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Discriminación por discapacidad

Por: Israel León O’farrill

2012-06-21 04:00:00

 

Desde hace un par de semanas llevo la pierna enyesada producto de una fractura de tobillo. Lo anterior quizá no tenga nada de especial para el amable lector y tampoco lo tendría para mí de no ser quien lo está viviendo. A lo largo de esos días, he ido acumulando una serie de experiencias incómodas que dudaba poner en este espacio; sin embargo, sucedió este martes pasado una situación que no sólo desbordó el vaso, sino que también denotó estulticia y discriminación: a la hora de renovar mi licencia –trámite que tuve que acometer pues vence en estos días– fui mal tratado por empleados y médicos del módulo que se encuentra en la plaza Cruz del Sur de Puebla. Para ellos, al verme con muletas, el trámite debía esperar a que tuviera el pie curado pues tenía que demostrar al par de “galenos” que ahí trabajan que tengo reflejos correctos. Dicho examen, por cierto, no se lo aplican a todos pues a “ojo” diagnostican si alguien requiere que se le aplique; es decir que si llega caminando, pues entonces tiene buenos reflejos. Para cualquier médico que lea esto, la falacia en esta afirmación es evidente: no todo el que camina, tiene buenos reflejos pues hay un sin fin de padecimientos que pueden afectar las capacidades motrices de una persona en un momento dado y no se ven a “ojo”: problemas cardiovasculares, del sistema nervioso central –epilepsia–, o quizá aquellos derivados de la diabetes. Pero claro está que si se llega con yeso y muletas no podrá manejar y mucho menos pasar un examen semejante. Lo más ansurdo es que, una vez curada la pierna, lo único que tengo que hacer para no tener que realizar ese examen, es entrar caminando.

Al reclamar después de semejante explicación, la doctora tuvo a bien decir que se veía en el sistema que yo aparecía bloqueado pues había realizado el trámite en otro sitio. ¡Yo ni siquiera había entregado mi licencia y credencial de elector pues no me las recibieron!, ¡¿cómo podría saber ella si estaba bloqueado o no?!; ¿vamos a funcionar con esas medidas fascistas en este gobierno aparentemente de coalición? Más adelante se confirmó que no, pero ya había sido acusado de mentiroso y loco, seguramente por reclamar. Se podrá argumentar –sin duda por parte de algún cuadrado funcionario– que el reglamento lo estipula y se acabó, que aquello que no está considerado, pues no se puede realizar. Bien, sea pues la brutalidad burocrática y la terrible cuadratura del sistema; pero es fundamental decir que mal hace el gobierno del estado poblano y su titular Rafael Moreno Valle, en sustentar semejantes reglamentos que carecen de todo sentido, además de tener sólo en la imagen y el discurso el apoyo a las personas con capacidades diferentes. Si no se puede justificar ni comprender una pésima atención de los médicos en las salas de emergencia –justificable quizá por la cantidad de trabajo y lo traumático de los casos– mucho menos en el tratamiento de médicos que, si acaso, realizan exámenes de la vista. Resulta vergonzoso que su lógica sea tan básica y que tengan una total falta de interés en las consecuencias de su omisión. Lo que es más, cuando les pregunté qué sucedería si recibía una multa por no tener el documento vigente una vez que me quitaran el yeso, me dijeron que ese no era su problema. Es terrible que un accidente te segregue de esta manera.

Pero las cosas, como lo dije, no se han quedado ahí. Desde el primer día con la pierna inmóvil he tenido que usar, primero bastón y más adelante muletas para poder trasladarme de un lado para el otro; en este corto espacio de tiempo, he experimentado acciones y omisiones por parte de los seres humanos que me rodean: indiferencia en el mejor de los casos; incomodidad y agresividad en el peor. Es decir que o les da lo mismo ver a una persona en situación de inmovilidad o movilidad parcial y siguen haciendo su vida aún cuando uno se encuentre en medio de su camino, o les parece un estorbo que hay que quitar, lo quitan y siguen su camino. Es la primera vez que me rompo algo y, por ende, es la primera ocasión que veo limitada mi movilidad.  Claro está que bastó para darme una leve idea de lo que tienen que padecer aquellos que se encuentran anclados a cualquier tipo de aparato ortopédico; igual la de aquellos que carezcan de alguna capacidad sensitiva o que estén limitados intelectualmente. Nuestra sociedad no está preparada para vivir con personas de capacidades diferentes –aunque sea de manera temporal– y lo que es peor, para respetar y entender sus necesidades. Nos manifestamos como espartanos en pleno siglo XXI y es culpa de una educación deficiente, lo mismo que de la omisión o inacción de los tres poderes: ejecutivo, legislativo y judicial.

Niños corriendo en torno a personas con estas características sin que a ellos y a sus padres les importe su seguridad; carritos en tiendas de autoservicio que peligrosamente rozan yesos, muletas, bastones; miradas torvas y de molestia al colocarme en la fila especial en el banco. O la gente requiere ver discapacidad total para que se conduela de uno o no entiendo lo que se necesita. Es prioritario que como sociedad exijamos que existan condiciones para que aquellos que se encuentran limitados puedan tener una vida más sencilla; pero es en verdad urgente que en lo individual, en nuestras familias y grupos sociales, podamos generar empatía y sentido humano. Falta mucho por mejorar en nuestra sociedad, pero a nuestro gobierno, bueno, es claro que le falta una enormidad.

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