El caso tiene diversas y delicadas aristas. En primer lugar la complicidad de poderes que señala a la arquidiócesis como sujeto de diversas anomalías. La falta mayor es el mercadeado del sacramento del matrimonio para congraciarse con actores del poder. Se nos muestra con documentos, testimonios y revelaciones que estamos ante un penoso caso de comportamiento irregular por parte del clero mexicano que empaña no sólo la imagen de la Iglesia, sino los contenidos y autoridad moral del propio pontífice. Digámoslo de otra manera: hay una conducta de corrupción política y religiosa de la arquidiócesis. Recordemos que la corrupción es una patología que atraviesa todos los tejidos sociales de México, en especial sus élites, sean políticas o religiosas. Entre la jerarquía de la Iglesia y la clase política reina una peligrosa complacencia de favores y consentimientos subterráneos que hacen daño a una democracia dañada, porque dichas prerrogativas y concesiones se operan en rincones oscuros y a espaldas de la sociedad.
Existe una delicada tendencia de intercambios, apoyos y complicidades entre las cúpulas del clero con las del poder, sea empresarial o político. La doctora Soledad Loaeza sostiene que a partir de 1991, año de las reformas constitucionales en materia religiosa, la jerarquía católica ha descansado su posicionamiento social en el Estado. Es decir, sus iniciativas, agenda y sus incursiones públicas son soportadas y negociadas con la clase política mexicana. Dicho intercambio pareciera favorecer la conducción armónica de la sociedad así como la quimera que sostiene que con el respaldo de la Iglesia católica todo gobierno fortalece su legitimidad social. En realidad, ante falta de cercanía y aceptación popular, se opta por incorporar a la jerarquía católica como factor de gobernabilidad
En segundo lugar, hay un serio problema de fidelidad canónica y eclesial. Los afanes para congraciarse con el poder, tal como ocurrió con los procesos de Vicente Fox y Marta Sahagún, los actores religiosos caen en la mórbida simonía que tanto ha dañado a la Iglesia. Los testimonios marcan que el matrimonio católico entre El Güero Castro y Angélica Rivera fue debidamente realizado en la Iglesia de Fátima de la colonia Roma de la Ciudad de México el 2 de diciembre de 2004. Ni la misma Iglesia puede poner fin al sacramento del matrimonio, porque es un acto sagrado. A no ser que haya faltado un elemento esencial del matrimonio contemplado en el derecho canónico y, por tanto, no haya existido el mencionado sacramento. El acto de la nulidad o invalidación de un matrimonio en la tradición cristiana no es a capricho del juzgador ni del canonista. La Iglesia puede ejercer su autoridad en un proceso jurídico, ahí el tribunal eclesiástico se concreta a juzgar si el matrimonio en principio fue válido como sacramento.
El caso ya está en diversas latitudes del planeta. México se está convirtiendo en un foco de atención mundial y estas transgresiones serán nota. Si las irregularidades se confirman plenamente, la responsabilidad caería en el cardenal Norberto Rivera, quien pertenece a una generación ruda de actores religiosos. Los antecedentes no deben ser menospreciados. Sus mentores principales fueron nada menos que Marcial Maciel y Girolamo Prigione, quienes gozan del más absoluto repudio dentro y fuera de la Iglesia. A escala internacional, el cardenal Rivera tuvo el amplio soporte de Angelo Sodano, el poderoso secretario de Estado del papa Juan Pablo II. También hoy señalado como actor corrupto dentro de la maltratada curia romana. Además de los trabajos de Nuzzi y Fitipaldi, en el llamado Vatileaks II, está el trabajo de Jason Berry recogido en el espeso libroLas finanzas secretas de la Iglesia, que demuestra los millonarios beneficios que favoreció Sodano a su sobrino en las operaciones inmobiliarias que realizaron diferentes diócesis estadunidenses ante la necesidad de pagar indemnizaciones a víctimas de curas pederastas. Hay escuela, pero también consecuencias. Norberto Rivera con este gesto de congratulación, está arriesgando el sacramento del matrimonio y lo está llevando de manera innecesaria a un acto de Estado. Sigue abonando su propio desprestigio como un tobogán sin fondo; pero sobre todo involucra peligrosamente al mismo pontífice. No sólo lo implica, sino que lo deja en situación de vulnerabilidad durante su visita.