María Virginia González Santiago* y Atenógenes Licona Vargas*
Una preocupación que afecta a toda la población, es saber si los alimentos que consumimos día a día son saludables. En el Proyecto Nacional de Investigación e Incidencia “Reapropiación socioambiental para el manejo integral y comunitario de la Cuenca Atoyac-Zahuapan”, caracterizamos el uso de plaguicidas en el municipio de Españita, Tlaxcala, y la calidad del suelo; para ello entrevistamos a una muestra representativa de 56 productores, de los cuales el 95 por ciento declaró utilizar plaguicidas. os principales promotores de su uso fueron: tiendas de agroquímicos (60 por ciento), agricultores vecinos o familiares (27 por ciento) y técnicos locales (10 por ciento).
Analizamos en campo y laboratorio los suelos de 20 agroecosistemas: seis en transición agroecológica, con acompañamiento técnico del Centro de Economía Social Julián Garcés, A.C. (CES), y 14 agroecosistemas convencionales que aún utilizan plaguicidas, que es todavía la forma más común de hacer agricultura en el estado de Tlaxcala, para evaluar la presencia de metales y metaloides, la concentración de elementos potencialmente tóxicos (EPT), así como la residualidad de plaguicidas en muestras de granos de maíz provenientes de las mismas parcelas.
¿Qué encontramos?
En la producción de maíz, trigo, cebada y tomate se utilizan un total de 32 ingredientes activos: más del 50 por ciento son Plaguicidas Altamente Peligrosos (PAP), debido a sus efectos en la salud como disruptores endócrinos, su potencial carcinogénico y su alta toxicidad ambiental (PAM, 2021). Entre los insecticidas más utilizados se encuentran el Cipermetrina, Clorpirifos etil + Permetrina y Carbofuran, mientras que en los fungicidas destacan el Tebuconazol y Propiconazol, y en los herbicidas, el 2,4-D y la Atrazina.
El 19 por ciento de los productores entrevistados reportó haber sufrido intoxicaciones por plaguicidas, el 10 por ciento recibió asistencia técnica y el resto se trató con remedios caseros. Se detectó la presencia residual de plaguicidas: el 50 por ciento de las parcelas con manejo convencional presentó residuos de plaguicidas como el insecticida clorpirifos etil, un organofosforado tóxico para la reproducción humana, además del insecticida clotianidina que es altamente tóxico para las abejas, y azoxistrobin, que es un fungicida con efectos neurotóxicos. Nueve por ciento de los granos presentaron trazas de tebuconazol, un fungicida con potencial riesgo para la reproducción humana y por ser carcinogénico.
La exposición a plaguicidas tanto en el hogar como en el ambiente, ocurre principalmente de abril a noviembre de cada año, cuando los agricultores aplican directamente los productos y en el 30 por ciento de los casos con la ayuda de sus familiares. Cabe resaltar que ninguno de los agricultores utiliza equipo de protección personal (EPP), lo que aumenta su riesgo de exposición.
El riesgo de exposición no termina con la aplicación de plaguicidas, ya que el 23 por ciento de las mujeres lava la ropa utilizada para fumigar, y el nueve por ciento no separa esta ropa de la del resto de la familia. Además, el 19 por ciento de los productores no limpia adecuadamente las mochilas de fumigación, ya que lo realizan en el patio de sus hogares y utilizan productos como cloro; el 55 por ciento almacena los envases vacíos en casa para entregarlos a un camión recolector, el 21 por ciento los deja en la parcela, el 13 por ciento los quema y el 11 por ciento los lleva a las tiendas de agroquímicos.
El uso de plaguicidas en el suelo ha persistido durante más de 20 años en Españita, debido a que solo durante tres meses al año no se aplican fumigaciones, lo que genera una acumulación de sustancias activas en los agroecosistemas. Este escenario pone de manifiesto la necesidad urgente de promover prácticas agrícolas sostenibles y responsables, con el fin de reducir la dependencia de plaguicidas y proteger tanto la salud de las familias como la biodiversidad local.
El impacto del uso de plaguicidas se manifiesta también en los ingresos familiares pues disminuyen las especies silvestres que se recolectan, como quelites, hongos e insectos, y la caza de animales utilizados para el consumo alimenticio.
Afortunadamente todavía persiste una agricultura campesina con prácticas agroecológicas, como la rotación de cultivos, que mantienen la diversidad biológica en los bordos y linderos de las parcelas, en los metepantles, reciclan el rastrojo y aplican estiércol de manera intermitente. Por eso, este tipo agricultura no contribuye a la contaminación del suelo con metales y metaloides y, por el contrario, es una fuente de alimentos saludables.
*Profesores-Investigadores del Departamento de Agroecología de la Universidad Autónoma Chapingo.