Jueves, abril 25, 2024

La universidad y la caída del imperio

La historia de México nos ha mostrado que los cambios sociales, económicos, culturales, institucionales y políticos son graduales, de larga duración y generacionalmente extensos, pero, sobre todo, han sido pacíficos. La Revolución mexicana fue el conflicto “moderno” que tumbó y cimentó el sistema político que aún sigue vigente a pesar de sus ligeras modificaciones.

En esta coyuntura, la actual alternancia política en México ha sido percibida por un considerable número de pobladores como la gloriosa caída de un nefando imperio: para muchos, este suceso inaugura un periodo de sobrada esperanza, de expectativas y certezas, mientras que, para otros, es un periodo de incertidumbres, de sospecha, de exclusión y oscuridad.

Una de las instituciones que ha manifestado mayor grado de incertidumbre revestida de preocupación por el desarrollo ante este proceso de cambio han sido algunos académicos de universidades mexicanas. Ellos “han lanzado propuestas viables de políticas públicas capaces de superar el pobre y errático desempeño mostrado por la economía mexicana durante las últimas décadas, fortalecer la cohesión social de nuestra nación y abrir los cauces de un desarrollo sustentable, incluyente, equitativo y democrático”.

El manifiesto del Consejo Nacional Universitario (CNU) sostiene que hemos perdido tres décadas de desarrollo y comenzamos a perder también la cuarta ante el acelerado deterioro en el bienestar de las mayorías. Ante ello, sostienen, es imperante pensar cuál debe ser el papel de la universidad, del académico e intelectual en el tiempo presente.

Arguyen es urgente que los académicos no se queden en las aulas, que salgan, incidan directamente en la vida pública. Formulen soluciones desde una perspectiva universitaria, propuestas de política pública que permitan superar el desempeño económico, favorecer la cohesión social, al desarrollo sustentable, incluyente, equitativo y democrático.

Sin duda es plausible la propuesta, es indispensable y fundamental que la universidad y la academia cuestione su privilegio y asuma un compromiso con la sociedad, una postura política e ideológica, que los universitarios procuren tener a través de sus reflexiones y acciones una incidencia social.

Definitivamente, la academia es un lugar privilegiado para ello, pero, es importante señalarlo, el privilegio no siempre es plural, no es extensivo, su mayor freno es el elemento político.

Paradójicamente, las universidades han sido las instituciones que más han aguantado los procesos de cambio, los embates de cada gobierno en sus proyectos de nación.

La actualidad representa un rato para la universidad y los intelectuales, los cuales, al igual que la prensa, no terminan de encontrarse en la Cuarta Transformación, emergente después de la caída del imperio. Es importante destacar que detrás de esas trascendentales propuestas de acción y solución del CNU se socavan otros temas por demás delicados, sensibles y trascendentes que interesan y repercuten a las universidades y a la academia, los cuales es importante señalar.

En primera instancia, se plantea, al igual que lo hizo Enriquez en su libro Los grandes problemas nacionales, pero, lamentablemente, sólo se eligió ver hacia afuera. Ver y buscar la democracia de afuera. Resulta fundamental que la academia, los académicos e intelectuales cuestionen cómo está y qué condiciones tienen las universidades en el tiempo presente, tanto económicas, materiales, de infraestructura, de financiamiento, de proyecto educativo y, sobre todo, qué condiciones políticas persisten en nuestras universidades mexicanas.

Es imperante cuestionarnos si las propuestas del CNU pueden ser implementadas o forjamos más ilusiones. Los académicos hablan como académicos, como intelectuales, pero no hablan desde la universidad, omitieron observar hacia dentro, desde donde surge la reflexión, siempre diferenciada y excluyente. No se observa, no se enuncia y no se voltea hacia adentro, omitir este detalle, es colocar a las universidades y academias como palacios de cristal, desde el cual los académicos e intelectuales piensan y organizan el mundo, desde ese cubículo colmado de libros y ventanas desde las cuales observan ese limbo colmado de posibilidades.

Los universitarios omitieron observar hacia adentro, a sus centros de trabajo, no voltearon a verse a sí mismos y a analizar cuáles son las condiciones de posibilidad que realmente tienen para accionar y trascender.

No es un secreto que las universidades no son autónomas, ni libres como se presumen, que están atadas a intereses políticos y de mercado. Las universidades están capturadas por agentes privados que las convierten en instituciones autoritarias y autárquicas, con altos grados de burocratización y corporativismo. Operan también estas instituciones como maquiladoras de certificados, una imprenta certificada por los organismos nacionales e internacionales que evalúan la calidad de sus procedimientos. Evaluaciones que la certifican para la formación de sujetos que se integrarán con las debidas competencias al trabajo global, cuando el horizonte es un mundo altamente tecnificado y cada vez con menos trabajo.

Es loable el papel y el arrojo que han tenido los académicos e intelectuales para denunciar, levantar la voz y proponer ahora en un momento de cambio políticos, cuando parece cayó el gran imperio. Pero las universidades siguen cerradas hacia el exterior, son espacio que en aras de la autonomía permanecen inexpugnables, incuestionables. Las universidades siguen camuflando su realidad, zonas de confort y privilegio, el cual poco ha sido cuestionado por los académicos.

Difícil es imaginar una propuesta que proponga observar y cambiar la operatividad de las universidades desde el fondo, el proponer desde la academia desvincularse con el mercado, con los intereses políticos locales y nacionales, desvincularse del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, dejar de ser una universidad alienada, abrirse a nuevos saberes, a nuevas experiencias y cosmovisiones.

La historia de México nos ha mostrado que los cambios sociales, económicos, culturales, institucionales y políticos son graduales, de larga duración y generacionalmente extensos, pero, sobre todo, han sido pacíficos. La revolución mexicana fue el conflicto “moderno” que tumbó y cimentó el sistema político que aún sigue vigente a pesar de sus ligeras modificaciones, el reto para los académicos e intelectuales consiste en acelerar el cambio, y de forma pacífica, cambiar primero las condiciones internas de la universidad, para generar así condiciones de incidencia, cambio, alternativas para la urgente humanización.

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