En Tlaxcala se gobierna con silencio. Uno que pesa más que cualquier cifra maquillada. Un silencio institucional que se impone desde el poder con la arrogancia de quien prefiere taparse los oídos antes que admitir lo evidente: el crimen organizado opera en el estado.
Pero según el discurso oficial, aquí no pasa nada. Aquí no hay cárteles, ni droga, ni extorsión, ni trata, ni homicidios por encargo.
Aquí, Tlaxcala es la entidad más segura del país. Así lo repiten los voceros gubernamentales como si de un dogma se tratara. Porque, como lo confirmó recientemente el titular de la Secretaría de Seguridad Ciudadana, Alberto Perea, para ellos, “la percepción es más poderosa que la realidad”, y esta frase es su mandato supremo.
Sin embargo, ocultar la realidad no es comunicar y mucho menos gobernar. Pero en más de 44 meses de gobierno, la estrategia ha sido negar o minimizar. Como si por repetir una mentira, esta pudiera transformarse mágicamente en verdad. Aquí no aplica esa máxima. Aquí, el silencio y la impunidad se confabulan para cubrir de sombra el territorio.
Y mientras la narrativa oficial se sostiene, la DEA (sí, la DEA de Estados Unidos) lanza una bomba de realidad en su informe Evaluación Nacional de la Amenaza de las Drogas 2025: Tlaxcala tiene “alta presencia” del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), y también del Cártel de Sinaloa.
Pero aquí, en la tierra del maíz y del discurso plano, esa información no existe. Porque como diría Luis David Luque, “la primera línea de defensa de un gobierno débil es la propaganda”. Y vaya que en Tlaxcala se aplican al pie de la letra con la compra sistemática de las portadas.
¿Dónde está la inteligencia del Estado? ¿Dónde los datos duros, las detenciones, los decomisos? ¿Dónde la seguridad de la que tanto se presume? En estos temas, el poder no sólo es ciego, es también sordo y mudo.
Seguir la ruta del silencio y la simulación, esa que construye un castillo de paz mientras en sus sótanos florece el crimen, nunca serán la mejor opción. No entienden que no hay comunicación más peligrosa que la que silencia lo evidente y aquí parece que el silencio oficial ya es cómplice.