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Hágase la voluntad de dios en las mulas de mi compadre

Por: Ramón Beltrán López

2012-11-22 04:00:00

 

Todo parecía tan claro y tan simple hasta 1990. El mundo se encontraba dividido  por dos dogmas, dos dogmas alrededor de los cuales se agrupaban todas las demás ideologías y grupos de interés,  según sus conveniencias particulares.

Hasta que, súbitamente, se derrumbó el Muro de Berlín y con este se empezaron a desmoronar los dogmas y las verdades eternas.

Inclusive aquel materialismo histórico que  se había autoproclamado como el único agorero del futuro, como el vidente, como el método infalible para predecir el futuro de una historia que, inevitablemente, debía ser lineal y conducir a la humanidad al socialismo y, finalmente, al comunismo.

¿Y qué sucedió después? Que esos pronósticos fallaron y lo que entonces se auguraba  como un hecho inevitable, como algo imposible de ser alterado, se esfumó como los espejismos en el desierto.

Y como prácticamente ha sucedido con todos los absolutismos que han circulado, anidado  y fructificado en estratos, grupos o naciones, a lo largo de la historia de la humanidad.

Y ahora resulta que hasta esas, las  que parecían ser las  más sensatas ambiciones, los deseos mas humanistas y aparentemente más cuerdos, tendientes a ofrecer mínimos de bienestar por igual,  para todos los ciudadanos, como son  la atención médica general y gratuita, las jubilaciones, las pensiones por desempleo, etcétera, se están viendo ahora amenazadas por las inesperadas e  inmensas dificultades económicas que enfrentan para sostenerse, para mantener  vigencia y solvencia; y ello por razones que antes eran absolutamente imprevisibles, como el final del llamado “bono demográfico”, o sea la existencia de una generación muy grande de jóvenes que soportarían la carga impositiva requerida para mantener el “estado de bienestar” de la generación precedente, o por el simple crecimiento en las expectativas de vida, lo que condujo a que millones de jubilados pudieran permanecer en ese estatus de privilegio por muchos, muchos  años más, llegando inclusive a completar un ciclo semejante al que habían requerido en su vida laboral para poder obtener su pensión.

Hace únicamente 40 años, se encontraban de un lado los reaccionarios, los conservadores, los odiosos capitalistas y del otro los revolucionarios, los partidarios de una sociedad más justa, los humanistas, los socialistas y los comunistas. Y no había términos medios.  

Pero súbitamente la realidad rebasó todos los pronósticos y todas las expectativas. E inesperadamente sucedieron otros cambios que nadie había sido capaz de prever. La explosión demográfica, el arribo de la cibernética y las telecomunicaciones, entre otros.

Y quienes deseaban ver al mundo, a la humanidad, como una fotografía, se llevaron un tremendo chasco.

Todo había transcurrido, todo había cambiado, pero como en una película, sin quedar como una imagen fija y mucho menos como una realidad permanente y definitiva. La historia es así.  ¿Quién hubiera imaginado a la China actual, al Vietnam actual, a la Rusia actual, en aquel entonces, cuando los jóvenes eran enrolados o convencidos de participar en cualquiera de los dos bandos enfrentados en la llamada “guerra fría”, esa guerra que ya no era tan fría y que amenazaba con envolver al mundo, mientras los hippies proliferaban en las plazas de Europa y América,  pregonando las ventajas de hacer “el amor y no la guerra”, cuando los Beatles causaban furor entre la juventud?

Actualmente surgen nuevos dogmas y nuevas miradas “fijas” de la realidad y de la historia.  Ahora ha surgido una oleada de supuestos “idealistas” que desearían que el mundo, que la Tierra, no sufriera modificación alguna. Que todo permaneciera como una fotografía. Que no se explote, extraiga ni utilice el petróleo. Ni la energía nuclear. Que nada cambie, que todo siga igual. Por siempre y para siempre. Amenazan y pronostican, catástrofes y cataclismos por venir.  Todo, todo, absolutamente todo, exigen, debe permanecer igual, sin cambio alguno.

Y ahora tienen en la mira a las actividades mineras.

Mientras, por citar un ejemplo, en Australia crece la economía y el bienestar en las regiones mineras, a diferencia de aquellas en que no existe esta actividad, o a que en nuestro pasado colonial florecieron las áreas mineras en Guerrero, Zacatecas, Durango, San Luis Potosí, etcétera, para gloria de la Corona Española, los nuevos cruzados parecen empeñados actualmente en impedirlas, aunque con esto se aumente la pobreza que agobia a más de la mitad de los mexicanos.

Fundamentalistas como aquellos de antaño,  estos funcionan en pleno Siglo XXI con una mentalidad binaria, bipolar; y todo en ellos se resume en un sí o en un no. No existen los términos medios. Ante la duda siempre decidirán que lo preferible, que lo necesario es prohibir. No existe en su conformación mental la posibilidad de regular. De controlar. Esto implicaría un esfuerzo al que no están dispuestos a someterse. O es que simplemente son incapaces de hacerlo.

“Ecologistas” que dicen luchar contra las emisiones de dióxido de carbono, contra la energía nuclear, contra la minería, contra ese “cambio climático” que disminuye la capa de hielo en el Ártico pero la hace crecer en el Polo Sur, y que  aumenta con ello el flujo de mercancías en el hemisferio norte, o que ya permite a las ballenas grises pasar de uno al otro oceáno. Estos nuevos fundamentalistas se desgarrarán las vestiduras, clamarán porque nada cambie, pero no dejarán –nunca– de usar sus automóviles, ni el gas doméstico, ni la electricidad producida por las nucleo–eléctricas, etcétera.

El mundo está bien como está, pero como está para ellos, solamente. Y debe quedar igual, como está, para los jodidos. Porque para lograr su progreso, el de esos, el de los que nada tienen, se podrían  producir cambios que alteren el bienestar en que los “iluminados” se encuentran actualmente.

Entonces lo que hay que hacer es luchar para que todo quede igual. Pero solamente aquí.

Aunque en 2011 se hayan vendido 13 millones de automóviles nuevos solamente en los EU.

Pero es que contra eso, contra tantos, ni manera de luchar. Ni de oponerse. 

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