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De Wembley al Azteca

Por: Horacio Reiba

2013-05-27 04:00:00

Una final, ese fin de túnel en el que desembocan tantas ilusiones, no necesariamente aloja las mejores exhibiciones futbolísticas. Y desde luego, que un equipo quede campeón –lo cual es inevitable– tampoco lo convierte en paradigma ni mucho menos en ejemplo. Así como hubo ganadores absolutos que conquistaron a la gente por la fuerza moral y estética de su juego, abundan vencedores cuya gloria empieza y termina con el título obtenido.  Para no ir más lejos, el Chelsea, dueño de la Copa de Europa hasta hace dos días, en que recibió el trofeo la capitanía del Bayern Münich.

Un partido excepcional. La final entre el Bayern y el Borussia Dortmund sacó chispas. Porque además de emocionante a más no poder, fue una hermosa muestra de futbol grande. Ése que reúne estrategia, entrega, dinamismo, voluntad de vencer y lances de alto calado. Ética y estética. Si a la larga se fue imponiendo el superior peso específico del lujoso plantel muniqués, qué veinte minutos de antología regaló Borussia al inicio del partido. Por riqueza técnica y disciplina táctica, por coordinación entre socios y regulación del ritmo, por cómo copó el medio campo y por las variadas vías de arribo al arco de Neuer que creó, un espectáculo memorable.

Apareció, sin embrago, el primer nombre propio de la tarde. En ese lapso, clave para el destino de la contienda, Emmanuel Neuer paró todo. El misil desde fuera del área de Reus, La media vuelta de Blazsczykowski, la volea de Lewandowski. Con ello dio tiempo a que su equipo se asentara –tocar mucho en defensa, fue la receta inicial, y sumar la explosividad de Ribéry y Robben, con Javi Martínez en recorridos de contención y Schweinsteiger al mando de las operaciones. Hacia la media hora de partido, ya el Borussia no era el mismo. Ni lo sería más, trabado su impecable mecanismo por el cansancio y la fuerza superior que tenían enfrente.

El caso es que, durante el resto de la contienda, las oportunidades cayeron casi todas del lado del Bayern. Hasta tres manos a mano tuvo Robben con Weindenfeller, y los tres los perdió. Sume usted, ya en el segundo tiempo, sendos cañonazos de Alaba y Schweinsteiger que mandó brillantemente a córner el guardavallas prusiano; y el toque a gol de Müller después de trastearlo y dejarlo atrás que el serbio Subotic sacó en la raya, ya con el marcador empatado a uno. O un par de frentazos sin rumbo de Martínez, y otro más, muy al principio, de Mandzukic que se fue por encima. Porque la defensa aurinegra hacía agua por arriba y por abajo, un lujo que la alerta retaguardia del Bayern nunca se permitió.

Tres goles y más paradojas. La dupla Ribéry–Robben entró en acción a los 60’ por entreala izquierda, el francés dejó a Arjen solo ante el portero, éste lo obligó a orillarse y desde ahí, casi pegado al poste, la puso atrás para el toque a bocajarro de Mandzukic.

El empate llegó de penal. Una torpe entrada de Dante sobre Reus –puntapié y rodillazo al cuerpo– y cobro inapelable de Gündögan hacia el parante izquierdo de Neuer. Y la victoria bávara fue con suspenso y de última hora. A los 88’ Ribéry llegó atropellando al área, deespaldas al gol sacó un taconazo de emergencia cuando tres defensores lo cercaban y de atrás surgió Robben para ganarla dos veces por milímetros, encarar a Weindenfeller y tocar suavecito de zurda a la izquierda del cuerpo del arquero. Se reivindicaba así de un pasado tercamente perdedor.

Todos los goles en el segundo tiempo, cuando el que había valido oro fue el primero. Así de caprichoso es el futbol. Y una paradoja más: en la consagración y justa victoria del Bayern, el gran momento futbolístico lo había bordado el Borussia. Aunque su prodigiosa miniatura no tuvo futuro. Que así de caprichoso y eternamente sorpresivo es y será el futbol.

“Cuidar el espectáculo”. Entre las frases de nuevo cuño incorporadas al lenguaje futbolero está este eufemismo: ahora los árbitros deben “cuidar el partido” aun por encima del reglamento. Y el italiano RIzzoli, ducho en estos temas, lo siguió al pie de la letra. Porque de lo contrario habría tenido que expulsar tempranamente a Ribéry, por un codazo intencional y muy claro a Reus; mostrarle a Dante la roja por su brutal embestida sobre el mismo jugador en la acción del penalti.

No lo hizo así, “cuidó el espectáculo” y tal vez fastidió al Borussia.   

Decálogo con dedicatoria. La semana abrió con una verdadera vacilada, que sin embargo encierra un golpe bajo bastante perverso. Resulta que los del pacto de gavilleros se reunieron, convocados por Decio de María, y éste procedió a la lectura de algo que llamó decálogo  mediante el cual daba cuenta de nada menos que tres nuevas ventas de franquicias (nunca diga usted “equipos” ni mucho menos “clubes”, por favor), se sobreentiende que bendecidas y apoyadas por sendos gobernadores estatales. Pero todo eso quedaba a nivel de avisos parroquiales ante la noticia de que, oh sorpresa, queda eliminada del futbol profesional de México la multipropiedad… aunque para que tal portento se consume deberá transcurrir un período de gracia de cinco años.

Empero, más que ataque de moralina o acto de contrición, todas las sospechas apuntan a que se trata de una clara medida anti Slim. Ante la amenaza de que el magnate de magnates, instalado ya en el casino futbolero a través de la dupla Pachuca–León, mostrara a los aterrotizados pactantes las garras de depredador  nato –vía Chivas, por ejemplo–, el monólogo (que no decálogo) de Decio incluyó una cláusulita más que precuatoria, mediante la cual cualquier nuevo intento de multipropiedad queda anulado. Si de lo que se trataba era de atajar el apetito del señor Slim, misión más que cumplida.

Tiempo habrá para encontrar fórmulas que perpetúen esa nociva práctica contranatura conocida como multipropiedad. Ya sin competidores de peso para el alegre monopolio televisivo.

Oportunidad desperdiciada. Nunca el Gremio de Ronaldinho y demás ases gaúchos se vieron en mayores apuros que durante los minutos que siguieron al segundo gol de Xolos el jueves, en Tijuana. Hasta ahí, el equipo insignia de la actual Copa Libertadores había sido un pelele entre las fauces del aguerrido can tijuanense, y luego de las anotaciones de Riascos (32’) y Martínez (53’), la mesa parecía estar servida para la sorpresa del año.

Pero entonces, el equipo de Mohamed, asustando de su osadía, eligió, contradictoriamente, retrasar líneas y esperar. Es decir, abandonó el campo al enemigo, invitándolo a venírsele encima. Sólo entonces apareció el Gremio de Pierre, Bernard, Tardelli, Jo (porque Ronaldinho siguió de incógnito sobre ese césped artificial que tan mal sentó a los brasileños). Pellerano y Arce, excelsos hasta poco antes, desaparecieron. Y si el primer gol gaúcho, obra deTardelli (66’) ya complicaba la posible clasificación mexicana al máximo, el de Luan, en tiempo de descuento y tras una pifia clamorosa de Gandolfi, prácticamente los tristes aires de La Golondrina  para Antonio Mohamed, cuyo contrato terminará en cuanto concluya el compromiso del equipo tijuanense con la Libertadores.

Claro que la eliminatoria sigue en el aire en tanto la devolución de visita a Porto Alegre no se consume. Queda, como clavo ardiente al cual aferrarse, el buen recuerdo del Palmeiras y Pacaembú. Pero los milagros no suelen repetirse. Y aunque no lo pareciera el jueves, el Gremio de Porto Alegre es otra cosa: entre otras, el equipo con mejores números en la actual versión de la Copa LIbertadores.

Usted, ¿a quién le iba? Ya el Azteca lleno y el tránsito colapsado, pero la finalísima mexicana está aún por jugarse. El primer partido mostró a dos equipos igualmente entregados a sus respectivas causas y camisetas, muy poca claridad futbolística –si alguna hubo– y el peso de un gol tempranero  (Giménez, a los 19’) gravitando sobre el resto de la contienda. 

Varias veces el América estuvo a punto de empatar, pero Cruz Azul resistió bien –decisivo el aporte de Corona bajo el arco, a pesar de alguna errática salida– y mantuvo su corta ventaja hasta el final. Ahora bien, las Águilas del Piojo basaron su presión, muy marcada en el segundo tiempo, en la incesante búsqueda de su bulldozer ecuatoriano, bien apoyado en un Raúl Jiménez en espléndida forma. Llenaron el campo azul de pelotazos, pero la claridad, el futbol, no apareció por ningún lado. Tampoco por parte del Cruz Azul, que fue reculando paulatinamente y terminó completamente olvidado del verbo atacar. De momento, el muro que levantaron Torrado y los suyos, sirviéndose de la argamasa de Jesús Corona, sirvió para contener la andanada americanista. Pero…

¿Siguió haciéndolo durante los 90 minutos del Azteca? Esa respuesta ya la tiene ahora usted pero estaba en el aire al escribirse estas líneas. Señalo, no obstante, un factor diferencial que anoche pudo resultar decisivo: a falta de un gran futbol, y considerando la nivelación de fuerzas existente, el América ha exhibido una condición física bastante superior. Un dato a tomar en cuenta.

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