Nunca me dices te amo.
-Es una pena que te apene-,
rumia el eco en el hueco de tu encanto.
Por eso con tus miradas
dices -¡Esa tipa!-
cuando alguna me sonríe.
Y cuando pronuncia mi nombre
firme o despacio, exclamas:
Quiere comerte la descarada.
Te recomendamos: Tantas que mueren jóvenes
Entonces sé que me amas
con el difícil modo de querer tuyo,
como quien ama una linda casa.
O a una despensa indispensable.
Y sacas los candados,
repican veinte llaves.
Cuando sales de ésta tu casa,
a media calle de distancia te preguntas:
¿Cerré el candado, dónde dejé la llave?
Leer también: Grandes, redondos
Preferiría que no sufrieras
y así como al descuido,
me dijeras cuánto me amas.
Y que la pena se te fuera
en ese rubor intenso
que, al admitirlo, enciende tus mejillas.
Ricardo Landa, mayo de 2025