Semana en La Habana y un film indestructibles

Duele decirlo, pero en una de esas lo mejor que hay actualmente en el cine es el promo de Javi Noble descubriendo que Cinépolis le robó la idea de un recinto fílmico para exhibición tetradimensional; y eso no alcanza. Pero el pasado viernes la novedad fue el estreno de Siete días en La Habana, coproducción franco–española de siete realizadores, cada uno dirigiendo el segmento de un respectivo día de la semana. El correspondiente al lunes es El yuma, de Benicio del Toro, en torno a un joven gringo que se siente atraído por una muchacha local, pero igual descubre que en La Habana no todo es lo que parece. El del martes es Jam session, de Pablo Trapero, centrado en Emir Kusturica (borracho) tratando de reconciliarse  –desde la isla– con su esposa, que se encuentra en Serbia; en el trámite, Kusturica conoce lo que son las descargas cubanas. El del miércoles es La tentación de Cecilia, de Julio Medem, sobre una incipiente cantante debatiéndose entre la posibilidad de un contrato en España o quedarse en Cuba para enfrentar un incierto futuro en lo sentimental y en lo profesional.

El que toca al jueves es Diario de un principiante, de Elia Suleiman, centrado en un reportero que –mientras aguarda cita para entrevistar a Fidel– observa, tan fascinado como alucinado, los contrastes de La Habana, diversos a los de Palestina, su patria. El del viernes es Ritual, de Gaspar Noé, en el que una jovencita es obligada por sus padres a un ritual nocturno de expiación y purificación tras descubrirle una relación homosexual. El segmento del sábado es Dulce amargo, de Juan Carlos Tabío, referido a una mujer que vence todos los obstáculos del día para cumplir a tiempo la entrega de un pastel, pero que a la larga siempre recordará esa fecha por razones muy distintas. Y finalmente, el del domingo es La fuente, de Laurent Cantet, sobre las tribulaciones y esfuerzos (rituales, escenográficos) de un grupo de vecinos para organizarle una gran fiesta a Oshun –la virgen de la Caridad del Cobre– apenas horas después de aparecérsele a uno de ellos. Estos siete segmentos no se entrecruzan, salvo por un personaje y por un par de detalles, pero no de manera nuclear.

En un balance, Siete días en La Habana es entrañable e interesante, pero también dispareja por obvias razones: se complica que muestre consistencia una obra artística acuñada por siete creadores de distintos estilos, tonos y temperamentos; y aún más si las búsquedas e intenciones no se someten a un tema, personaje o universo estético que los encauce. Entonces, ¿no es todo eso La Habana aquí? No; si acaso está como pretexto, pero no como texto, lo que no es un mero juego de palabras ocurrente, sino un hecho que hace toda la diferencia. (Para mejor comprender esto, remitirse a Suite Habana, de Fernando Pérez). Aún así, Siete días en La Habana está lejos de ser descartable. Lo mejor en ella son Jam session (Trapero) y La tentación de Cecilia (Medem), pero sus otros intentos también clarifican su sentido como mirada y la forma de entender al cine de sus directores. Así pues, a pesar de sus naturales altibajos, bien vale la pena este crisol habanero; ojalá siga en cartelera cuando estas líneas se lean.

A la par de Siete días en La Habana, estrenaron en Puebla Después de la Tierra, de M. Night Shyamalan, y Ladrona de identidades, de Seth Gordon. La primera es una decepción más (van varias en las semanas recientes) entre las blockbusters veraniegas. No la salvan ni Will Smith –fracturado– ni su hijo Jaden –apanicado– ni su doble y complicada relación (padre–hijo; experto–aprendiz) en busca de mutua expiación. Por su parte, Ladrona de identidades es a mi juicio una de las cintas más flojas que han llegado este año, pero usted decide. Ahora bien, hoy inicia El hombre de acero, de Zack Snyder, que seguro va a monopolizar la atención de la gente; justo lo que hace a un film indestructible.