Al espacio doméstico que todos identifican como casa u hogar se le otorgan dos categorías esenciales para la vida cotidiana: la protección y la intimidad, pero también es el lugar donde se lleva al extremo la diferencia entre lo privado y lo público.
Todas las personas, vivan en un cuarto o en una mansión, después de un día de trabajo o de escuela saben que cuando llegan a su casa arriban a un lugar de protección y seguridad en donde pueden descansar y prepararse para el siguiente día.
Cuando alguien: ladrones o autoridad, violan ese espacio, los habitantes experimentan la sensación de inseguridad al quedar expuestos no sólo física sino espiritualmente. Violada la casa, el hogar, ya no existe ningún otro lugar de protección.
Quienes están convencidos de que la única forma de vivir en una sociedad es someter su conducta a las leyes, acuden a denunciar ante el Ministerio Público, a ratificar la denuncia y a esperar que algo suceda. Pero nada quita la sensación de fragilidad.
El nivel de actuación y efectividad de la Procuraduría General de Justicia del Estado es casi bajo cero, la delincuencia del fuero común crece exponencialmente y cada día son más los robos de autos, a transeúntes, a comercios y a casas–habitación.
De qué sirve tanta inversión en seguridad pública si los resultados no son los esperados. La tecnología, la capacitación, la renovación de las policías no sirven para el combate a la delincuencia, sino para la protección de la autoridad contra el ciudadano.
Esto explica en parte el surgimiento de los grupos de autodefensa, de las guardias comunitarias, porque las autoridades son rebasadas por la delincuencia a pesar de que cada día se les destina mayores recursos públicos.
Los hogares de los directivos de esta empresa han sido robados en varias ocasiones, ahora le tocó al jefe de información y como se ha confirmado en las editoriales: Tlaxcala es un lugar seguro porque no se registran delitos de alto impacto, pero los delitos del fuero común se disparan y la autoridad local no hace absolutamente nada.