Nos quieren sin mancha, pasivas y calladas, inmóviles en la resignación y la abnegación. Nos quieren sosegadas y quietas, discretas y dóciles, en el devenir del silencio y del olvido. Nos quieren invisibles; por eso, cuando el estruendo de una mujer que toma la palabra y se rebela ante sus circunstancias, la injusticia o cuestiona los estereotipos, se genera antipatía, recelo y rechazo. Qué osadía tomar la voz y enfrentar al que por derecho le corresponde dominar y controlar. Cómo permitir que una “mujercita” tome la voz, es decir, el poder; cómo permitirle que proteste ante lo que es “común y normal”, y peor aún cómo pretender reconocerla como ente histórico, como agente de trasformación y como protagonista de cambios políticos, económicos y sociales.
¿Por qué la resistencia de inscribir nombres de mujeres en el muro de honor del Congreso? ¿Por qué el regateo y el demérito? ¿Por qué ante la propuesta de los nombres se pretende buscar en las vidas de estas mujeres la mancha que invalide sus logros? ¿Quién cuestiona la “ligereza de cascos” de los hombres o su gusto por la copa y la bohemia como argumento para deslegitimar su actuar público?
El nombre de Natalia Teniza Portillo ya tendría que estar inscrito, pero por esas omisiones tan a propósito del Congreso, se ha frenado el cumplimiento del decreto 186; así como se ha omitido cumplir con la obligación de asignar presupuesto a las leyes de acceso a las mujeres a una vida libre de violencia y de trata de personas, y la armonización legislativa, ejecutiva y judicial con perspectiva de género.
Este hecho, que pareciera frivolidad, es la evidencia de que las y los legisladores no han tenido ni tienen un real compromiso por y para las mujeres. La invisibilización genera violencia institucional, esa que perpetúa y alimenta la trata de personas y los feminicidios, las bajezas en los procesos de pensión alimenticia, la precariedad en las condiciones de trabajo y la vulnerabilidad de los derechos humanos todos. Porque nos quieren sin mancha…