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De San Diego a Santa Martha

Por: Juvenal González González

2013-03-07 04:00:00

 

Es extraña la ligereza con que los malvados creen que todo les saldrá bien.

Víctor Hugo

 

El camino de San Diego a Santa Martha está plagado de pistas que indican por donde irá el futuro inmediato del país. Al menos durante la presidencia de Peña Nieto.

La “maestra” ingresó al PRI en 1970 cuando tenía (ella) 25 años de edad y realizaba tareas en el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) bajo las órdenes de Carlos Jonguitud Barrios, líder de Vanguardia Revolucionaria del Magisterio y a quien Luis Echeverría impulsó para sustituir, en 1972, al cacique en turno, Jesús Robles Martínez. “La maestra” se benefició con el enroque, ocupando la importante cartera de Trabajo y Conflictos en el nuevo Comité Ejecutivo Nacional.

En 1977 logra la Secretaría General de la poderosa Sección 36 del SNTE en el estado de México. De 1979 a 1982 ocupa su primera curul en la Cámara de Diputados por el Edomex y de 1985 a 1988 su segunda, ésta vez por el Distrito Federal. En 1988 la nombran Delegada en Álvaro Obregón y en 1989 encabeza el derrocamiento de su antiguo jefe, Carlos Jonguitud, a quien sustituye como Secretaria General del SNTE, por decisión y bajo la protección del entonces presidente, Carlos Salinas de Gortari.

A estas alturas usted se preguntará cuando y donde ejerció la carrera magisterial y cuáles son sus méritos docentes, pues yo también me lo he preguntado durante años, por eso la describo y escribo como “la maestra” porque para mí es un apodo que no merece ni las mayúsculas.

En fin, ejerció su nuevo cargo con autoritarismo sangriento y pronto se convirtió en la nueva cacique de ese sufrido sindicato y en indiscutible líder vitalicia. Supo colocar a sus incondicionales en posiciones clave del tablero de la política nacional y creó una formidable maquinaria electoral puesta al servicio del mejor postor y grotesca máscara “política” con la que pretendía ocultar sus pillerías y arbitrariedades. Con ese tipo de vulgaridades y asegurada su también vitalicia impunidad, acumuló su enorme poder económico y político.

Agrandada por ese poder y enojada porque otros grupos al interior de su partido se empeñaban, en muchos casos con éxito, en acotar y disminuir su influencia y oponerse a sus caprichos, “la maestra” emprendió y perdió una guerra contra sus adversarios, siendo prácticamente expulsada de las filas tricolores.

Pero es tan zorra (en su acepción de astuta, no sea mal pensado) que perdiendo salió ganando. Gracias a la ambición desmedida, la debilidad intrínseca, carencia de neuronas políticas y severo déficit de las otras, “la maestra” agarró barco con los gobiernos panistas que, supuestamente llegaban a instaurar un nuevo régimen político y a perseguir a las tepocatas y víboras negras, pero que terminaron bien comiditos y dormiditos en la cuna mecida por tan diestras manos.

Quiso un partido propio y lo tuvo; exigió más huesos en el gabinete y se los dieron; pidió más lana y la obtuvo. Era una poderosa ministra sin cartera que humillaba en público y en privado a cuanto funcionario del gobierno se atrevía a criticarla, incluido el propio “jefe del ejecutivo” y con especial saña a los de la Secretaría de Educación Pública. Nunca dejó lugar a dudas de quien era quien. Hasta la basura se separa.

Pero, como afirmé la semana pasada, no supo leer y entender la nueva coyuntura y el significado profundo del retorno de los brujos. El presidente Peña estaba urgido de una acción espectacular que pusiera en evidencia su capacidad para tomar decisiones difíciles y actuar en consecuencia, con oportunidad y eficiencia. “La maestra” se puso de a pechito y voooy que te perjudico.

Porque se había convertido en un personaje de terror, odioso y odiado por moros y cristianos; villana favorita por todos los rincones del país y allende las fronteras. Su detención resultó una carambola de varias bandas: Peña se quitó un alacrán del cuello; sus antiguos y nuevos adversarios dentro y fuera del gobierno, salieron a aplaudir eufóricos, algunos líderes panistas llegaron a decir que “sentían envidia de la buena”; los medios se congratularon de que “al fin” alguien se había fajado los calzones y no aceptar empinarse ante la susodicha. Ganar ganar.

Pero no todo es miel y hojuelas, ya se dejan oír voces de advertencia respecto a los riesgos de una restauración del presidencialismo autoritario. Por mi parte, nunca me tragué la píldora milagrosa de “la alternancia”. Decenas de artículos a lo largo de la docena trágica de fe de ello. He reiterado que el presidencialismo nunca se fue y evidencias abundan (empezando por el uso arbitrario e impune del erario, pasando por el asalto armado al Cerro del Chiquigüite; las bulas en favor de las familias presidenciales y sus amigos; la eterna Huelga de Cananea, el cierre de Luz y Fuerza y un largo etcétera).

En todo caso, la diferencia es que los panistas usaron el presidencialismo en provecho propio, de sus cuates y sus leales; en tanto que, los que regresaron, lo usan; primero para concentrar el poder y disciplinar a todas las tribus (propias y ajenas) para gobernar sin ocurrencias ni sobresaltos; no dejar vacíos al alcance de cualquier advenedizo; y, tal vez lo más importante, proyectar una larga estadía en el poder y hacer lo necesario para realizarlo. Estén atentos a las próximas elecciones locales y las llamadas intermedias de 2015, no serán un misterio.

Y para quienes insistan en “calar” a Peña, el fantasma de “la maestra” rondará por muchas cabecitas locas. Porque coincidirán conmigo en que ¡fue horrible! eso de dormir plácidamente en un palacete de San Diego y amanecer en una mazmorra de Santa Martha.

¡Arrepiéntase cabrones! gritaba el Búho en las negras noches de Lecumberri.

Cheiser:Vaya paradoja, luego de la infame violación de seis jóvenes españolas en Acapulco, la armada de tenistas españoles, encabezada por Rafael Nadal, puso en la palestra mundial a la “Perla del Pacífico” y de las víctimas ni quien se acordó. Pero al momento de la premiación, el presidente municipal del puerto, Luis Walton, se llevó una sonora rechifla que dejó constancia de que, aún en la euforia de momentos deslumbrantes, el dedo ciudadano apunta fulminante a las lacras que nublan los días soleados de nuestro México lindo y querido.

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