Isabel, mujer ama de casa con 73 años de vida, originaria del estado de Tlaxcala e integrante de la Coordinadora por un Atoyac con Vida, relata que en su infancia no existía el servicio municipal de recolección de basura y, por lo mismo, no había eso que hoy conocemos como rellenos sanitarios; esos tiraderos que han generado tantos problemas al ambiente y a la salud de las personas. Al recordar su vida, Chabe, como cariñosamente le llamamos, nos platica cómo hace medio siglo los residuos generados en los hogares se metabolizaban en las mismas comunidades: materia orgánica, ceniza, algodón de la ropa y trozos de barro cuando algún traste se rompía, fuera un jarro, un plato, alguna olla, cazuela o el comal. Toda la materia orgánica se utilizaba para abonar las siembras, que luego volverían en forma de alimentos para las personas y también para los animales que se tenían, cerrándose así un círculo virtuoso.
Juanita Ochoa Chi, en su libro La Crisis de la basura. Una aproximación crítica desde la perspectiva de los pueblos, nos dice que, para 1950, “se estimaba que en promedio cada persona producía de 300 a 370 gramos de basura (casi completamente biodegradables)”, coincidiendo con lo que Chabe relata de su infancia. Hoy, sin embargo, se genera casi un kilogramo de basura por persona en México, de la que la mayor parte no es de carácter orgánico y termina en tiraderos a cielo abierto, mal nombrados rellenos sanitarios, generando graves impactos negativos a las personas y a los ecosistemas. En Tlaxcala basta recordar que el tiradero de Panotla, que ya superó por mucho su vida útil, se ha incendiado en varias ocasiones y que los pobladores de las comunidades cercanas denunciaron afectaciones a su salud. Ante este escenario, las posturas son varias en nuestro estado.
Desde el gobierno estatal, se pretende dar continuidad al modelo de recolección de basura y disposición en tiraderos a cielo abierto, a pesar de que ya está demostrado que con la cultura actual de hiper consumo y desecho, ningún relleno en ningún lugar será suficiente.
Por otra parte, están las voces de algunos pobladores de los municipios donde se encuentran los tiraderos, quienes consideran que no importa la cantidad de basura que se genere y que más bien hay que aprovecharla como combustible para la generación de energía. Esto, sin considerar que ese tipo de tecnología es altamente costosa, que las concesiones a empresas son de muchos años, que son ellas quienes se quedan con las ganancias y que en muchos lugares se han rechazado por no ser procesos seguros para la salud.
Y están, también, las posturas que buscan que se dé un manejo adecuado de los residuos generados, reincorporando la materia orgánica a los ecosistemas y devolviendo los demás residuos aprovechables al circuito de producción. Esta postura propone reducir y eliminar paulatinamente la elaboración de productos que generen residuos que no puedan reintegrarse a la cadena productiva y a fortalecer la producción de alimentos. Además, plantea que no debe haber basura en nuestros espacios de vida ni el de las demás personas, sin que se trate de desaparecerla de nuestros municipios para ponerlo en otros (y trasladarles las afectaciones socioambientales), sino de responsabilizarnos de los desechos que generamos a causa de lo que consumimos.
Algunos grupos comunitarios y de la sociedad civil ya han desarrollado experiencias de este tipo desde hace años, y ahora también se están llevando a cabo de manera más amplia por el Proyecto de Investigación e Incidencia del Conahcyt Basura Cero Estratégico, mostrando que, con un buen manejo de residuos orgánicos y la recuperación de materiales reciclables, se puede reducir la producción de basura hasta en el 80 por ciento.
La lucha se está dando entre estos modelos, los que buscan a toda costa sostener la superproducción y el hiperconsumo, y otro que busca poner al centro el cuidado de las personas y los ecosistemas. En esa lucha será muy importante el papel que asuma cada persona y cada comunidad; por lo pronto ya habemos quienes, en un vínculo entre comunidad–ciencia, vamos impulsando desde lo micro acciones en favor del bien común y del cuidado mutuo entre las personas y los ecosistemas.