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Con los pies en la tierra

Por: Horacio Reiba

2012-08-20 04:00:00

La derrota a media semana ante los gringos –primera vez que EU vencía al Tri en territorio nacional–, ha tenido la virtud de la oportunidad. Por un lado, nada importante se disputaba y el Chepo opuso a los gringos un cuadro parchadón, a medio camino entre la versión A y la B de la selección mayor. Y por otro, y más importante aún, que a cuatro días del oro de Wembley el Azteca haya presentado una entrada más bien floja da cuenta de la sensatez de un público capaz de calibrar tanto su bolsillo como su euforia: el triunfo olímpico estuvo muy bien, pero no tanto como para que la gente perdiese el juicio, por mucho que la empujaran a ello los paleros de la televisión.

¿Qué quiero decir? Que si bien los chicos de Luis Fernando Tena han alcanzado el máximo lauro en la historia de nuestro balompié, menos rica en logros que generosa en frustraciones, no es menos cierto que el futbol olímpico fue perdiendo rango a partir de 1930, desplazado por la Copa del Mundo, y continuó cediendo protagonismo cuando, hacia los años sesenta, surgió con enorme fuerza la Eurocopa y, a fines de los ochenta, la Copa América tomó su segundo aire.

 

Valor real de una medalla

 

Varias veces el futbol estuvo en riesgo de dejar de ser deporte olímpico al surgir desavenencias entre el COI y la FIFA,  cuyo criterio ha sido mantener suficientemente acotada la participación en los Juegos de sus países miembros, utilizando subterfugios como el límite de edad, algo exclusivo del balompié, pues en ningún otro deporte olímpico opera. Por esa y otras razones, la justa futbolera está lejos de constituir el acto estelar de los Juegos, aunque continúe atrayendo mucho público a los estadios y obtener una medalla siga suponiendo para el seleccionado de casi cualquier país un legítimo timbre de orgullo –hay excepciones, como a las claras acaban de demostrar los brasileños, casi avergonzados de sus preseas plateadas.

En consecuencia, el valor anecdótico de un éxito olímpico como el reciente de México supera con creces su trascendencia futbolística. Díganlo si no otros triunfadores cercanos en el tiempo, como Nigeria y Camerún, que no por ganar la áurea presea en Atlanta 96 y Sidney 2000 alcanzaron trato de potencias mundiales, ni mucho menos. Y está el caso más reciente de Argentina, vencedora en Atenas 04 y Pekín 08: en ese país siguen considerando como última victoria contable de su futbol la de la Copa América de Ecuador 93 –venciendo precisamente a México en la final–; y eso que de entonces acá no sólo se adueñaron dos veces del oro olímpico, también han ganado mundiales juveniles y algún Panamericano. Y sin embargo, todo eso significa para ellos poco menos que nada. Ni el hecho de tener en Lio Messi al mejor jugador del mundo les representa lo que un triunfo, cada día más añorado, en alguna de las grandes citas del futbol mundial.

Lo que deja bien claro que la de Juegos Olímpicos no es una de ellas. 

 

Méritos y alcances

de una medalla de oro

 

Alguien podrá argumentar que los argentinos son así de especiales, así de pagados de sí mismos. O, quizá con mayor sentido, que los logros del Tri deben verse desde una perspectiva muy distinta que los de Argentina o Brasil, dos potencias habituadas a ocupar puestos cimeros, donde la inercia de la opinión pública y futbolística impulsa la exigencia del triunfo. Evidentemente, México no puede medirse con el mismo rasero.

Aun considerando lo anterior, haríamos bien –ellos y nosotros– en preguntarnos qué está ocurriendo aquí dentro para que los triunfos en categorías inferiores –Sub 17, Sub 20 y Sub 23, que es donde se encuadran los equipos que asisten a JO– tiendan a diluirse al alcanzar nuestros astros juveniles la madurez profesional. En el caso de los sudamericanos –potencias o no–, la respuesta apunta hacia la inevitable sangría que sufren sus clubes en cuanto alguno de sus valores emergentes destaca, así sea medianamente: a toda velocidad –con toda voracidad– su agente lo colocará en una escuadra europea dispuesta a sucursalizar la Torre de Babel. Entre nosotros, ese fenómeno tarda en producirse, y qué mejor muestra que la raquítica presencia de mexicanos en Europa, casi toda en clubes secundarios y casi todos en calidad de reservas. La razón es tan obvia que da grima repetirla: el real potencial de tanto chico con talento y posibilidades se desperdicia por la ausencia de proyectos de desarrollo más o menos serios en los llamados “clubes profesionales”, falacia verbal que por supuesto incluye a la extensa mancha tóxica de extranjeros de medio pelo que masivamente sigue incorporando nuestro futbol para mejor cultivar el sueño, o la indiferencia, de su público.

Es decir, que mientras el balompié azteca no deje de ser rehén de las televisoras, y por tanto no abandone su extenso repertorio de pactos, multipropiedades, tianguis de piernas, listas negras y demás tramposas artimañas, seguiremos condenados a festejar como la conquista del Everest cualquier ascenso de fin de semana al Telapón, El Pinar o el Cofre de Perote.

 

¡Ay, Pueblita!

 

¿Qué será de tu vida con esa directiva de pacotilla? Tan lejos del futbol y tan cerca del infierno de Primera A, ése al que los dueños del balón grande osaron asomarse este verano so pretexto de un absurdo torneo dizque de Copa, inventado con toda seguridad por quienes ya llevaban varias entre pecho y espalda.

Este fin de semana, el verdugo de la franja fue el Morelia, que jugando en casa firmó un cómodo 3–0 (Rojas, Morales y Sabah) ante el desorientado conglomerado de la banda azul. No necesitaron sublimarse los michoacanos para engullir el apetitoso flan, elaborado prácticamente al azar por quien o quienes mandan en las oficinas del Cuauhtémoc. En términos contables, la nueva derrota significa que el Puebla ha obtenido un punto de 15 posibles. Torvas amenazas se ciernen, pues, sobre un equipo que empezó el Apertura amparado en una diferencia en su cociente engañosamente favorable frente a los de Atlas y Querétaro, los otros candidatos a la quema. Pero tal como están las cosas –y esto incluye, por supuesto, los vaivenes del enconado pleito entre el dueño del equipo y el gobierno estatal–, el “clásico” Puebla–Lobos con que nos obsequiara hace poco el calendario de la Copa, podría repetirse dentro de un año en la liga… de Primera A.  

 

La liga de las

estrellas, estrellada

 

Durante el fin de semana, el balón empezó a rodar nuevamente sobre pastos del viejo continente. Por supuesto, roban atención las ligas inglesa, italiana, alemana, francesa… y por supuesto la española, adornada y perfumada con los máximos entorchados del futbol europeo y mundial.

No obstante, allí también hay muchas habas correosas por cocer. En medio de una crisis económica galopante, la deuda sumada de los 18 equipos de Primera asciende a más de 4 mil millones de dólares (de los cuales 1 mdd al fisco). El mercado de compra–venta se movió muy poco, y por primera vez en lustros, el saldo del Real Madrid fue en este sentido superavitario. El Barça, que fue quien más gastó, se ha conformado con adquirir a Song, un gregario de Arsenal, y al ex valencianista Jordi Alba Y el negro panorama incluye a un Málaga abandonado por su anterior propietario –el jeque Al–Thani– y con el plantel en plena desbandada.. Los demás, con mantenerse como estaban se dan por bien servidos. A condición, claro, de que los acreedores no aprieten tuercas, pues eso llevaría a más de media Primera División directo a la bancarrota.

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