Desde que nuestra especie fue capaz de producir y dominar al fuego, lo ha utilizado de forma sistemática como una herramienta para su provecho, pero también para la destrucción. Sirvió para ablandar la dura carne de los animales cazados, tostar las semillas recolectadas o endurecer la punta de flechas y lanzas utilizadas para la cacería o para enfrentar a depredadores, incluyendo a otros humanos. Yuval Noah Harari recoge en Sapiens. De humanos a dioses el caso de la llegada de nuestra especie a Australia, donde se ayudó del fuego para exterminar a la megafauna de aquella isla-continente.
Más adelante, muchas sociedades complejas sucumbieron ante el empleo del fuego, que destruyó villorrios miserables y ricas ciudades. Troya fue entregada a las llamas, según el relato de Homero; los romanos arrasaron Cartago y sembraron con sal sus tierras; la primera Cruzada se saldó con la toma de Jerusalén y el incendio de parte de la ciudad y la masacre de sus habitantes musulmanes y judíos.
Roma fue reconstruida por Nerón tras un devastador incendio —la propaganda cristiana retrató al emperador como un sociópata que entonaba versos mientras las llamas devoraban a la Ciudad Eterna—, y 1,600 años más tarde, Londres casi desapareció debido a un incendio. El fuego es implacable.
Ahora vayamos a los datos duros. Entre 2022 y 2024 hubo 22,332 incendios forestales en México, y año con año la cifra ha ido en aumento: 6,719 en 2022; 7,611 en 2023; y 8,002 en 2024. En total, se vieron afectadas 3,454,915 hectáreas, también con un sostenido crecimiento interanual de la superficie dañada: en 2022 fueron 735,206 hectáreas siniestradas; 1,047,493 en 2023; y dramáticamente 1,672,216 en 2024, esto es, el doble de lo registrado en 2022. Las cifras vienen del Concentrado Nacional de Incendios Forestales. Y este año se perfila para superar las marcas previas, ya que hasta el pasado 11 de este mes, se habían registrado 2,553 incendios, con 191,419 hectáreas afectadas.
De acuerdo con la UNAM, al menos el 45 por ciento de los incendios forestales se deben a actividades agrícolas, una práctica que se remonta a milenios atrás y que permanece arraigada entre algunos campesinos para eliminar rastrojos y para ganarle terreno a los bosques. Algunos ganaderos también recurren a quemas para extender las áreas de pastoreo de sus animales.
La Norma Oficial Mexicana 015-Semarnat/Agricultura 2023 establece las especificaciones técnicas de métodos de uso del fuego en los terrenos forestales, temporalmente forestales y preferentemente forestales, en los terrenos de uso agropecuario y colindantes, con el objetivo de prevenir y disminuir incendios forestales. Esta norma regula las quemas controladas o prescritas, y busca minimizar los riesgos de incendios. Sin embargo, como la inmensa mayoría de leyes y normas de este país, es ignorada, desconocida o violada por autoridades y por las personas que practican quemas agrícolas.
De entrada, es obligatorio presentar un “Aviso de uso del fuego” al ayuntamiento. Esta notificación debe incluir información sobre la quema, como la ubicación, el tipo de vegetación a quemar y las medidas de seguridad. El Aviso es crucial para cumplir con esta NOM y evitar sanciones. Ahora incluso se puede presentar a través de la aplicación “Incendios y Quemas México”, aunque eso difícilmente ocurre.
La otra forma de hacerlo es de manera física ante la autoridad municipal. Pero tampoco se cumple. Y eso se debe a que la célula básica del entramado político del país, es decir, el municipio, se encuentra en su mayor parte en manos de personas sumamente incompetentes, sobre todo en las áreas rurales.
Adicionalmente, la NOM-015 establece otras disposiciones generales: hacer uso del fuego cuando no haya incendios en un radio de diez kilómetros; no realizar quemas simultáneas en terrenos vecinos; verificar la existencia de un calendario de quemas municipal, ejidal o comunal; y avisar a los vecinos del terreno previo a realizar la quema. Pura letra muerta.
La propia Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural desaconseja recurrir a las quemas agropecuarias, debido a que ocasionan la pérdida de nutrientes, eliminan organismos y microorganismos encargados de la descomposición de la materia orgánica, aireación del suelo y liberación de nutrientes. Incluso ha echado a andar un programa llamado “Mi parcela no se quema”, que a la luz de los hechos ha tenido poco eco.
Sin embargo, las quemas agrícolas no son las únicas responsables de los incendios. El Concentrado Nacional recoge que en lo que lleva de registro de este año, en Tlaxcala han ocurrido 40 siniestros en zonas boscosas. La mitad fue ocasionada por quemas agrícolas. Otros ocho se debieron a acciones intencionales, aunque no profundiza en el concepto. ¿Fueron talamontes? ¿Vecinos de comunidades que quieren arrasar el bosque y ampliar terrenos? ¿Pirómanos que quieren ver arder el mundo? Hasta donde se sabe, hay poquísimas denuncias relacionadas con estos casos.
Cuatro casos más se debieron a fogatas, muy probablemente hechas por visitantes irresponsables; fumadores y cazadores también han ocasionado incendios. Otros tres incendios se debieron a causas desconocidas.
Esta radiografía del fuego arroja que hay una siniestra mezcla de irresponsabilidad, ineptitud, incapacidad y desprecio hacia el entorno entre autoridades municipales, estatales y federales (solo hay que ver el recorte brutal a la Conafor), cuyas consecuencias son la pérdida de biodiversidad, un mayor riesgo para las comunidades que siguen con las quemas agrícolas y un deterioro del medio ambiente. En alguna parte del universo, Huehuetéotl dibuja una mueca en su rostro. Quizás sea una sonrisa; tal vez solo sea amargura.
