Jueves, diciembre 5, 2024

Superstición y control social campesino

Superstición: La figura de la bruja chupasangre es un símbolo recurrente de miedo y superstición en Tlaxcala. Detrás se esconde una estructura de poder que utiliza la creencia en lo sobrenatural como herramienta de control social sobre la población campesina.

Las brujas, representadas como seres malignos que chupan la sangre de los niños, encarnan el miedo que las élites locales han utilizado para legitimar su autoridad. Castigar a los disidentes y mantener la cohesión de las comunidades bajo su control. Este fenómeno no es exclusivo de Tlaxcala ni de México. En la Europa medieval, la brujería fue utilizada como herramienta para controlar el comportamiento de las mujeres y los campesinos, convirtiendo el miedo en una forma de gobierno simbólico.

En el trabajo: Las brujas chupan la sangre a los niños/El capitalismo chupa la sangre a los campesinos (Romero, Romero y Jiménez, en prensa), Se revela cómo las creencias en brujas han sido manipuladas para responder a intereses económicos y políticos, consolidando el poder de las élites en Tlaxcala.

Brujería como herramienta de control social

Las creencias populares sobre las brujas chupasangre han servido como una poderosa herramienta de control social en Tlaxcala. Las élites locales, los caciques y los dueños de tierras, supieron aprovechar el miedo a lo sobrenatural para imponer un orden que no solo castigaba a los “culpables” de brujería, sino que mantenía un ambiente de vigilancia constante sobre la comunidad.

La bruja, más que un ser místico, se convierte en una excusa para justificar actos de represión y violencia simbólica contra los campesinos, quienes son percibidos como potenciales desestabilizadores del orden social y económico.

El antropólogo Gonzalo Aguirre Beltrán exploró cómo el sistema de haciendas que predominó en México consolidó estructuras de poder autoritarias que combinaban creencias religiosas y supersticiones locales para mantener el control sobre los campesinos.

En Tlaxcala, la figura de la bruja chupasangre funcionaba como una extensión de este mecanismo. Al acusar a una persona de brujería, las autoridades locales no solo eliminaban una amenaza percibida, sino que reforzaban su poder sobre la comunidad.

De esta manera, la creencia en lo sobrenatural se entrelaza con la estructura social, convirtiendo el miedo en una herramienta de disciplina y control.

La mujer como bruja: género y poder

La asociación entre las mujeres y la brujería no es casualidad. Históricamente, las mujeres han sido las principales víctimas de las acusaciones de brujería, ya que la figura de la bruja se ha utilizado para controlar su comportamiento y rol en la sociedad.

En Tlaxcala, como en muchas otras regiones, las mujeres que no cumplían con las expectativas de la comunidad, ya fuera en su papel de madres, esposas o cuidadoras, eran estigmatizadas como brujas. Esto reforzaba un sistema de género que subordinaba a las mujeres y limitaba su autonomía, especialmente en el ámbito reproductivo y doméstico.

La teórica feminista Silvia Federici explica cómo la caza de brujas en Europa coincidió con un esfuerzo por parte de las élites para controlar la capacidad reproductiva de las mujeres y asegurar la fuerza laboral necesaria para la expansión capitalista.

En Tlaxcala, este control también se expresa en la narrativa de las brujas chupasangre, donde la mujer no solo es vista como peligrosa, sino como una amenaza directa a la comunidad, especialmente en lo que respecta a la crianza de los hijos.

La bruja, en este contexto, es una representación simbólica de los temores de la sociedad patriarcal frente a las mujeres que desafían el orden establecido.

La influencia del capitalismo en la demonización de lo campesino

La narrativa de las brujas chupasangre también tiene profundas conexiones con el avance del capitalismo y la explotación económica de las zonas rurales. Tal como señala Eric Wolf, el desarrollo capitalista no solo transforma las relaciones económicas, sino que también modifica las estructuras culturales y simbólicas.

En el caso de Tlaxcala, las brujas representaban una manera de canalizar la ansiedad colectiva frente a la explotación y la pobreza.

Durante el siglo XX, con la crisis del sistema de haciendas y la modernización agrícola, las comunidades campesinas de Tlaxcala se vieron enfrentadas a la pérdida de sus tierras, la desaparición de sus medios de subsistencia y la migración de sus jóvenes hacia las ciudades.

En este contexto, las creencias en brujas chupasangre se reactivaron como una forma de explicar las desgracias que afectaban a las familias, especialmente la muerte de niños, que a menudo se vinculaba con la acción de las brujas.

Este fenómeno puede entenderse como un reflejo de las tensiones sociales y económicas que surgieron con la transformación capitalista de la región, donde las estructuras tradicionales de poder y creencias se enfrentaban a los cambios impuestos por el mercado.

La persistencia de las creencias y su uso moderno

A pesar de la modernización y el avance de la educación, las creencias en las brujas chupasangre han persistido en las zonas rurales de Tlaxcala. Esto no se debe únicamente a la resistencia de las tradiciones, sino a que estas creencias continúan siendo útiles para mantener formas de control social sobre la comunidad.

En un contexto de pobreza estructural y abandono estatal, la narrativa de la brujería ofrece una explicación simbólica para las tragedias y dificultades que enfrenta la población. Al mismo tiempo, refuerza las jerarquías tradicionales y el poder de las élites locales.

Las brujas, al igual que otras figuras míticas, son herramientas poderosas para canalizar el miedo y la incertidumbre en momentos de crisis. Hoy en día, la figura de la bruja chupasangre en Tlaxcala sigue siendo utilizada para controlar el comportamiento de la comunidad. Especialmente de las mujeres, quienes, como en siglos anteriores, son estigmatizadas y reprimidas a través de la superstición.

Este fenómeno nos recuerda que, aunque las estructuras económicas y políticas cambian, los mecanismos de control simbólico persisten. Se adaptan a las nuevas realidades, perpetuando la opresión y el miedo en las comunidades más vulnerables.

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