Viernes, febrero 7, 2025

Tántalos

El ejercicio de la política en México se ha vuelto mucho más cínico, así como esas personas que han encontrado en ese oficio una forma de vida y enriquecimiento lícito e ilícito. Esos personajes son realmente indignos para la sociedad que dicen representar, nuestra “democracia” partidista se ha tornado decadente, sin contenido, sin ideología y sin principios mínimos. Todos los partidos son hologramas de un mismo tronco común que nunca ha sido desmontado, por antonomasia los priistas, después panistas, perredistas, verdes, naranjas y morenistas solo han revitalizado ese discurso y ese ejercicio político con matices narrativos y simulaciones prácticas, las cuales, al paso del tiempo han sobrevivido a todos los cambios, alternancias o transiciones. Todo ese proceder incluso hoy ha sido repetido hasta la náusea.

¿Será la desmemoria de los mexicanos o su necesidad de creer en algo, en alguien que siempre promete llegar a salvar a la patria? ¿Ese será el principio cuasi teológico de la fe de un pueblo en la política y en las personas que se dedican a ello?

Pocas cosas de los viejos sistemas políticos que dijeron emanar de la “revolución” han sido modificadas, comenzando con el arraigado presidencialismo semiautoritario, la captura institucional de grupos en las cámaras, esos que han pactado y negociado el pasado, el presente y el futuro, así como la permanencia de sujetos y familiares siempre fieles a los detentadores del poder en puestos en los que la vigilancia y sanción de los principios constitucionales deben operar en favor de la sociedad y, también, múltiples cacicazgos políticos en los ámbitos estatales y locales, por mencionar sólo algunos elementos centrales.

Ejemplos tanto en los viejos regímenes como de los más recientes y en el presente sobrarían para llenar decenas de notas, las herencias revestidas de pacto son vigentes, quieran o no ser vistas por los nuevos acólitos políticos del color guinda. ¡Poco ha sido desmontado!

En tiempos de campañas electorales nuevamente esos discursos se repiten, una y otra vez son paralelos y absurdamente coincidentes, las y los candidatos recurren a las viejas fórmulas, la promesa barata, la promesa simple, la sonrisa hipócrita, los abrazos y la falaz caminata por las calles del pueblo mostrando su “profunda preocupación” por el desprotegido, el vulnerable y el más pobre. Regalos absurdos, tortas, refrescos, jugos, sombrillas, gorras, sombreros, matracas, silbatos, pendones y banderines. Camiones y vagonetas repletos de personas que “acompañan” a las y los candidatos como si de un turismo político se tratara. Aplaudidores auto–sometidos.

A pesar de todo, dicen los numerólogos que una cantidad considerable de mexicanos se muestra complaciente, feliz e, incluso, esa población ha encontrado en la política un lúdico pasatiempo no sólo para sobrellevar su agreste cotidianidad, sino también para dialogar y discutir con el prójimo, con el “otro”, sus creencias, su fe y sus dogmas políticos, como si de un partido de fútbol o una pelea de box se tratara.

Los partidos, las y los candidatos otorgan durante el periodo de campañas una simbólica altura moral y ética a aquellos acólitos que suelen no tener más que su fe religiosa y su afición deportiva. Justo ahí radica la problemática, la gente de fe obviamente cree ciegamente, defiende y encomia a su partido y sus candidatos, cuando éstos son realmente unos crueles Tántalos.

Tántalo, como sabemos, fue favorecido por los dioses, así las y los candidatos han sido bendecidos por sus camarillas, los detentadores del real poder y éstos han mostrado una sobrada arrogancia, creen superar a sus hacedores, al final del día anhelan rompen con la divina unción, pero sin romper las reglas.

Ellas y ellos quieren tener el poder que posee quien los ungió y así, ellos envestir a sus siguientes súbditos, no es el don de compartir con la sociedad, sino el de poseer y arrebatar. ¿La lógica del ejercicio del poder a la mexicana ha cambiado?

El verdadero problema no es su soberbia y arrogancia, sino cuando, al igual que el verdadero Tántalo griego, estas políticas y políticos llegan a inmolar a su pueblo con tal de agradar a sus dioses y verse favorecidos en su hambre de poder.

Su ambición y poder nunca ha sido castigada por la ira del pueblo inmolado, todo lo contrario, éste les festeja, los defiende y les hace reverencia. Ello hace que nuestros Tántalos ni siquiera mediten sobre sus límites éticos, morales y de su ambición a costa de la eliminación de sus súbditos, de sus “representados”. ¡Al revés, hoy estamos peor que en la tragedia griega!

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