Domingo, abril 20, 2025

Proteccionismo= despojo

Desde hace varias décadas, cuando el deterioro ambiental provocado por el modelo civilizatorio capitalista comenzó a mostrar las graves afectaciones a todas las formas de vida en el planeta, las miradas de todo el mundo se volvieron hacia los pueblos y las culturas originarias que, en muchos rincones del mundo, han sobrevivido manteniendo modelos culturales que el capitalismo considera “atrasados”, “primitivos” e, incluso, “enemigos del progreso”, porque esos pueblos no habían caído en el engaño de que el desarrollo implicaba explotar al máximo los recursos de la madre tierra para transformarlos en ganancias, en dinero.

Desde los años setenta, los analistas del Pentágono habían previsto que los recursos se irían agotando rápidamente y que, en determinado momento, el modelo chocaría de frente con la oposición de los pueblos indígenas y campesinos que, viviendo fuera del sistema dominante, mantenían modos de vida más armónicos con los ritmos y recursos de la naturaleza. Desde entonces se intensificaron las campañas para “integrar” a esos pueblos heréticos y rebeldes al modelo despilfarrador/depredador predominante, llamado “progreso”.

Con el consenso de Washington de mediados de los ochenta (Thatcher/Reagan) empezó la envestida capitalista sobre los recursos naturales de los países sometidos por la deuda internacional, ahora disfrazados de megaproyectos de desarrollo, financiados por el capital extranjero y legalizados mediante tratados comerciales totalmente asimétricos en favor de las potencias económicas. Así se impusieron proyectos de minería a cielo abierto (con sus secuelas de contaminación y destrucción de la biodiversidad), gigantescas hidroeléctricas (con el desvío de ríos y acaparamiento de agua), grandes obras carreteras (para facilitar el saqueo de zonas antes inaccesibles) hasta llegar a los parques eólicos y solares que con la etiqueta de “energías limpias” siguen destruyendo amplias zonas naturales.

Con esta radicalización del modelo era evidente que el ritmo de destrucción se aceleraría a un ritmo impensable, por lo que ya estamos padeciendo los estragos del cambio climático, como primera consecuencia tangible de este brutal modelo depredador. Ahora ya no se puede negar que estamos ante una crisis climática y ecológica: que las zonas deforestadas siguen creciendo, que los ciclos climáticos se han modificado, que los ciclones son más destructores, que la contaminación aumenta en todas partes, etc. Sin embargo, en este panorama desolador siguen existiendo pequeñas zonas que resisten a las catástrofes porque, hasta donde ha sido posible, sus formas de vida, no basadas en la acumulación, son las zonas campesinas e indígenas que siguen cuidando y manteniendo en funcionamiento los ecosistemas que heredaron de sus antepasados.

Ahora, en medio de la crisis, el capital busca apoderarse de esas últimas reservas de recursos y de biodiversidad. La ONU, uno de los instrumentos políticos del capitalismo, está convocando a un Congreso Mundial sobre la Naturaleza, a celebrarse en Marsella, en este mes de septiembre. El objetivo de esa reunión internacional es “delimitar y proteger” zonas de reserva natural en todo el mundo. En esta reunión se discutirá el plan denominado “30 x 30” elaborado por la Convención de la Diversidad Biológica de la ONU, y que se propone “proteger el 30 por ciento de las tierras y del agua del planeta para el 2030”. Eso significa que ahora el capitalismo, causante de la crisis actual, en nombre del “bien de toda la humanidad”, se va a apropiar de esas zonas conservadas y protegidas por los campesinos y los indígenas a través de milenios, con el pretexto de “protegerlas”; la zorra se propone para cuidar el gallinero. Una batalla más que hay darle a la insaciable sed de ganancias de los dueños de dinero y que podemos combatir cambiando nuestros hábitos.

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