Una independencia, múltiples visiones. La independencia de Nueva España (1810-1821) no es solo un conflicto militar y político, sino también una lucha de imaginarios colectivos que reflejan los intereses, miedos y esperanzas de distintos sectores de la sociedad.
Peninsulares, criollos, indígenas en general y tlaxcaltecas en particular construyen visiones divergentes sobre el proceso independentista y el futuro de la naciente nación.
A partir de la obra de Jerónimo López Soldevilla (Ilustración e independencia en Nueva España. La construcción de la identidad), se analiza cómo estos grupos imaginan la independencia, los medios que utilizan para concretar sus aspiraciones, los resultados de sus proyectos y el impacto que tiene la consolidación de la independencia en la identidad política y social de cada uno de ellos.
El imaginario peninsular
Para los peninsulares, la independencia representa una amenaza directa a su supremacía política y económica en Nueva España. Desde su perspectiva, la monarquía borbónica es garante del orden, la estabilidad y la continuidad del poder imperial.
Su imaginario se basa en la fidelidad a la Corona, el mantenimiento de un sistema de castas que los favorece y la necesidad de sofocar cualquier intento de revolución que altere el statu quo.
A lo largo de tres siglos, los peninsulares han establecido redes de poder que vinculan a la metrópoli con la administración virreinal, lo que asegura su preeminencia en los sectores más privilegiados de la sociedad.
Los peninsulares manipulan diversos medios para preservar su dominio. La represión de los movimientos insurgentes, el uso del ejército realista y la promoción de discursos leales a Fernando VII son estrategias clave para combatir el independentismo.
Sin embargo, su capacidad de maniobra se debilita conforme la guerra avanza, especialmente con la promulgación de la Constitución de Cádiz en 1812, que concede derechos políticos a los americanos.
La restauración absolutista en España y la incapacidad de ofrecer soluciones inclusivas precipitan su derrota, que culmina en el Plan de Iguala (1821), al aceptar una independencia bajo un esquema monárquico.
El imaginario criollo
Los criollos, descendientes de españoles nacidos en América, viven una paradoja política y social. Aunque poseen poder económico y cultural, son excluidos de los altos cargos administrativos y militares.
Su imaginario sobre la independencia evoluciona al pasar del autonomismo inicial a una lucha definitiva por la separación de la metrópoli. Inspirados en el pensamiento ilustrado y los movimientos revolucionarios de Estados Unidos y Francia, los criollos aspiran construir una nación propia donde sean la nueva clase gobernante.
Los criollos usan diversos mecanismos para concretar su proyecto independentista. Promueven la circulación de ideas revolucionarias a través de sociedades literarias y logias masónicas, redactan documentos clave como Los sentimientos de la nación (1813) de José María Morelos, y fomentan alianzas políticas con sectores descontentos del virreinato.
No obstante, la independencia no significa una transformación social radical, pues al consolidarse el nuevo Estado, la estructura jerárquica colonial se mantiene con los criollos en la cima del poder. Además, la fragmentación interna dentro del sector criollo, entre monarquistas y republicanos, dificulta la consolidación de un proyecto político unificado.
El imaginario indígena
Para la mayoría de los pueblos indígenas, la independencia no representa liberación. Su imaginario colectivo está determinado por la relación con sus comunidades, sus tierras y su autonomía tradicional.
Aunque algunos grupos se unen a la insurgencia con la esperanza de mejoras económicas y sociales, muchos otros desconfían de los criollos, a quienes ven como una elite que continuará explotándolos tras la independencia.
La continuidad de la explotación agraria y los tributos a los pueblos indígenas son muestra de que la independencia no trae consigo una transformación estructural en su condición social.
Los indígenas utilizan estrategias de resistencia que van desde la participación activa en los ejércitos insurgentes hasta la defensa de sus derechos comunales a través de peticiones al virreinato.
Sin embargo, al consolidarse la independencia, sus expectativas se ven frustradas, ya que las nuevas autoridades mantienen muchas de las estructuras de explotación anteriores, lo que perpetua su condición marginal.
En el siglo XIX, la expropiación de tierras comunales indígenas se acelera con las reformas liberales y deja a las comunidades en una situación de mayor vulnerabilidad.
El imaginario tlaxcalteca
Los tlaxcaltecas representan un caso particular dentro de la población indígena. Históricamente, mantienen una relación de privilegio con la Corona española desde el arribo de los españoles, lo que les otorga ciertos derechos y autonomía dentro del sistema colonial.
Su imaginario sobre la independencia está marcado por la disyuntiva entre mantener su lealtad a la monarquía, que les garantiza ciertos beneficios, o adaptarse a un nuevo orden que pone en riesgo su estatus.
Figuras como José Manuel de Herrera, Manuel de Lardizábal y Uribe y José Miguel Guridi y Alcocer participan activamente en el debate político de la independencia e influyen en la construcción del nuevo orden.
Sin embargo, el fin del virreinato significa también la pérdida de las garantías que los tlaxcaltecas obtiene de la Corona, obligándolos a redefinir su posición dentro de la nueva nación.
Una independencia, múltiples visiones
La independencia de Nueva España no es un proceso homogéneo ni una causa unificada, sino un mosaico de imaginarios en disputa. La consolidación de México como nación independiente implica una serie de negociaciones, exclusiones y redefiniciones identitarias que continúan marcando la historia del país.