Viernes, noviembre 14, 2025

¿Por qué no vemos la violencia?

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A unos días del Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, que desde 1993 invita a los gobiernos, organismos, fondos y programas del sistema de las Naciones Unidas, y a otras organizaciones internacionales y organizaciones no gubernamentales a que organicen ese día actividades dirigidas a sensibilizar a la opinión pública respecto del problema de la violencia contra la mujer; podemos encontrarnos con una mirada limitada del ejercicio de la violencia machista, justificando, minimizando, incluso invisibilizando las diferentes expresiones de ésta.

Como un iceberg, es muy fácil mirar y reconocer aquellas violencias que llamamos extremas, aquellas que causan un daño físico principalmente; sin embargo, cuando comprendemos que la violencia es un ejercicio de poder, en donde se intenta dominar a alguien por medio de diferentes mecanismos, es decir, el fondo del iceberg que lo mantiene a flote, puede resultar más sencillo entender que muchas conductas cotidianas son generadoras de violencia, y a quienes mayormente se dirigen siguen siendo a niñas, niños y mujeres de todas las edades.

Eso, precisamente, impide mirar esta gama tan diversa de violentar y a veces sutil, es todo un sistema que hemos replicado generación tras generación, un sistema que ha encontrado las formas estructurales y sistémicas de acomodarse y legitimar las constantes formas de mantener normalizadas las violencias que vivimos todos los días las mujeres en todos nuestros espacios.

Cuando hacemos referencia a que cotidianamente las mujeres estamos vulneradas a experimentar alguna forma de violencia, recurrentemente escuchamos la pregunta “entonces, ¿todo es violencia?”, para la gran mayoría de la población aún resulta difícil entender que hemos sido educadas y educados en un marco de desigualdades, donde las mujeres debemos ser quienes evitemos realizar ciertas actividades, a ciertas horas, en ciertos lugares, porque de lo contrario existen sanciones que han sido aceptadas y que no se cuestiona desde un marco de derechos humanos, sino que incluso son protegidas estas sanciones; las relaciones que establecemos en el ámbito familiar, laboral, escolar, de pareja, institucional o comunitaria están colmadas de un ejercicio de poder que, efectivamente, todo el tiempo está utilizando mecanismos violentos para dominar.

De esta forma, con un enfoque de género, comprendiendo las imposiciones del sistema patriarcal, podemos mirar a cualquier espacio, a cualquier tipo de relación y percibir que mucho de lo que vivimos es violencia; que todos los días, principalmente las mujeres, estamos siendo receptoras de algún tipo de agresión sobre nuestros cuerpos, nuestras decisiones, nuestra intelectualidad, nuestros espacios, nuestras vidas; aunque para una gran número de personas no basten los casos que diariamente se dan a conocer de feminicidios, de desapariciones, de violaciones, no bastan tampoco las estadísticas, ni las investigaciones, ni las denuncias públicas; sin embargo, todos los esfuerzos por presentar evidencias de que la violencia que vivimos es grave, en resumen, a algunos no les importa.

Y es que precisamente el patriarcado ha impuesto y mantenido estas prácticas con herramientas que terminan justificando el acto violento, los que son ejercidos principalmente por hombres, que han reproducido estas conductas normalizadas como parte de su masculinidad, que legitiman a partir del lugar que ocupan en los diferentes espacios y tiempos; de manera que cuando una mujer denuncia un acto de violencia, es brutalmente cuestionada sobre la veracidad de este hecho o es cuando surgen las muchas y diversas justificaciones sobre lo que pasó, se ponen en duda las habilidades, sus capacidades e incluso la salud mental de las mujeres; se cuestiona su moral, surgen acusaciones de la intención de esa denuncia, crece un señalamiento social y estigmatización hacia las mujeres; además de que se termina protegiendo al agresor, porque representa una autoridad, o por el poder que puede ejercer, obligando a callar, lo que mantiene en gran impunidad a los perpetradores.

No vemos las violencias porque además la difusión que se hace sobre el tema carece, en su mayoría de veces, de un análisis profundo, que termina por responsabilizarnos a las mujeres de ser quienes podamos evitar que esto suceda o que se repita, porque no se hacen visibles todas aquellas situaciones que se viven, sino que se mantienen en silencio, porque es más fácil culpar a una cultura y no responsabilizar a las instituciones y medios de comunicación sobre cuánto han influido para hacer de la violencia una forma normal de relacionarnos.

Pero no sólo no vemos la violencia, sino que además la violencia que ejercemos la minimizamos o creemos que no es tan grave, no nos hacemos responsables de los actos violentos, terminamos por hacerla parte de nuestra cotidianidad, colocándole otros nombres para que la aceptemos como códigos en nuestros espacios, en los que se supondría, tendríamos que sentirnos protegidas, disfrutando y no con miedos, desarrollándonos plenamente y no tolerando los daños emocionales, físicos o sexuales.

Ante estos casos, tendríamos que tener el conocimiento de qué hacer y sentirnos respaldadas, no sólo por las instituciones, sino por una sociedad que no acepte ninguna forma de violencia, que no la veamos como normal, de hacer al menos un ejercicio de reflexionar y cuestionar si mis actos en cualquier espacio está dañando de alguna manera a otra persona, de no justificar ciertas prácticas que guardan un grado de violencia, de dar la espalda a una realidad que nos daña todos los días y que intentamos modificar, tenemos que evidenciar cualquier expresión de violencia, que de lo sutil e imperceptible se mantiene y legitima como parte de su ser.

Para quienes estamos en espacios donde todos los días se acompañan a mujeres en situación de violencia y que sabemos de los impactos en sus vidas y en sus rutinas, no concebimos que se puedan mantener en silencio, no estamos de acuerdo con seguir haciendo de cuenta que no vemos la violencia, en guardar silencio y que se repitan estas prácticas.

Nos pronunciamos para que, al menos en estos próximos días, seamos más quienes generemos espacios para la reflexión sobre el ejercicio de violencia y sumemos esfuerzos desde nuestras miradas diversas para aportar desde la acción a la eliminación de todas las formas de violencias contra las mujeres.

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