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Los códices y la memoria

Por: Israel León O’farrill

2012-03-08 04:00:00

La memoria de la cultura es algo caprichoso, dúctil y difícil de asir… no obstante, resulta interesantísimo su estudio y profundizar en sus expresiones lo es más. Yuri Lotman en su primer volumen de La Semiosfera dice que los contenidos de la cultura no sólo se crean en el presente de la misma, sino que se crean también en su pasado: “A lo largo de toda la historia de la cultura, constantemente se hallan, se descubren, se sacan de la tierra o del polvo de las bibliotecas, monumentos «desconocidos» del pasado. Cada cultura define su paradigma de qué se debe recordar (esto es, conservar) y qué se ha de olvidar. Esto último es borrado de la memoria de la colectividad y «es como si dejara de existir». Pero cambia el tiempo, el sistema de códigos culturales, y cambia el paradigma de memoria–olvido”. Como vemos, la colectividad es selectiva con respecto a lo que decide recordar y las razones pueden estar relacionadas con momentos de paz y momentos de conflicto; momentos de júbilo o de pesar, circunstancias todas identificables en la historia de nuestro país y que especialmente se ven en la construcción de nuestra identidad. En este “sístole–diástole” cultural– la metáfora suena estupenda la cultura adquiere y aparentemente desecha contenidos que habrán de ser retomados más adelante, no importa si es que el formato original cambia o deja de existir del todo.

Es la publicación de la edición especial más reciente de la revista Arqueología Mexicana un excelente ejemplo de lo anterior, pues está dedicada a la colección de  Códices de la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, cuya sede es el Museo de Antropología. En esta edición reconocidos especialistas como Miguel León Portilla, Laura Elena Sotelo, Michel Oudijk, Keiko Yoneda, entre otros, reseñan 19 de los 95 códices originales con los que cuenta la colección. Hay que mencionar que Yoneda ha estudiado el llamado Mapa de Cuauhtinchan, Puebla, y que detalla aspectos territoriales que ayudaron en el siglo XVI a dirimir diferencias entre esta población y la ciudad de Puebla para el aprovechamiento de los bosques intermedios; también están los códices de Cuatlancingo y el Chavero de Huejotzingo. De la colección sólo uno es prehispánico –el Colombino–, 94 son coloniales y 68 son reproducciones del siglo XVII, XVIII y XIX. Los códices eran frecuentemente elaborados en cuadernillos que se cosían a manera de biombos para poder observarlos y solían hacerse en papel amate o piel de venado y a la llegada de los españoles, en papel europeo; todos presentan el deterioro natural producto del tiempo y las precarias condiciones de conservación; hoy se sabe que hay que considerar muchos elementos: temperaturas, niveles de humedad, compartimientos de cartón neutro libre de ácidos y cualquier tipo de agente corrosivo, control de plagas, hongos… un auténtica complicación. ¡Vamos!, incluso el cambio en densidad producido por las masas corporales puede dañar el precario equilibrio en que están conservados estos papeles, por lo que las visitas de los investigadores para verlos son rápidas y con las precauciones debidas, como guantes y cubre bocas.

Para acompañar la importante edición, el Museo Nacional de Antropología ha organizado un ciclo de conferencias justamente con algunos de los especialistas encargados de reseñar estos valiosos documentos y se presentarán todos los lunes de marzo, abril y mayo en la sala Fray Bernardino de Sahagún en el museo. El lunes pasado, asistí a la conferencia de Laura Elena Sotelo sobre el códice llamado Chilam Balám de Ixil, texto que pertenece a la serie de los Chilames –de los que también se tienen el de Chan Ka, el de Tekax y el de Tzimin– y que ha sido publicado en una versión facsimilar por parte de la investigadora Laura Caso Barrera. La conferencia de Sotelo estuvo plagada de referencias tanto al proceso de elaboración de los códices, de su clasificación y, por supuesto, del contenido del texto que ella abordó. No obstante, he de decir que quizá lo que más sorprende es la compleja historia de los documentos ahí guardados de la que ella apenas nos comentó alguna que otra cosa –la historia completa la pueden leer en la introducción de la revista–, pero que podría ser suficiente como para una película de aventuras. Y es que, volviendo al tema de la memoria, dichos documentos han pasado del centro a la periferia y han sido rescatados numerosas ocasiones, de tal suerte que poco a poco se han ido integrando a la memoria de la cultura; no obstante, lo han hecho como una suerte de saber sumamente generalizado y la mayoría de las personas conoce verdaderamente poco, si no es que nada, con respecto a estos valiosos textos. Quizá lo que más duele enterarse, es que muchos fueron vendidos a investigadores extranjeros o nacionales por ínfimas cantidades que pudieran garantizar una precaria existencia al poseedor de semejante ejercicio mnemotécnico –de memoria–, de manera que no están todos los que deberían ni están todos los que son. En efecto, Sotelo nos comenta que existen 16 códices prehispánicos –¡cuán pocos!– y sólo uno de ellos está en México: el Colombino, precisamente en esta colección. Queda el lector invitado a participar de este banquete interesante de recuperación memorística, ya con la revista, ya con asistir a las conferencias… de lo que se trata, es de evitar el alzheimer cultural a como dé lugar.

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