En estos tiempos en que, por desgracia, abundan noticias sobre violencia, dolor y desapariciones; y, la realidad derrumba el discurso oficial de que vivimos en un estado seguro, se hace necesaria la lectura (o relectura) del libro de Timothy Snyder titulado Sobre la Tiranía, Veinte Lecciones que Aprender del Siglo XX.
Estos tiempos exigen que las y los gobernantes se posicionen como estadistas; y que la ciudadanía deje de ser apática, complaciente y cómplice, por acción y omisión, ante las injusticias, la impunidad y la escalada de violencia que devora a familias enteras y las condena a la impotencia y al dolor, desde los que muchas y muchos se niegan a la resignación y al olvido, por lo que buscan la verdad. Y en este ejercicio de una ciudadanía corresponsable, crítica y exigente, quizá podamos encontrar respuestas para detener la corrupción de las autoridades que han permitido violaciones a los derechos humanos como los feminicidios, la trata de personas, las desapariciones y las ejecuciones.
Quizá sí, como lo puntea el texto de Snyder, nos oponemos, por ejemplo, a la obediencia anticipada ante quienes ejercen al poder y más que aplaudirles cuestionamos su actuación; si nos proponemos cuidar y defender a las instituciones que tanto tiempo llevaron construir (incluso bajo el presente contexto de la reforma judicial podemos hacer mucho si hacemos el esfuerzo de elegir bien y vencemos la seductora tentación de no involucrarnos); si asumimos nuestra responsabilidad y participamos de la vida política del país y del estado desde la razón y la evidencia y, privilegiamos los liderazgos éticos tanto en el espacio ciudadano como en el poder político y público.
Entonces, observaríamos cómo la decisión en el caso de Cuauhtémoc Blanco sería el desafuero para que enfrente a la justicia sin el manto protector del poder; miraríamos como las madres buscadoras encontrarían profesionalismo, empatía y respeto por parte de las autoridades; atestiguaríamos las comparecencias de los secretarios de Seguridad Ciudadana y de Gobierno en Tlaxcala, porque es evidente que más allá de las camionetas, el blindaje para detener a la delincuencia no funciona, tan es así que hasta a los propios policías les desarman y roban sus armas de cargo.