en los anales de la fiesta. Alfonso Gaona, el empresario capitalino, se daba entonces el lujo de utilizar alternativamente la México y El Toreo para dar la temporada grande. Y si la campaña anterior tuvo como único escenario el coso de Cuatro Caminos, esta vez ofreció en la Monumental las doce corridas del derecho de apartado –traba que no existía en la otra plaza, no sujeta al reglamento taurino del DF–, y luego continuó con la temporada en El Toreo, con idéntica respuesta tumultuosa de un público apasionado por su fiesta.

En la México sobresalieron los faenones de Joselito Huerta a “Romancero” de Mimiahuápam y “Macareno” de Cabrera, aunque los capetillistas se inclinaran por el que le hizo el tapatío a “Tabachín” de Valparaíso. Y entre los españoles, el aldabonazo más vigoroso lo dio el debutante Diego Puerta ante dos encierros imponentes, de Torrecilla (confirmación y oreja con petición de otra, tarde en que Manuel Capetillo, su padrino, mató una mole de 610 kilos.) y Tequisquiapan (bravísimo el encierro y arrollador el sevillano, que cobró cuatro auriculares.) El Viti, Mondeño y Bernadó no se encontraron a gusto con el ganado, al menos en la capital, donde el paso de Curro Romero resultó tan fugaz como desafortunado.

Camino había resultado herido nada más presentarse (16.12.62), traído a mal traer por el bicho de su confirmación, un “Recuerdo” con mucha polvorilla en la sangre, como todo el encierro de José Julián Llaguno que tuvo de despachar casi completo Humberto Moro, pues el padrino, Antonio Velázquez, terminó también en la enfermería. Paco reapareció el día de Reyes simplemente para atestiguar la segunda gran faena de Huerta, y por ahí andaba en su tercera aparición cuando obsequió a “Novato”, de Mariano Ramírez (28.01.63): le dieron incluso el rabo, premio a todas luces excesivo: lastraba su toreo cierta rapidez nerviosa, que sin embargo  desaparecería por completo ante “Tamborero” de Valparaíso, al cual bordó de principio a fin a despecho del solitario apéndice que le concedieron (17.02.63).

Cuando la temporada se trasladó a El Toreo continuó Puerta tumbando caña –al regatearle el juez un segundo trofeo el público lo obligó a recorrer tres veces el anillo– y El Viti cobró su primera oreja capitalina. Pero en conjunto, el añadido cuatrocaminero estaba resultando claramente inferior, con los triunfadores de la México en tono menor sin exceptuar a Camino, único que ligó allí dos paseíllos más. Restaba la corrida de la Oreja de Oro, y se rumoraba que en los potreros potosinos de Santo Domingo aguardaba un encierro de berrendos, de trapío y edad muy superiores a la media usual en Cuatro Caminos.

A todo esto, la gran temporada desarrollada en los estados tocaba también a su fin. Pero Guadalajara no quería echar el cerrojo sin aprovechar a tope la fecha, tradicional allá, del 21 de marzo. Nacho García Aceves, empresario espléndido donde los hubiera, conjuntó en un mismo cartel a los cuatro grandes nombres de aquel invierno: Capetillo, Huerta, Puerta y Camino, con ocho toros de San Mateo. En vísperas del suceso, Diego sufrió una luxación toreando en Bogotá y se llamó a Joaquín Bernadó para cubrir el hueco. Con el papel agotado de antemano a nadie se le ocurrió devolver su boleto. Se trataba, en apariencia, de la última gran cita de la temporada.      

Guadalajara, marzo 21. Se anunció como la corrida del siglo, hubo televisión abierta a todo el país y, por una vez, los hados se aliaron a las ilusiones de la expectante afición. Gran tarde de Capetillo (dos orejas), Huerta (sólo una porque la espada lo traicionó) y Bernadó (los apéndices auriculares de “Cubetero”, tal vez la mejor faena de su dilatado paso por México.)

La temporada de Camino había estado marcada por la desigualdad, como ya vimos. Pero la corrida de San Mateo salió fuerte y encastada, y el reto lanzado por los alternantes invitaba a un esfuerzo extra. Así que Paco marcó su raya y nadie discutió los dos rabos que se le otorgaron. Por una cumbre de arte clásico y gran plasticidad con el noble cuarto, y por otra de maestría asombrosa con el cierraplaza “Pajarito”, que era abanto y embestía a oleadas, pero terminó entregado a la portentosa muleta del sevillano. A ambos los bordó por naturales y los mató por todo lo alto, no en balde ha sido uno de los mejores estilistas del volapié.

El paseo en hombros por las calles de la urbe tapatía terminó en el hotel, ya bien entrada la noche, y su tarde fue reconocida como la cima más alta de un invierno taurino de suyo prodigioso.

Oreja de Oro, marzo 27. Como era entonces usual, en el festejo a beneficio de la Unión de Matadores parten plaza, al lado de los mexicanos Capetillo, Silveti y Huerta, los tres diestros españoles que permanecían en el país: Bernadó, Camino y El Viti. Nocturna a media semana y lleno total en El Toreo. Pero Coaxamaluca envía un lote anémico que rompe el encanto y defrauda a la afición, que declarará desierto el trofeo.

Fuera de concurso, Camino regala a “Catrín”, de Pastejé, con el que cuajará una de sus faenas más inspiradas y rotundas, iniciada con doblones torerísimos y basada en la mano izquierda, que se meció en varias series, citando desde largo, de ceñimiento, hondura y temple inolvidables. Como la estocada llegó hasta el tercer viaje, el público, severo en medio de su desbordada euforia, obliga a Paco a rechazar la oreja y lo premia con tres, cuatro apoteósicas vueltas al ruedo.

Toreo, marzo 31. Volaron las entradas en cuanto, la mañana del jueves, se anunció con los berrendos de Santo Domingo a Camino y otros dos. Éstos, Juanito Silveti y José Ramón Tirado, pasaron por la tarde como sombras, con la gente volcada en favor del hermosísimo y enrazado encierro. Para mayor escarnio, tanto el 4º berrendo, “Andasolo”, como el 5º, “Marquesito”, serían premiados con el arrastre lento entre cerradas ovaciones.

Ante un lote bastante menos propicio, Camino la bordó. Dicho por él mismo, fue la tarde cumbre de su vida. Por encima, incluso, de su triunfal encerrona en la Beneficencia de 1970, en Madrid. “Gladiador”, el tercero, fue desde la salida un toro reservón, lleno de sentido y malas intenciones. Vestido de celeste y oro, Paco le puso cerco con la muleta en la izquierda hasta extraer del áspero bicho una faena asombrosa, coronada con magno volapié.

Pero el acabose llegó con “Traguito”, otro manso que un espontáneo acabó de malear, y al que Camino, con el público volcado y a los acordes de La Golondrina, fue metiendo pacientemente en la muleta –embestía a oleadas, atropellando y saliendo suelto hacia los adentros. Precisamente en tablas, donde se había refugiado prematuramente el bicho tras una primera tanda de escándalo, sobre la mano derecha, el torero le echó la muleta al piso, y fue tirando de él con la zurda hasta los medios para coronar el templadísimo, hipnótico recorrido irguiéndose en uno de pecho escultórico que puso la plaza en pie. Ni permitió ya que el toro retornase a su querencia de tablas, ni dejó que el público se volviera a sentar durante la memorable faena, que fue un alarde maestría técnica, sentimiento estético y entrega total.

Se sucedían las series de muletazos, con el poderoso berrendo punteando furiosamente al principio, y convertido en dócil colaborador en los pasajes finales de aquella obra imperecedera. Si usted conoce a alguien que la haya presenciado –existe video de la transmisión en vivo, con una más que emotiva narración de Pepe Alameda–, podrá comprobar por qué esa tarde de marzo se vivió una de las mayores efemérides del toreo en México. Si se le habían cortado las orejas a “Gladiador”, el de “Traguito” es uno de los rabos más rotundos que aquí se recuerden. Tanto que las vueltas al ruedo, obligado por un público enfebrecido que se negaba a dejar la plaza, sumaron seis, primero a pie y la última en hombros de una verdadera multitud.

A las pocas semanas, Paco Camino iba a abrir por primera vez la puerta de Madrid gracias a otro berrendo, de Galache, al que bordó memorablemente con la zurda, tarde de cuatro orejas que no fueron seis por culpa de la espada. Con el tiempo, el de Camas se convertiría en el máximo triunfador histórico de San Isidro, con 40 apéndices y 10 puertas grandes entre 1962 y 1976.

En cambio, en México la carrera de Paco Camino sería ya muy corta, profundamente afectado por su fracaso matrimonial con la hija del propio empresario Gaona, que determinó un alejamiento de 12 años, solamente roto cuando regularizó su situación y a fines del 76 aceptó un jugoso contrato para recorrer la república con Manolo Martínez, gira que se reprodujo en años subsecuentes e incluiría una falsa y deslucida despedida del sevillano en la Plaza México (01.04.78).

Colofón. Sin ánimo de establecer comparaciones, notará el lector de este breve relato sensibles diferencias con la fiesta actual. Primero, por la redondez de los carteles, la seriedad del ganado y el nivel de compromiso de las figuras, en la capital y en la provincia. Segundo, por la fuerza de temporadas capaces de prolongar su auge hasta más allá del mes de marzo. Tercero, porque todos los ases, incluidos los extranjeros, le salían al toro enterizo sin ganaderías vetadas ni el alivio del utrero inflado para solventar la papeleta con anodina comodidad.

Y hay un largo etcétera donde caben un público sensible pero exigente, cronistas de prosapia, rechazo de trofeos por la afición que los diestros acataban sin rechistar… Y, para no hacer esta lista interminable, presencia apasionada y apasionante de la fiesta en la escena pública nacional.

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