Todas las personas saben de economía doméstica. Tienen claro que para vivir y desarrollarse requieren de recursos, que adquieren la forma de ingresos con lo que se sufragan los bienes y servicios necesarios que no producen por sí mismos.
La relación entre ingresos y egresos produce un balance, si los primeros son mayores que los segundos se registra un superávit, si es al contrario es un déficit. Ninguna de las dos es buena o mala por sí misma, sino en función de la finalidad que las personas persigan.
Una de las estrategias que se usan para impulsar el desarrollo es el ahorro, que adquiere diversas formas, desde la adquisición, a crédito, de un auto o una casa, o la inversión para poner, ampliar o diversificar un negocio.
Una persona, una familia y una empresa descubren que están en problemas cuando acuden de forma creciente al endeudamiento, porque llega un momento en que ni vendiendo todo lo que tienen pueden cubrir sus deudas.
Esto aparentemente sencillo, resulta complicado cuando se trata del gobierno, que es la forma general con la que se refiere al “Estado”, quien tiene la responsabilidad de crear condiciones para el desarrollo de capacidades de sus habitantes.
Un primer referente público es la expectativa de crecimiento, porque la política de Estado se diseña para alcanzarlo. Cuando la expectativa no se cumple aparece la frustración y puede provocar estallidos.
El secretario de Hacienda y Crédito Público ha insistido en que la economía del país va por el camino correcto, sin embargo, en los cinco trimestres que lleva el PRI en el gobierno federal, hace ajustes a la baja.
La oferta fue crecer al 5.5 por ciento, pero desde el primer informe el valor real del Producto Interno Bruto (PIB) registra un crecimiento anual de uno por ciento, en el segundo 2.5, en el tercero uno, en el cuarto 1.5 y en el quinto 1.7 por ciento.
Si es ese es el buen camino, ¿cuál será el malo?