Al leer la novela Rendición de Ray Loriga, uno no puede quedar indiferente ante la profunda semejanza de la ficción con la realidad. Inmediatamente, Loriga nos invita a pensar en nuestro país, como si fuera un lugar paralelo al descrito en su novela, esa ciudad transparente, ese espacio que sortea una guerra, en apariencia imaginaria, pero que su gobierno tiene la capacidad de refugiar a la población en un búnker de luz artificial. Honda felicidad y transparencia absoluta.
Nuestros gobiernos, al igual que en la novela de Loriga, nos advierten de la gran oportunidad que tenemos como mexicanos para experimentar transformaciones y ser felices con ello y con ellos en el poder. Nuestros gobiernos, tal como sucede en el gobierno de Rendición, son los únicos que se han preocupado por su pueblo, los únicos que ven por ellos, los cuidan y los aman. Los anteriores gobiernos obviamente fueron pésimos gobernantes, corruptos, saqueadores e indolentes con el sufrimiento que aqueja a su sociedad. México: “un país transparente y feliz”, se asegura, se pregona en la nueva transformación.
Esa ficción tiene, al igual que Rendición de Loriga su antítesis, aunque ambas son profundamente trágicas. Realidad y ficción como tragedia. Rendición es un himno a la incapacidad de indignarse y permanecer indignado, un homenaje al cuestionamiento efímero, al silencio, la desmemoria o la amnesia social. El gobierno de la ciudad transparente es un imperioso administrador de la memoria y el olvido. Realidad y ficción bajo control. “Un país transparente y feliz”, una sociedad amnésica ocupada de sobrevivir evitando siempre estar en el lugar y la hora no indicadas.
Tal como acontece en nuestro país recientemente, una región colmada de tragedia, horror e indignación que parece ser efímera. Sin duda en nuestro país hemos tenido claro que el horror y las desdichas experimentadas tienen siempre una conclusión, un fin o un carpetazo enteramente Kafka–Orwelliano. Quizá por ello nuestros gobernantes tienen razón, vivimos en un país “transparente y feliz”, como una sociedad a la que no le queda más que la amnesia y el resguardo en las paredes transparentes bañadas de luz artificial, tal como lo escribió Loriga.
Rendición nos pasea con su piloto automático a muchas tragedias, a muchos horrores, violencias reales y ficticias. Automáticamente en ese tour uno se detiene en el rancho Izaguirre en Jalisco. Seis meses, aproximadamente 150 días han trascurridos desde que se develó uno de los hallazgos más oscuros y aberrantes de nuestro presente. No sólo por tratarse de un espacio destinado a la “administración social”, al “reclutamiento forzado”, un espacio que fungía como “campo de entrenamiento” o como un espacio acondicionado por las empresas ilegales para el extermino sistemático de personas.
Más allá de eso, ese hallazgo demostraba otro horror paralelo, consistente en la complicidad de actores gubernamentales, partidos políticos, policías, fuerzas armadas, empresariado legal, sistemas tecnológicos de vigilancia y un sinfín de actores que han tejido un entramado de complicidad con las empresas ilegales, dígase narcotráfico, siembra, producción, trasiego, trata, huachicol, cooptación política, sumisión de fiscalías estatales, federales, del gobierno estatal y federal, la profusa administración de presupuestos en todos los niveles de gobierno, gestión de reclusorios, la inversión o lavado de dinero a través de la revitalización inmobiliaria, etc., etc. Cadenas completas de sumisión, silencio, encubrimiento y omisión. El Rancho Izaguirre un paradigmático ejemplo del México “transparente y feliz”, con su sociedad incapaz ya de reconocer lo que es su realidad y lo que es la ficción.
Seis meses bastaron para que los hallazgos del rancho Izaguirre en Jalisco tuvieran un final, una conclusión, un carpetazo, como otros, enteramente Kafka–Orwelliano.
Seis meses y a los habitantes de este país “transparente y feliz” solo parece quedar más que la amnesia y el resguardo de sí en el gran búnker de paredes transparentes y bañadas de luz artificial, en la que los ecos de los discursos triunfalistas del transformador gobierno en turno suenan un día sí y el otro también. Un sexenio más de indolencia, inmovilidad, colusión. Una sociedad cansada, ofuscada y amnésicamente inducida.
Rendición de Loriga podría ser nuestra realidad ficcionada, realidad y ficción como tragedia. Somo un himno a la transformación de la indignación, un homenaje al cuestionamiento efímero, al silencio, a la desmemoria o la amnesia social, mientras que nuestro gobierno sigue siendo un imperioso administrador de la memoria y el olvido. Realidad y ficción bajo control. La indignación parece ser efímera, existe, se expresa y después se calla, se transforma en otra indignación cuando sucede otra tragedia, otro acto de horror. El horror como latencia.
Con toda la certeza, los perpetradores de las tragedias saben muy bien que en este país “feliz y transparente” en solo seis meses todo se desvanece, todo se disuelve en las cristalinas aguas de la impunidad. Saben que siempre habrá un absolutorio carpetazo Kafka–Orwelliano.
