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En correspondencia

Por: Alejandra Fonseca

2012-02-10 04:00:00

Nos conocemos desde hace 27 años. Cuando llegué a vivir por estos rumbos. Don Gerardo trabaja en un taller que queda a sólo dos cuadras de mi casa. Compone bombas y motores. Por eso lo conocí. Y siempre que se descompone la bomba para agua, lo llamo.

Antier tuve necesidad de hablarle. Dijo vendría en una hora. Lo esperé. Llegó 24 horas después con su silencioso hijo Adán, y como me encontraba con tiempo y tranquilidad, me senté en la escalera, cerca del lavadero, a platicar con él, mientras su hijo hacía malabares para desatornillar la bomba. Ellos tampoco traían prisa, por lo que la situación fue totalmente relajada. 

Es un hombre sencillo. Muy trabajador. Y platicador. Y como a mí no se me da, nos enfrascamos en una charla tan sabrosa que el atardecer se convirtió en anochecer. Su calma me hizo bien. Sus pausas al hablar, su tono de voz y la dulzura con que le enseña a su hijo el oficio, además de su pericia, me hizo fluir con el momento.

Empezamos al hacer cuentas de los años que tenemos por estos rumbos. El tiene 30 de trabajar en el taller. Nació en una vecindad en el centro de la ciudad, uno de 10 hijos que en la actualidad forma una familia de más de 90 miembros. De niño ayudaba a limpiar el Cine Puebla y a cambio lo dejaban entrar a las funciones a ver películas u obras de teatro. Estudiaba y trabajaba para ayudar con gastos y pagar sus diversiones. Se hizo bueno desde entonces en el área eléctrica industrial y de maquinaria pesada. Conoce las historias de las familias a quienes les componía máquinas e instalaciones de sus industrias y negocios.

La modulación de su voz al narrar su vida y, sobre todo, su contenido, me trasladaron al patio trasero de casa de mis padres que, cuando niña, sentada en la escalera que venía de la cocina, escuchaba las historias que me platicaban las muchachas que auxiliaban en las labores del hogar. Tardes que, después de hacer tarea, sin ruidos ni prisas, con soltura, sin radio ni televisión, y mucho menos tecnologías absorbentes, me fascinaban por el mundo que pintaban a través de sus palabras, su forma de estructurar el lenguaje y su entender de la vida. Hasta el olor del aire y el sonido del viento se trastocaron para ser como “antes”. Tenía años que no disfrutaba un espacio y un tiempo como ese entre mis actividades cotidianas citadinas, con ese paisaje interior tan valioso para mí. 

Don Gerardo y su hijo me condujeron a ese maravilloso y añorado mundo de paz y bienestar. Su actividad, su riqueza interior, su vida llena de aceptación y eventos sin sobresaltos, así como la compañía sonriente y calmada de Adán acompañando la vida con sólo estar ahí, hicieron el momento. A Adán le pregunté por Eva y respondió sincero: “No vino”.

Al partir don Gerardo me preguntó yo qué hacía. Respondí “Escribo”. Curioseó: “De qué”. Respondí, “De usted y de Adán sin Eva”. Rió y quedó complacido, por lo que este escrito es en correspondencia por la inesperada y mágica tarde que me hicieron pasar en su compañía. Mi gratitud.

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