Afirma White en reescribir la vida que “los seres humanos son seres interpretantes: que interpretamos activamente nuestra experiencias a medida que vamos viviendo nuestra vidas”, el libro de Guillermo Osorno Tengo que morir todas las noches (Penguin random house, México, 2014) es una excelente metáfora narrativa.
El libro abre con la experiencia de un joven de 17–18 años de edad que camina y cabila por las calles de Los Ángeles y descubre un mundo que no sabe si le es propio, pero que sin duda no le es ajeno y que se va a encontrar marcado con la vida de un país que se quiebra en 1985.
Termina con la mirada de “un hombre maduro” que ha reconstruido su vida como un actor, junto al de muchos que buscaron abrir “una ventana” a la experiencia individual–colectiva de la homosexualidad.
El pretexto es el bar nueve de la zona rosa y la apariencia Henri Donnadieu, en un tiempo que enlaza 1978 con la actualidad, con el marraquech de la calle república de Cuba en el centro de la ciudad.
Una crónica de la vida de una persona–ciudad o de una ciudad–persona, el Distrito Federal–Guillermo Osorno o Guillermo Osorno–Distrito Federal, y que muestra como la expresión social de los homosexuales va de lo escondido al reconocimiento de los derechos como persona.
La primera marcha de 30 personas hoy es de miles de ellos y no es sólo en la isla de la capital del país sino en toda la República, incluido Tlaxcala, aunque todavía seis de cada 10 mexicanos–tlaxcaltecas no comparten la posibilidad de vida junto a ellos.
Es un libro que no cae en lo lacrimógeno, ni en la lástima o miseria con la que se vive la experiencia de lo diferente, sino un relato ameno, humano de una persona que transita por la vida concretando proyectos, en la realización como ser.
El libro –lo leí de un tirón– porque es de esos en los que el lector no sólo lee, sino construye, junto con el autor, la historia de una circunstancia en la que no se trata de cosas o logros, sino de la forma en que la vida cotidiana va expresando y buscando caminos.
Ahora es común ver a parejas del mismo sexo ir por la calle llevando una carriola con sus hijos, o ver las parejas de jóvenes, como cualquier pareja, lo que no es gratuito sino producto de la larga travesía de muchos actores que construyen el México de hoy en día.