A esta hora no se sabe aún quién ganará el Clausura 2018, si el impulsivo Santos o el reglamentado, ordenado y disciplinado Toluca. De cualquier forma, la vida sigue igual, excepto tal vez para los fanáticos de los dos bandos en litigio. Domina la impresión de que lo mejor de la liguilla lo dejó el doble duelo Santos–América, del que fueron el conjunto norteño inobjetable vencedor (6–3 en el global), y principal damnificado Miguel Herrera, un estratega tan pintoresco y publicitado como limitado.
La ida se anima de últimas. El primer encuentro, en Torreón, que había dormido a la porra durante un soporífero primer tiempo, se animó en el segundo cuando, en un contragolpe perfectamente combinado, marcó Luis Quiñones para el visitante (52’). Porque el Santos, sin demasiadas luces, despertó y el juego se animó. Pero no acompañaba al cuadro de Siboldi la inspiración de otros días –el de la goleada al América, principalmente– y los rojos resistían con orden y sin mayores problemas. Hasta que Talavera decidió hacer turismo fuera de su área y Djanini, con su larga zancada, lo dejó pagando, antes de esperar y burlar tranquilamente al central García para marcar a puerta vacía (71’). A partir de ahí, Cristante decidió cerrar el partido amontonando gente atrás, y Furch le estropeó la idea cacheteando astutamente un centrito aparentemente inocuo enviado desde la izquierda por el colombiano Cetré (89’). Demostración de que la zaga toluqueña no es nada del otro mundo.
De portero a portero. A nadie ha escapado el detalle: tanto el entrenador del Santos como el del Toluca fueron porteros de fama antes de abrazar la dirección técnica. Mejor si cabe el uruguayo Robert Dante Siboldi –que llegó para el Atlas, hizo carrera con Tigres y jugó incluso para el Puebla– y más ganador el argentino Hernán Cristante, infaltable titular en el arco del Toluca campeonísimo del salto de siglo.
¿Influyó esta casual circunstancia en el desarrollo de la final, como ha influido tantas veces el oficio defensiva u ofensiva de tantos entrenadores en la impronta y carácter de los equipos a su cargo? La verdad es mientras el Toluca de Cristante se caracteriza por la búsqueda de equilibrio, sin desdeñar el repliegue estratégico ni el raudo pero ordenado contragolpe, siempre bajo la batuta maestra de Sambueza, el Santos de Siboldi muestra un talante más desenfadado, pero siepre dentro de un orden que le ha hecho mucho bien como equipo. Recuerdo ahora lo agradable que era ver jugar al Morelia durante la larga etapa en que lo dirigió Antonio “La Tota” Carbajal. Y ni hablar de Enrique Meza, otro arquero que supo aunar en los equipos que ha dirigido –chicos o grandes– la difícil conjunción de sensatez organizativa con arrebatos de inspiración que la grada agradecerá siempre.
Lobos se queda en primera. Apareció un patronato, apoquinará el dinero y la manada seguirá en Primera. ¿Decepción, a tenor con lo que este columnista expresó el anterior lunes? Todo depende. Sigo pensando que lo digno habría sido asumir el descenso como nota evaluativa del mal manejo del equipo. Y reconstruirse desde abajo. Ahora bien, si el dichoso patronato, además del desembolso de 120 millones directos a las arcas de los gavilleros pactantes, le está pagando a nuestra universidad por el acceso y uso a la marca BUAP, adelante. Los universitarios, academia y alumnado, se beneficiarían con ello.
Salvada esa condición –que la permanencia no le cueste un centavo y en cambio le reporte dividendos a la histórica y principal universidad del estado de Puebla– no tengo objeción. Ya irán apareciendo éstas –o su contraparte, las celebraciones alegres– en función de lo que el equipo vaya logrando o dejando de hacer, en lo deportivo y en todo lo demás. Por ahora, equipo a la vista no lo hay. Ni entrenador. Ni proyecto visible. Ni una cauda consolidada de seguidores (una de las fallas esenciales de la aventura en Primera División). Solo los millones del caso, que deben tener contentísimos al Consejo de Dueños y a los federativos. Pobre futbol mexicano, tan enemigo del balón como ávido de lana.
Y ya veremos que ocurre con Lobos BUAP, empeñado en seguir con este juego.
Madrid–Liverpool, el sábado. Desde 2013, la celebérrima Copa de Europa rompió con la tradición de jugar su final un miércoles para trasladarla, por pura conveniencia comercial, a uno de los últimos sábados de mayo. El 26, esta vez. Es decir, dentro de cinco días. Nadie discute al Real Madrid como favorito, con los reds de Liverpool en plan de eventual aguafiestas. Mucho más curtido en estas lides, con un plantel mucho más caro y rutilante, el 11 merengue se presentará en Kiev como la apuesta más viable. Viable, que no segura. ¿En qué podrían basar los portuarios sus esperanzas de dar el campanazo? Sin duda en la velocidad –física y mental– de sus atacantes. Nunca en un manejo de partido del que se han declarado legos, ni en la fortaleza de un cuadro defensivo del montón.
Cristiano contra Salah, se relamen los golosos. Y hay que reconocer que el egipcio pasa por momento más dulce que el portugués. A favor de éste su probada contundencia en los lances decisivos, el empuje de sus alimentadores de medio campo hacia arriba, la añeja costumbre de ganar. A favor del barbado goleador africano, la combinación de astucia con manejo, de fortaleza con finura que lo aupó este año al liderato absoluto de los anotadores en la Premier y la promesa de no haber fallado en ninguno de los decisivos encuentros de la Champions que viene de ganar.
Perspectivas y antecedentes. Pero el duelo no se reduce a los dos hombres más llamativos de ambos cuadros. El Madrid distribuye figuras por toda la cancha, en el Liverpool abundan los secundarios con ganas de hacer historia. La eterna lucha entre un equipo de estrellas y un equipo con buena estrella, suficientemente acreditada en el pasado, especialmente en aquella memorable final de 2005 en Estambul, cuando le volteó a un Milán de lujo aquel partido que ganaba cómodamente por 3 a 0 y finalmente perdió en los lanzamientos de desempate. Antes, en el siglo XX, Europa había coronado cuatro veces al Liverpool: en 1977 (3–1 al Borussia Moenchengladbach, en Roma), 1978 (1–0 al Brujas belga, en Wembley), 1981 (1–0 al ¡Real Madrid!, en París), 1984 (al Roma en penales, luego de empatar a uno, en el Olímpico romano).
Más conocida y reconocida es la senda victoriosa del Madrid a través de la Copa. Sus cinco conquistas iniciales (1956, 4–3 al Stade Reims en París; 1957, 2–0 a la Fiorentina en Madrid; 1958, 3–2 al Milán con prórroga, en Bruselas; 1959, 2–0 al Reims en Stuttgart; 1960, 7–3 al Eintracht Fráncfort, en Glasgow; 1966, 2–1 al Partizán de Belgrado, en el Heysel de Bruselas; 1998, 1–0 a Juventus, en ámsterdam; 2000, 3–0 al Valencia en París; 2002, 2–1 a Leverkusen, en Glasgow; 2014, 4–1 al Atlético de Madrid –con prórroga– en Lisboa; 2016, de nuevo sobre el Atlético, pero ahora en penales, tras el 1–1 en 120 minutos, en Milán, y 2017, 4–1 a la Juve en Cardiff).
Significa que el Real Madrid, rey absoluto de Europa, ha levantado la orejona una docena de veces, contra cinco del Liverpool, que de todos modos es el equipo inglés más ganador de la competencia, lejos del Manchester United –que la ganó tres veces– y no se diga del Nottingham Forest (2), y el Aston Villa o el Chelsea, con un trofeo cada cual.
Por cierto, el otro club español ganador de la Copa es, como era de esperar, el Barcelona, vencedor en 1992 (1–0 sobre Sampdoria de Génova en Wembley y con gol de Ronnie Koeman en tiempos extra), 2006 (2–1 al Arsenal, en París), 2009 (2–0 al ManU, en Roma), 2011 (3–1 al ManU, en Wembley) y 2015 (3–1 a Juventus, en Berlín).
Final insípida. 2018 podría ser el primer año en que Europa corone a dos equipos de la misma ciudad, pues la Liga UEFA fue para el Atlético de Madrid, que el miércoles, en Lyon, no encontró oposición en un frágil y paralizado Olympique de Marsella, al que barrió 3–0 en choque de lo más pedestre y aburrido. El conjunto galo se desmoronó pronto, cuando casi simultáneamente regaló el primer gol (Greizmann, 21’) y perdió a su jugador clave al tener que retirarse Poyet con un desgarre tan severo que lo ha borrado de la lista de convocados a Rusia. Lo demás, para los colchoneros, fue coser y cantar. En medio de ese transcurrir insulso llegaron los otros dos goles (Greizmann a los 48’ y Gabi a los 89’).
Una muestra perfecta de que hay finales destinadas al basurero de la historia.