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Vettel, tricampeón mundial

Por: Horacio Reiba

2012-11-26 04:00:00

¿Hay justicia en el deporte? No más que en cualquier otro ámbito. Ahí tienen ustedes a Fernando Alonso, haciendo rendir al máximo un Ferrari que, comparado con Red Bull, la escudería del tricampeón del mundo, más parecía pieza de museo. Y peleando hasta lo último por el título de 2012 para quedar segundo en el podio de Interlagos y, en el recuento final, a sólo tres puntos del coronado líder, ese joven alemán que es sin duda un superdotado, tanto para la puesta a punto como para leer cada carrera y elegir la estrategia más conveniente. Por no hablar de su suprema conducción, valentía y control a partes iguales. Y, este año en que Sebastián Vettel alzó su tercera corona, el piloto culminante no fue el Joven Maravilla, heredero directo del plusmarquista Schumacher, sino el asturiano Alonso, que a lo largo de la larga campaña de Fórmula Uno supo exprimir hasta límites asombrosos las limitadas prestaciones de su auto, tal como volvería a hacerlo ayer en Sao Paulo, largando séptimo para terminar segundo, demasiado lejos sin embargo de Jeson Button, ganador de la última carrera del campeonato, el GP de Brasil.

Interlagos hizo honor a su fama de circuito imprevisible, el más estrafalario e impredecible de todos. Ideal para decidir un título que Vettel acariciaba desde semanas atrás, cuando fue ampliando su ventaja sobre Alonso, que era ya de 13 puntos cuando ambos tomaron la largada en Interlagos. De repente, una maniobra temprana y torpe de Bruno Senna a punto estuvo de cambiarlo todo, pues el mediocre sobrino del paulista inmortal se llevó por delante a Checo Pérez, expulsándolo de la prueba, y a punto estuvo de hacer lo propio con Vettel, que libró el apuro con un golpe menor. Relegado al último puesto como consecuencia, emprendió a partir de entonces una metódica persecución del resto de los competidores que lo llevaría hasta la sexta posición final, suficiente para amentar su puntaje global a 281 por 278 de Alonso, quien para desplazar al hoy tricampeón hubiera tenido que ganar la carrera, una quimera dado el excelente momento de los McLaren: si Hulkemberg no saca de la pista a Hamilton, éste hubiera podido despedirse con un triunfo de su escudería de toda la vida (pasa a Mercedes); pero una vez descartado por una inoportuna pirueta bajo la lluvia del alemán de Force India, era el otro Mclaren, bajo la impecable conducción de Button, el abocado para ganar la prueba. Como finalmente sucedió.

Con la coronación de Sebastián Vettel al cabo de una gran temporada, el selecto grupo de los tricampeones de F-1 aumenta a seis. Lo antecedieron Jim Clark, Jackie Stewart, Niki Lauda, Nelson Piquet y Airton Senna da Silva. Cosa muy seria, pues como el aficionado habrá comprobado hay ahí nombres de sobra para disputar el título al mejor piloto de todos los tiempos.     

Liguilla fulastre.

Haciendo a un lado la excitación inherente a todas las finales y los diversos intereses que convocan –legítimos unos, y movidos por la codicia los demás--, la liguilla que va a culminar esta semana se ha distinguido por una sobreabundancia de yerros y descuidos impropios de finalistas, reflejados o no en el marcador pero demostrativos todos de una pobreza futbolístico no por consabida menos preocupante.

Pruebe el lector a hacer un somero repaso de los goles vistos y abundantemente repetidos, y comprobará que entre errores de marcación, rebotes y desvíos casuales, fallas infantiles o remates en que las defensivas brindaron al atacante todo género de facilidades, tranquilamente consiguirá reunir diez o más situaciones inadmisibles en profesionales del balón. Cuantimás si se trata de aspirantes al título máximo del futbol mexicano. Y eso sin contar la Primera A, con todo y el desastre que fue Lobos ayer, en la semifinal de CU –jugó a nada, dejándose llegar al contrario hasta que consiguió tirar al pozo la eliminatoria-- , ni los errores arbitrales. Y omitiendo de paso la indiferencia casi alegre con que la mayor parte de las “figuras” de los equipos eliminadas han tomado su pronta descalificación. Casi se diría, viendo y escuchando a varios de ellos, que se sienten felices de poder iniciar cuanto antes las vacaciones de fin de año.

Este panorama contrasta con el optimismo con que los burócratas federativos, hace apenas unos meses, declaraban inaugurada la atapa más radiante y feliz de nuestro futbol, al anunciar don Decio de María el revolucionario estreno de la Liga MX, que iba a suponer para nuestro balompié algo así como su arribo definitivo al paraíso de las potencias mundiales y los higos a dos por cinco. Y ya ven en lo que ha quedado tan magno propósito: en un torneíto rastacuero más, rematado con una liguilla de tres al cuarto, previo torneo de Copa en que la Primera División no pintó nada.

Traducido al lenguaje juvenil, la tal Liga MX, ilusoria rival de la Premier inglesa, resultó simplemente Muy Equis.     

Ojo al parche

Recientemente, aquel delantero franco-argentino que se coronara campeón en Francia 98, y que con 38 años encima fue repescado por un River Plate recién descendido a primera B –hablo de David Trezeguet—, expresaba su decepción ante el actual nivel técnico del futbol argentino. Para comprobarlo, Trezeguet pidió observar una drástica mudanza en la exportación de jugadores a Europa: prácticamente ya no quedan cracks que exponer en la vitrina, sino los despojos de una incesante sangría, resultado de la prisa por vender antes que por descubrir y formar verdaderos talentos. La consecuencia de esta degeneración es doble: por un lado, los partidos que se ven hoy en Sudamérica carecen de la calidad y el interés de antaño (y eso sin considerar la constante agresividad de las barras bravas, que ha desterrado de los estadios a las familias); por otro, los clubes –famosos o no-- ya se están resignando a exportar puras medianías a precio de saldo. Con lo que, a la degradación del espectáculo, la sigue la de la economía.

Habría que preguntarse si no está ocurriendo otro tanto con el futbol mexicano, aun siendo nuestro país uno de los exportadores más discretos de América a Europa, por debajo incluso de Honduras, Estados Unidos o Costa Rica. Para comprobarlo, propongo al lector este sencillo ejercicio: compárense la clase de importaciones que nuestra Primera División viene haciendo en este joven siglo, con las habituales de equipos mexicanos poderosos hasta los años noventa, aproximadamente. ¿Dónde están los herederos de los Gato Marín, Carlos Reinoso, Quintano, Albrecht, Gamboa, Antonio Carlos Santos, Aravena, Ruggieri, Oman Biyik, Muñante, Cardozo, Aguinaga…? Porque hoy todo lo que vemos son Chacos, Maz, Pavones, Chuchos, Ayovís, Lobos o Rolfis. Y, francamente, ninguno de éstos sale bien parado de la comparación.

Una vez hecha esta prueba, recomiendo repetirla, pero con jugadores mexicanos de entonces y de ahora…

Real fracaso

Al Real Madrid le llovió en su milpa esta semana. En la Champions, a una fecha de que la ronda de grupos termine, está prácticamente condenado a calificarse segundo detrás del Borussia Dormund como resultado de su empate del miércoles en Manchester con el City, que es verdad se benefició de un arbitraje descaradamente casero del italiano Rocchi. Y el sábado, su visita al colero Betis dentro de la liga se saldó con inesperada derrota por 1-0 que lo separa once puntos del líder Barcelona, distancia estadísticamente insalvable con vistas al título del torneo español. Falto de respuestas a hora de los mameyes, Mourinho aprovechó la conferencia de prensa posterior al estrepitoso tropiezo en Sevilla para despotricar en contra del arbitraje, ciertamente nefasto, con que su equipo ha tenido que lidiar últimamente. Pues si en tierras inglesas le inventaron un penal en contra –y con ese gol aseguró el Kun Agüero el 1-1 definitivo--, en el Benito Villamarín se le anuló un gol a Benzema por falso fuera de juego, y hubo, sobre la hora, una mano defensiva en área bética que el silbante interpretó como involuntaria.

Ya se sabe, el perro más flaco es el favorito de las pulgas. Sólo que con el Madrid, dueño de la nómina más gorda y con el entrenador mejor pagado del mundo, esas lastimeras consideraciones no caben. Puesto a distraer la atención sobre esos crematísticos detalles, hace bien Mourinho en enfatizar su enojo con los árbitros. Lo dudoso es qué hará para salvar la temporada. Y qué será de él y sus muchas ínfulas a raíz del papelón que ya se perfila.  

 

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