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La experiencia emocional como cimentador cognitivo del mundo chamánico

Por: Rafael H. Pagán Santini

2012-06-13 05:30:55

La experiencia chamánica es primordialmente emotiva y, por consiguiente, subjetiva. Pero como es generada neurológicamente, es común a todo ser humano. Por eso, cuando se habla de ella, aquellos que la han experimentado entienden perfectamente bien de lo que se habla. El chamán puede utilizar técnicas pasivas o activas para estimular el sistema nervioso y provocar estados alterados de la conciencia, conocidos como trance extáticos. Es por esto por lo que la práctica chamánica no tan sólo se difundió en todo el periodo paleolítico, sino que perdura hasta nuestros días.

La vinculación de estas prácticas con las estructuras neuronales generadoras de emociones le adjudican a las mismas un fuerte componente existencial ya que, sus experiencias se viven permanentemente cada vez que se recuerdan. Su ilusión de objetividad lo otorga el propio estado mental que produce la experiencia extática. Lewis–Williams, al hablar de la experiencia religiosa señala, que en algunos contextos la gente interpreta estas experiencias mentales como testimonios de la existencia de mundos cosmológicos (los “conceptos de un orden general de existencia” de Clifford Geertz) y de seres sobrenaturales que pueden afectar a la vida material cotidiana, una idea central en las religiones imaginistas y doctrinales1. Según este autor, en otras circunstancias, más mundanas, la gente entiende las mismas experiencias no como algo sobrenatural, sino como una especie de fulgor estético… En algún punto intermedio entre la experiencia sobrenatural y la estética está la sensación de ser uno con el universo, lo que se denomina “Ser Unitario Absoluto”.   

Si entendemos que, la experiencia de la emoción es un estado intencional, un estado afectivo sobre “algo “que contiene elementos comunes entre las distintas emociones, veremos cómo se sustentan las creencias emanadas de estas prácticas. Entre los elementos comunes de las emociones se encuentran su aspecto subjetivo y carácter motivacional. Ontológicamente, las experiencias de la emoción son consideradas como estados placenteros o desagradables, los cuales además, poseen un contenido experimental, como sentir un despertar, y una relación o significado situacional2. Gran número de estos estados emocionales son resultado de interpretaciones de situaciones sociales o de evaluación de la consecuencia de estas. También se considera que las emociones se basan en disposiciones para la acción y tienen su origen evolutivo en patrones de acción que facilitan la supervivencia. Las emociones, pues, pueden considerarse como un mecanismo de defensa del organismo que lo incitan a moverse ya sea para aproximarse o alejarse de la situación en cuestión.

Los estados emocionales, en primera instancia, pueden verse de manera desorganizada, sin embargo, la persona que experimenta una emoción sólo se preocupa de aquellos acontecimientos, señales o ideas relacionadas con su emoción, ignorando en ese momento el resto de los estímulos. La representación mental de la emoción en un momento determinado le permite poner atención e interactuar con la situación psicológica del momento. La toma de decisión con respecto a tal o cual situación dependerá de la valorización del significado de un estímulo o situación relacionados con el bienestar del individuo. En este proceso intervendrán las fuertes reacciones fisiológicas, fundamentalmente vegetativas y hormonales, que acompañan a las emociones.

Las experiencias emocionales tienden a recordarse con una viveza que pareciera que ocurrieron recientemente. Los “malos recuerdos”, como así los llaman, se mantienen en la memoria por largos períodos de tiempo, y sus recuerdos se presentan con una intensidad muy particular. Esto se debe a que el sistema de memoria integra las señales endocrinas del estrés fisiológico a las señales de eventos importantes. El sistema que participa en el conjunto de este tipo de respuestas se conoce como “reacción de lucha o huida” y se encuentra entrelazado con el de la memoria.

Las estructuras anatómicas que participan en este sistema se cono como el eje hipotálamo–hipofisario–adrenal (HHA), un circuito neuroendocrino implicado directamente en la respuesta al estrés, a las emociones así como al mantenimiento de la homeostasis del organismo. Cuando un estímulo es lo suficientemente fuertes como para producir una respuesta en nuestro cerebro (hipotálamo) se les llama “estrés”. Des pues de una cascada de reacciones hormonales finalmente la glándula suprarrenal secretará glucocorticoides y hormonas adrenérgicas. 

Actualmente, se sabe que las hormonas adrenales (adrenalina y glucocorticoides) participan como elementos claves en la respuesta del estrés del organismo, y desempeñan un papel importante en la facilitación de la memoria asociada a las vivencias emocionales y estresantes. La adrenalina, difícilmente puede atravesar la barrera hematoencefálica, por lo que su acción sobre el cerebro se piensa es indirecta. Sin embargo, los glucocorticoides atraviesan con mucha facilidad esta barrera, lo que les permite llegar a amplias zonas del cerebro en breves instantes, luego de ser secretadas por la glándula suprarrenal.   

Se pensaba que este mecanismo guardaba relación exclusivamente con la “reacción de lucha o huida. Sin embargo, en el momento en que la glándula suprarrenal inunda la sangre de adrenalina y de glucocorticoides, estos últimos acceden al cerebro. Una vez en el cerebro, los glucocorticoides se unen a estructuras cerebrales implicadas en los procesos de aprendizaje y memoria, como lo son el hipocampo, la amígdala, la corteza cerebral y el septo. La afinidad que esta hormona tiene por estas estructuras anatómicas denota su importancia en las funciones cognitivas. En términos generales, se conoce que la adrenalina mejora la memoria, y que los efectos de ésta incrementan la memoria en forma dependientes de la dosis y del momento de su suministro3. La adrenalina, al igual que los glucocorticoides, facilita la codificación, el almacenamiento y la recuperación de información, procesos que son fundamentales en el aprendizaje y en la memoria.

Estos estados mentales a los cuales nos hemos referidos, preñados de experiencias emocionales y subjetivas, producto de la estimulación al sistema nervioso, son la piedra angular sobre donde descansan las creencias religiosas. Lewis–Williams señala que, la creencia religiosa procede, en primer lugar, de intentos de codificar las experiencias religiosas en circunstancias sociales específicas. Las creencias compartidas sobre esas experiencias, en vez de visiones idiosincráticas de las mismas, se convierten en un rasgo de la sociedad: la gente desarrolla un conjunto de creencias compartidas y fundamentales sobre el mundo espiritual (generado neurológicamente). En el mundo paleolítico, donde recién se contaba con un lenguaje articulado, las experiencias mentales–emocionales del trance chamánico sirvieron de catalizador cognitivo. Lo que una vez fue un catalizador, hoy es un anestésico.

1Lewis–Williams D. (2009) Dentro de la mente neolítica, ed Akal, Madrid.

2Annu.Rev.Psychol. 2007, (58): 373403.

3Neurobiol. Aging, 13: 4014.

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