Pedro Salmerón Sanginés /III
Para muchos historiadores académicos Santa Anna no fue un traidor (aunque sí, prototipo de una clase política corrupta e irresponsable), sobre todo porque la definición de traición, así como la de soberanía, han evolucionado y eran distintas entonces que ahora: si se le aplicaran los preceptos actuales, la venta de La Mesilla lo colocaría, sin duda ninguna, en la categoría de los traidores.
La siguiente generación, la de los liberales que repudiaron las formas de aquella clase política simbolizada por Iturbide y Santa Anna, amplió el concepto mexicano de soberanía, vinculándola al pueblo de manera intransferible, así como a la integridad del territorio nacional. Pero antes de hacerlo, cometieron un gravísimo error.
En diciembre de 1859 se firmó el Tratado McLane-Ocampo entre el gobierno de Juárez y Estados Unidos. Salvo las que se desprenden de este tratado, las acusaciones de traición a la patria contra Juárez no tienen más sustento que la fértil imaginación o el encono de los enemigos de Juárez y la manipulación y falsificación descarada de pruebas y documentos. Pero se firmó ese tratado que, como dijo Justo Sierra hace 110 años, no es defendible; todos cuantos lo han refutado lo han refutado bien; casi siempre han tenido razón y formidablemente contra él. No tiene defensa, pero sí explicación, que hemos dado en otro momento (https://www.youtube.com/watch?v=BS1S93J2IsE ). Podemos resumir entendiendo que el gobierno de Juárez lo firmó bajo amenaza directa de invasión, que lo consideró el mal menor y que, al firmarlo, Ocampo recurrió a la astucia, calculando correctamente que el Senado estadunidense no lo ratificaría.
Hasta ahí, no parece haber mayor diferencia entre los liberales y la anterior clase política: pero, a diferencia de aquellos, ningún liberal medró con los recursos obtenidos. Y hay que recordar el fino análisis jurídico hecho también hace 110 años por Fernando Iglesias Calderón, quien mostró que su firma fue imprudente y desacertada, pero sus estipulaciones en modo alguno, pueden constituir una traición a la patria, pues aunque de haberse ratificado sus consecuencias hubiesen sido lesivas para el país, de acuerdo con las leyes nacionales y el derecho internacional, el tratado no constituye traición a la patria, porque no pone en riesgo la soberanía ni la independencia nacionales ni cede palmo ninguno de territorio a otra soberanía: se limita a dar derecho de paso.
Y, sobre todo, nunca trataron de justificarlo. Un silencio de vergüenza muestra que aprendieron de ese momento de debilidad y falta de confianza en sí mismos y en la nación, y su trayectoria posterior muestra que aprendieron ahí que hay algunas cosas en las que no existe mal menor. En su lucha inclaudicable contra la intervención francesa, correctamente llamada desde entonces nuestra segunda y verdadera independencia, así lo muestran. Entre tantos documentos que van consolidando la idea de que la soberanía y la integridad del territorio no se negocian, está la famosa respuesta de Juárez a Matías Romero, del 26 de enero de 1865:
“La nación por el órgano legítimo de sus representantes ha manifestado de un modo expreso y terminante, que no es su voluntad que se hipoteque, o se enajene su territorio […]. Que el enemigo nos venza y nos robe, si tal es nuestro destino; pero nosotros no debemos legalizar ese atentado, entregándole voluntariamente lo que nos exige por la fuerza. Si la Francia, los Estados Unidos o cualquiera otra nación se apodera de algún punto de nuestro territorio y por nuestra debilidad no podemos arrojarlo de él, dejemos siquiera vivo nuestro derecho para que las generaciones que nos sucedan lo recobren” (http://www.memoriapoliticademexico. org/Textos/4IntFrancesa/1865CBM.html ).
Durante la resistencia nacional contra el invasor se consolidó la soberanía nacional y su vinculación con el pueblo, y se extendió la noción de la misma a la integridad del territorio. Además, desde entonces se considera traidor a la patria a quien ponga en peligro su soberanía y a quien invitara o colaborara con un invasor extranjero (ley del 25 de enero de 1862, conforme a la cual fueron juzgados y condenados Maximiliano, Miramón y Mejía, y juzgado y absuelto Santa Anna).
Por tanto, se puede acusar a Juárez de traidor a la patria por espíritu de partido o por creer que es la encarnación del maligno en México (http://www.jornada.unam.mx/2012/11/ 17/opinion/016a1pol ); pero todo estudio sereno muestra que la generación liberal no sólo fijó nuestro concepto de soberanía, sino que, cosa aún más importante, lo convirtió en realidad. Aunque todavía se agregarían nuevos elementos, en 1917, a la concepción mexicana de soberanía, que tendremos que explicar antes de analizar si, como muchos dicen, Enrique Peña Nieto realizó actos contra la independencia, soberanía o integridad de la nación y, por tanto, si es o no traidor a la patria.
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