Domingo, marzo 23, 2025

Silencios

Alain Corbin realizó una historia del silencio, desde el periodo renacentista hasta nuestros días. En un apartado de su texto, Corbin aborda el silencio y los lugares íntimos, en aquellos espacios en los que el silencio era parte sustancial de la sanación, el recogimiento, la meditación, la plegaria. En resumidas cuestas, el silencio como una presencia en el aíre, por ejemplo: las cárceles, cementerios, templos, bibliotecas, monasterios u hospitales, todos estos son espacios en los que el silencio se escucha cuando nada se hace oír.

Seguramente hoy en día muy pocas personas, de acuerdo con el ajetreo de nuestros días y nuestra vida, podríamos soportar la profundidad del verdadero silencio, ese silencio que se ensancha y se vuelve una inmensa nata para el oído, espesas arenas de silencio. Vivimos en una abundante estimulación de ruidos y sonidos que todo armoniza y altera. Somo parte del ruido cotidiano, formamos parte de la demencial masa de ruido, por ello, somo quizá la era más ruidosa de toda la historia de la humanidad y no sólo por la industrialización, la explosión urbana, las múltiples tecnologías, las variaciones musicales, la afición a los altos volúmenes, todo eso que en conjunto generan bullicios desquiciantes, sino por el profundo miedo al silencio, a la mudez, a la ausencia de ruidos, pues la ausencia de sonido–ruido ha tendido a ser asociada con el desierto, la noche, la soledad, la calma, la vejez, la enfermedad, la muerte y los velorios. Definitivamente, sostendría Corbin: “el silencio no es la simple ausencia de ruidos”.

Si el silencio no es simplemente la ausencia de ruidos, nos debe obligar a preguntarnos ¿cómo es que existen objetos y personas que son capaces de no hacer el menor ruido al existir y cómo es que esos objetos y personas son y han sido silenciados?

Un ejemplo “moderno” que es trascendental y paralelamente abominable son los archivos, particularmente los archivos históricos. Ese conjunto de documentos y expedientes burocráticamente resguardados, clasificados, catalogados y registrados en ramos, asuntos, galerías para facilitar su manejo y consulta y así poder reconstruir el pasado, los pasados con la preocupación y la voz del presente.

Ese conjunto de expedientes habla de realidades, relatan pasados que esperan ser articulados, reescritos y develados. Los archivos, al igual que las personas, desaparecen debido a intereses de toda índole, principalmente políticos. Los hacedores de la política se han empeñado en ocultar, silenciar o destruir las evidencias del pasado y del presente, sobre todo, aquellos documentos, testimonios que dan cuenta del desaparecer de las personas.

Un caso siempre paradigmático resulta ser la desaparición de los 43 jóvenes estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa, suceso que, a casi una década, poco ha sido esclarecido. Ante ese suceso, los múltiples empeños gubernamentales se han encaminado a generar a la par de la tergiversación, desinformación, secrecía y verdades oficiales, silencio. Comisiones han operado para generar visiones, verdades y tensiones que terminan siempre siendo mentiras.

La naturaleza del silencio construido en torno al caso Ayotzinapa está generando procesos no sólo de mudez, sino también de olvido.

Como bien lo sostuvo Corbin: “el silencio no es la simple ausencia de ruidos”. Por tanto, bajo esta lógica resulta abominable que la decisión del gobierno federal haya optado por entregar una verdad alterna del caso, haya decidido entregar por espacio de dos meses los archivos del caso únicamente a los padres de los jóvenes desaparecidos para que los revisen y saquen sus propias conclusiones, con las desventajas que esa acción consiente.

Aberrante resulta ahora obligarlos a ser una función historiográfica para que sean ellos, aún con todas las limitantes técnicas, los que reconstruyan los hechos, pregunten a los documentos y saquen sus propias conclusiones–verdades.

Aberrante propuesta que en aras de la transparencia corresponsabiliza de la elaboración de una verdad históricas a los familiares de los jóvenes desaparecidos, cuyo fin, sin duda, será inducirlos a creer en las verdades históricas del gobierno federal, al no tener, sin duda, la capacidad de trabajar con esos documentos. Más silencios, más olvidos y mayor impunidad ante las acciones de silenciamiento de objetos y personas en el México presente.

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