A pesar de que cada vez más se han logrado avances en el marco normativo para nombrar las violencias contra las mujeres, por ejemplo en la Ley de Acceso a las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, con reformas que han integrado otras violencias que se han identificado y que requiere de acciones jurídicas y judiciales para atenderla, lo cierto es que siguen existiendo muchas formas de violencia que no se encuentran tipificadas y que no sólo implica la falta de sanción judicial, sino que al no nombrarla y no existir una sanción social, se normaliza y se mantiene creando impactos importantes en las vidas de las mujeres.
La presencia de las mujeres en las ciencias, la academia, las artes y en espacios públicos es el resultado de un largo proceso histórico, en el que han debido sortear dificultades asociadas con los sesgos androcéntricos, sexistas, clasistas, hegemónicos y racializados de los ámbitos en los que nos desenvolvemos, todos ellos puestos en evidencia por las epistemólogas feministas.
La violencia epistémica ha sido, por muchos años, una de las violencias que mantiene el ejercicio del poder en espacios como la academia, principalmente; sin embargo, es una práctica que se ha ido identificando en todos los espacios en donde las mujeres participamos, pero que por las condiciones que se enfrentan, no es sencillo denunciarlo, ya que los costos tienen mucho peso en las vidas profesionales y sociales de las mujeres, lo que evidencia el daño y los impactos que enfrentan de esta violencia.
De acuerdo con Raquel Güereca, la violencia epistémica “se trata del conjunto de prácticas científicas disciplinares y cognitivas, las cuales, intencionadamente, invisibilizan la aportación de determinados sujetos sociales a la construcción, discusión y difusión del conocimiento”. Una violencia que, por su estructura, puede resultar difícil de identificar para quien la vive; sin embargo, como todas las violencias, tiene una intención de quien la ejerce, desacreditando las aportaciones de las mujeres en los espacios laborales, públicos o académicos; pero también apropiándose de sus conocimientos, creaciones o aportes, obteniendo el reconocimiento y legitimidad que se mantiene debido a la colusión de otros y otras, otorgando superioridad intelectual a unos, como parte del poder patriarcal que se rehúsan a renunciar.
Una propuesta que ha surgido para visibilizar esta violencia ha sido llamada bropiating, que puede traducirse al español como “apropiación machista de ideas”, son conductas que hemos vivido las mujeres constantemente al compartir espacios en donde, además de la desacreditación de nuestras propuestas, se toma poca importancia a las aportaciones de las mujeres, se evidencia la falta de escucha cuando las mujeres hablamos en los espacios públicos y la atención que se le otorga cuando son los hombres quienes toman la palabra, a pesar de ocupar cargos similares; sin embargo, cuando se observa la relevancia de estas, sin ningún problema se ha eliminado la autoría de las mujeres o no se les toma en cuenta para continuar con estos trabajos en el futuro, aunque terminen siendo hombres quienes abordan problemáticas de mujeres, con la autorización patriarcal de ser ellos quienes den voz a nuestras realidades.
La presencia de esta forma de violencia también se ha identificado en posgrados como maestrías o doctorados, en donde se ha generado violencia epistémica hacia estudiantes que no coinciden con las posturas de docentes, no solo desacreditando los argumentos, sino teniendo el poder de colocar una calificación reprobatoria sin ninguna posibilidad de debatir las posturas desde planteamientos científicos y en un marco de derechos humanos; o impidiendo abordar cierta línea temática porque su postura es contraria a la propuesta, negando la posibilidad de crear conocimiento o profundizar en una problemática sólo porque le impacta de manera personal. O aquellas dinámicas “tradicionales” de la academia suelen consistir en asignar a las y los estudiantes a investigar y escribir, para que posteriormente los académicos se apropien del crédito en libros, capítulos de libro o artículos científicos; esta práctica perpetúa formas de violencia y discriminación.
En Tlaxcala, por ejemplo, las mujeres que participan en espacios académicos y públicos como el activismo, deben enfrentar cotidianamente estas violencias epistémicas que se entrelazan con factores de clase y raza. Un ejemplo reciente que hemos observado es el caso de la Dra. Miriam Betzabé Tecamachaltzi, quien ha sido invisibilizada en las contribuciones hechas para la universidad, ya que han publicado notas periodísticas que destacan el “trabajo” de dos hombres académicos en torno a la maternidad y el primer lactario universitario,
La crítica desde una perspectiva feminista es cuestionar la posición de estos dos sujetos y sus privilegios por su sexo para apropiarse de temáticas propias de mujeres, en donde jamás les podrá atravesar las experiencias de la maternidad por más que estén informados del tema, pero también nuestra postura es visibilizar y dar el reconocimiento a quienes ya han dejado huella material o inmaterial; en el caso de Miriam, pocas veces se ha hecho el reconocimiento como la fundadora del primer lactario universitario de la Universidad Autónoma de Tlaxcala.
En el ámbito público, diversas colectivas, asociaciones civiles y movimientos sociales de Tlaxcala, también han experimentado esta violencia epistémica por parte de la academia, ya que investigadoras/es llegan con el único objetivo de recolectar datos e irse a publicarlos, sin comprender de fondo el trabajo que requiere la documentación y sistematización que implica el acompañamiento y las realidades que se viven en estos espacios, una práctica de extractivismo del conocimiento y la experiencia. Esta denuncia puede extenderse a más realidades que enfrentan no solo las mujeres tlaxcaltecas, sino desde otras geografías bajo contextos similares de violencia epistémica.
Las denuncias públicas que se hacen, como una forma de visibilizarlo y detenerlo, son desacreditas (como todas las violencias que se denuncian públicamente), ante la falta de justicia institucional, así como la ausencia de una sanción social, porque sigue sin observarse bajo qué condiciones accedemos a los derechos humanos, de manera parcial, entre muchas formas de violencias, desigualdades y obstáculos; por lo que denunciamos estas violencias como un acto político. En un mundo en donde cada vez más las mujeres hemos aportado a la ciencia y al conocimiento en general, no podemos invisibilizar estas prácticas que mantienen negando el ejercicio de nuestros derechos.
*Colectivo Mujer y Utopía